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INTRODUCCIÓN LA FORTUNA DE FEDRO

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No es corriente iniciar este tipo de introducciones comentando la fortuna del autor, pero el caso de Fedro es particular en este punto. Difícil es encontrar entre los poetas clásicos alguno que desee tanto la gloria o reclame con tanta insistencia el reconocimiento de sus méritos ante la posteridad 1 . Introdujo el género en Roma y es, sin duda, uno de los autores de mayor influjo en la historia de la fábula. Sin embargo, no parece que gozara entre sus coetáneos de mucha fama y los juicios de la posteridad o no existen o son más bien negativos.

Su obra tiene un indudable valor literario, como intentaremos mostrar en las páginas siguientes; tiene también interés desde el punto de vista sociológico —su voz, como dijo Rostagni, es la voz de los humildes 2 —; e incluso las ideas que se vierten en sus narraciones tienen la suficiente coherencia y originalidad como para haber sido asumidas por muchos de los fabulistas que le sucedieron. Es claro que su colección de fábulas no puede figurar entre las grandes obras de la literatura latina, pero no es menos cierto que su escaso renombre es injusto para sus merecimientos. Fedro parece haber sido víctima de dos circunstancias que le han impedido alcanzar la fortuna debida:

—La primera, las características del género: la fábula fue utilizada ya en la Antigüedad con fines didácticos y esa costumbre ha gozado de una tradición tan larga que, creo, todavía hoy se emplea en nuestras aulas de la Enseñanza Secundaria para iniciar a los alumnos en los rudimentos del latín y el griego. Las fábulas de Fedro no se han visto libres de esa utilización didáctica y ello ha provocado que se hayan hecho selecciones, de acuerdo a criterios gramaticales y morales, que casi nunca han dejado ver la importancia del conjunto.

Además, se trata de un género muy abierto, donde abundan las colecciones parafrásticas, y con un mismo argumento encontramos versiones de fábulas de muy distinta calidad; en las colecciones conservadas hay muchas que son obra de redactores poco capacitados que han superado, sin embargo, el crisol de la posteridad, porque en el mare magnum de la tradición fabulística parece haber sido muy difícil separar la paja del grano. Se trata de autores que alteraron la intención de los apólogos y rebajaron el estilo, contribuyendo decisivamente a esa consideración de género menor que hoy tiene la fábula.

—La segunda, la existencia de Esopo y La Fontaine, fabulistas que gozan de reconocida fama universal. El primero, por ser inventor del género; el segundo, por haberlo cultivado con gran elegancia literaria. Pero lo cierto es que de Esopo no sabemos ni siquiera si existió realmente; y, si llegó a existir, sus relatos se perdieron, de manera que lo que hoy conocemos como fábulas de Esopo son unas paráfrasis prosaicas, la mayoría de escasa calidad literaria, que parecen haber sido redactadas entre los siglos IV y IX d. C. 3 . Pero quedó su nombre para designar el género: a ese conglomerado de narraciones de diversa tipología que aparecía en las colecciones se le llamó lógos Aisópou, fabulae Aesopiae . Y su nombre perduró en el tiempo y hoy todo el mundo conoce a Esopo, pero nadie conoce a Fedro, que compuso la colección de fábulas en verso más antigua de cuantas conservamos, muy superior en calidad literaria a las fábulas anónimas en prosa que conocemos como ‘fábulas de Esopo’.

Qué decir de La Fontaine. Su obra es, sin duda, más extensa que la de Fedro. No me atreveré a hacer comparaciones en cuanto al estilo literario, pero sí creo estar autorizado a decir que el influjo del romano en el francés, insuficientemente reconocido, determina en buena parte las características de su obra. Sin embargo, Saint-Beuve elogiaba profusamente a La Fontaine y decía que de Fedro era imposible leer más allá de cuatro fábulas 4 .

De manera que algunas características del género y el agobiante protagonismo de Esopo y La Fontaine han relegado a Fedro a una oscuridad —casi peor, grisura— que él parecía prever, cuando se quejaba en los prólogos y epílogos de sus libros del escaso interés que despertaba su obra 5 , de que sus lectores no entendían la intención que subyacía en sus fábulas 6 , de los reproches que le hacían los críticos 7 , o cuando insistía en que sus fábulas no eran de Esopo, sino escritas al estilo esópico 8 . Pero no parece que sus advertencias sirvieran de mucho; tal vez, porque muchos impacientes, como Saint Beuve, no pasaron de la cuarta fábula.

