Читать книгу Lituma en los Andes y la ética kantiana - Fermín Cebrecos - Страница 26
2. Tres características esenciales de la ética kantiana11
ОглавлениеComo ya se ha dicho, Kant pretende que sea la razón la que determine, en orientación esclarecedora, la vida privada y la pública y, en dicho afán, comienza afirmando que es de “urgente necesidad” la elaboración de una “filosofía moral pura”, esto es, liberada de toda adyacencia empírica. Lo “puro” se identifica con lo exclusivamente “racional”, de ahí que una ética metafísica no deba tomar en cuenta a la “antropología”.
Parecería haber aquí una contradicción con el concepto general de ética anteriormente propuesto (“una rama de la filosofía práctica que estudia lo que el ser humano debe ser, pero fundamentándose previamente en lo que el ser humano es”), puesto que de dicho concepto se infiere con claridad la necesidad de una antropología filosófica como antecedente ineludible de la ética. Mas la “antropología” a la que en este contexto hace referencia Kant no es, en modo alguno, la antropología filosófica –puesto que esta, kantianamente considerada, no es otra cosa que una reflexión racional sobre el ser del hombre–, sino la antropología estructurada con base en el método científico (antropología física, antropología cultural, por ejemplo), a la que puede llamarse también antropología empírica. Como su nombre lo indica, sus teorías necesariamente tienen que estar fundamentadas en la experiencia proporcionada mediante los datos sensoriales, cosa que Kant tratará de erradicar en su ética. En consecuencia, la “antropología” no está relacionada con la “metafísica” sino, más bien, con una “psicología empírica” y con una “física de las costumbres”.
Luego de poner de manifiesto el carácter a priori que debe poseer la ética, Kant subraya, como segunda característica, su ‘universalidad’. Una ética metafísica solo es posible si sus principios prácticos se deducen de la “idea común del deber” (“común” posee aquí, obviamente, el significado de universal). Ahora bien, para los pensadores de la Ilustración el único denominador común que tienen los seres humanos, y que realmente los “universaliza”, es la razón; de ahí que la “idea del deber”, al ser puramente racional, se convierta en el fundamento de una ética no empírica. Esta “idea común del deber” garantiza que pueda hablarse de una ética válida universalmente para todos los seres racionales. Pero la universalidad no sería tal si sus leyes no estuviesen premunidas de necesidad. Así, pues, de la “idea del deber”, como de su matriz originaria, proceden las “leyes morales”, las cuales, si es que han de erigirse en “fundamento de una obligación”, deben implicar una “necesidad absoluta” que no admite contradicción en ningún caso. Por “fundamento” entiende Kant lo que él llama “principio práctico”, es decir, una “ley” que norme las costumbres de manera racional. Y tal fundamento, para que sirva de base a una ley necesaria, no debe buscarse en la naturaleza (empírica) del hombre ni en “las circunstancias del universo en las que el hombre está puesto”, ya que la referida naturaleza y el mundo circundante constituyen “lo otro de la razón” y, por lo mismo, se identifican con lo perteneciente a las peculiaridades de cada sujeto (subjetividad). Se trata, en definitiva, de una ética en la que la voluntad sea movida exclusivamente por el concepto del deber. Solo así las acciones humanas adquirirán valor moral o, lo que es lo mismo, serán “buenas”, independientemente del fin o propósito que, mediante ellas, se desee lograr.
La razón humana, carente de crítica, ha intentado primero, según Kant, el recorrido de todos los “caminos ilícitos, antes de encontrar el único verdadero”. Por “caminos ilícitos” han de entenderse aquí las leyes empíricas, derivadas todas ellas del “principio de felicidad”, mientras que el “camino verdadero” es el que coincide con el “principio de perfección”, un concepto racional que se convierte en autónomo si se encuentra determinado en exclusiva por la razón pura práctica. Los principios empíricos, al derivarse de “la peculiar constitución de la naturaleza humana”, son heterónomos y no pueden erigirse en fundamento de las leyes morales. De ellos el más rechazable es el principio de la propia felicidad porque borra las fronteras entre el vicio y la virtud. En consecuencia, la ética kantiana ha de basarse en “conceptos de la razón pura” y no en principios derivados de la experiencia. La “ley moral”, para diferenciarse de la “regla práctica”, debe fundamentarse, entonces, sobre la “idea del deber”, derivándose de esta cimentación que la ética kantiana asuma las tres características propias de los principios lógicos, extraídos, en este caso, de la “razón pura práctica”. Los principios prácticos, al igual que la ética formal kantiana, son, por consiguiente, a priori, universales y necesarios.