Desde luego, entre sus coetáneos es elocuente el silencio de Séneca, que en el año 43 d. C. decía a Polibio que el género no había sido cultivado por los romanos (intentatum ingeniis romanis opus ) 9 , silencio que hizo pensar a algunos críticos 10 que Séneca no consideraba a Fedro un escritor relevante, aunque nosotros preferimos pensar, con F. della Corte 11 , que el de Córdoba desconocía la obra de Fedro por su lenta difusión, sobre todo si tenemos en cuenta que el filósofo se encontraba en el exilio; además, era difícil que un poeta modesto y humilde fuese conocido en los círculos doctos y aristocráticos en los que Séneca se movía.

Lo cierto es que después ningún otro autor romano lo menciona, a excepción de Marcial y Aviano. Pero la alusión de Marcial a las «chanzas del malvado Fedro» (iocos improbi Phaedri ) 12 ha sido puesta en tela de juicio por algunos eruditos como A. Friedländer 13 , quien cree que el poeta de Bílbilis se refiere a un mimógrafo poco conocido o L. Carratello 14 , quien extrañamente considera que en el verso se alude al diálogo platónico del mismo nombre. De manera que si las referencias de sus contemporáneos son escasas, todavía una parte de la crítica moderna parece no creerse que pudieran existir, cuando lo normal es pensar que Marcial se refiere a Fedro, aunque sólo sea porque el fabulista emplea en ocasiones el término iocus para designar a sus relatos y con mucha frecuencia el adjetivo improbus .

La mención que Aviano (s. v d. C.) hace de Fedro en el prólogo de sus fábulas es interesante porque establece que las fábulas de nuestro autor se contenían en cinco libros (Phaedrus etiam partem aliquam quinque in libellos resoluit ) y no en cuatro o en seis, como alguna vez se ha dicho, y también porque nos da su nombre en nominativo en la forma Phaedrus . Sin embargo, lo coloca por detrás de Babrio, que cronológicamente es posterior, y ni siquiera dice que escribiera en verso, lo que sí subraya en su caso y en el de Babrio. Por lo demás, es sabido que Aviano tiene como fuente principal los apólogos babrianos y, aunque parece conocer la obra de Fedro, se sirvió escasamente de ella 15 ; de modo que se da la paradoja de que el único fabulista latino que con claridad y, sin discusión por parte de la crítica, se refirió a nuestro poeta, no sintió su influencia.

Después su obra fue fuente principal de muchas colecciones medievales, pero su nombre nunca apareció en ellas. Aviano, un fabulista mucho más modesto, mantuvo su nombre en la tradición fabulística medieval, pero no Fedro. Los argumentos de las fábulas fedrianas nutren principalmente la colección de fábulas latinas en prosa más importante de época medieval, el llamado Romulus , pero el nombre que aparece en ellas es el de Esopo, hasta el punto de que la colección se conoce también como el Aesopus latinus .

En realidad, el nombre de Fedro no volvió a cobrar brillo hasta que P. Pithou publicó en 1596 el llamado por su nombre manuscrito Pithoeanus . A partir de entonces su obra empieza a adquirir una mayor difusión, hasta llegar a La Fontaine. Fedro está en la base de numerosas fábulas de La Fontaine, que es, como se ha dicho, su mejor imitador 16 , pero este hecho, que el propio fabulista francés reconoce en el prólogo a sus fábulas, ha sido ignorado o escasamente valorado por los estudiosos del género.

En el XVIII Lessing, fabulista y teórico del género 17 , acusaba a Fedro de haber desvirtuado la intención de la fábula griega, sin tener en cuenta el mérito de sus aportaciones. En fin, Samaniego confiesa en el prólogo a sus fábulas su admiración por la concisión de Fedro, pero niega haberlo seguido, lo que resulta del todo incomprensible, ya que el romano parece haber sido fuente principal de su obra 18 .

Sólo recientemente algunos críticos han empezado a reconocer el interés de las fábulas de Fedro, pero de manera parcial y esporádica. Por ello todavía había espacio para un capítulo como éste, un tanto reivindicativo de su figura, siguiendo, en cierto modo, el tono, pesimista y a duras penas resignado, que el propio Fedro empleó en algunos pasajes de su obra.

Pero tratemos de aproximamos ahora a lo que sabemos de su vida, que desgraciadamente no es mucho.

Fábulas. Fábulas. Fábulas de Rómulo.

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