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Familias en los dos bandos

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En numerosos casos hubo familias con algunos de sus miembros en un bando y otros en el contrario. Y todos pertenecían a la misma clase social.

Ocurrió en una época muy concreta, con una situación muy especial caracterizada por una gran exacerbación de las ideologías. Estas se convirtieron en las religiones del siglo XX, por tanto irracionales, y, en muchos casos, fanáticas. Fueron una excusa para llevar la intolerancia al extremo, para alcanzar el poder y quitárselo al otro.

Los seres humanos somos irracionales y sociales. La motivación de pertenencia a un grupo, y sentirse arropado por él, es una necesidad fundamental en mucha gente. Puede mucho, algunos lo precisan de forma perentoria, y son capaces de cualquier cosa por sentirse aceptados en el clan. Si además la pertenencia produce beneficios materiales y sirve para resolver frustraciones, se disfraza de cualquier cosa que se pueda vender como positiva. Por otra parte, la psicología social tiene mucho que decir respecto a la aceptación de la autoridad. La psicología de masas lo sabe muy bien: uno hace cosas horribles en grupo, tiene conductas que nunca pondría en práctica cuando está a solas, cuando es él.

El concepto de confraternización con el enemigo no puede ser más indicado pues hubo muchos casos en los que hermanos debieron luchar en bandos diferentes, como se ha apuntado. Buenaventura Durruti Domingo, líder de los anarquistas, tenía un hermano falangista en León, Marciano Pedro Durruti Domingo. Era muy próximo a José Antonio Primo de Rivera y a Manuel Hedilla. En 1937 se opuso a la unificación decretada por Franco y fue juzgado, condenado a muerte y fusilado. Marcelo Durruti, primo de Buenaventura, fue, según el falangista Corniero, «uno de los puntales de nuestra CONS-S [Central Obrera Nacional-Sindicalista. Sindicato de Falange de las JONS], que con tanto acierto y vigor dirige el excomunista Manuel Mateo [También participaron en su organización dos antiguos miembros de la CNT]».12

Recordemos que anarquistas y falangistas tenían muchos puntos en común. A los de la FAI los llamaban failangistas. También coincidían en la bandera: roja y negra, y en la denominación de sus unidades militares (centurias).

Otros reducen la cuestión a una rebelión militar. Pero los aproximadamente trece mil jefes y oficiales en activo del Ejército se dividieron más o menos por mitad en ambos bandos (en torno a 40% leales y 60% rebeldes) y dentro de cada familia:

Los Sáenz de Buruaga tuvieron jefes y oficiales en ambos lados. El jefe de la aviación republicana, Ignacio Hidalgo de Cisneros, tenía un hermano que llegó a mandar una de las célebres Brigadas de Navarra y fue herido en la batalla del Ebro. El general Sebastián Pozas permaneció leal al Gobierno, fue ministro de Gobernación y jefe del Ejército del Centro, mientras su hermano, el teniente coronel de infantería Gabriel Pozas, se unió al golpe en Navarra y fue ayudante del general Emilio Mola. El coronel José Eduardo Villalba Rubio mantuvo asimismo la lealtad al Gobierno, pero cinco hermanos suyos, también militares, lucharon en el otro lado. El coronel Escobar, al mando de la Guardia Civil de Barcelona, se quedó en las filas gubernamentales y logró acabar allí con la rebelión; tenía un hijo fiel al Gobierno y otro falangista que murió en Belchite.

Domingo Rey d’Harcourt, coronel de artillería, jefe de los defensores rebeldes de Teruel, fue fusilado por los republicanos en su retirada, cerca de la frontera francesa. Su primo, Joaquín d’Harcourt Got, era teniente coronel médico, jefe de los servicios quirúrgicos del EPR, y se encontraba en el frente de Teruel cuando la rendición de su primo. Según la hija de Domingo, ambos se dieron un abrazo al encontrarse, prisionero uno, vencedor el otro. Joaquín fue de los afortunados que logró marchar a México eludiendo los campos de concentración de Francia. Allí fue propietario de clínicas y profesor de universidad. Falleció en 1972.

Cuando los rebeldes ocuparon la ciudad de Tarragona, el 13 de enero de 1939, se encontraron los hermanos Machuca; uno vencedor y otro prisionero. Un fotógrafo inmortalizó el momento.

Un hijo del general Asensio Torrado, jefe del Ejército del Centro con Largo Caballero, estaba preso en zona rebelde y en el 38 se alistó en el ejército franquista. El coronel Emilio Alzugaray sirvió en el ejército republicano, y su hijo, en el franquista como alférez provisional. Ignacio Cuartero Larrea, capitán de artillería en la Asturias republicana, fue fusilado al rendirse; mientras que su hermano Miguel llegó a general en el ejército franquista. El general Enrique Ruiz-Fornells, subsecretario en el Ministerio de la Guerra con Azaña, tuvo dos hijos militares, uno en cada bando. El comandante Jaime Solera, de Estado Mayor, demócrata liberal, permaneció fiel al Gobierno. Su hermano, también oficial, estuvo con los rebeldes.

Virgilio Cabanellas era general de división en Madrid, donde desempeñaba la jefatura de la 1.ª División Orgánica que incluía las provincias de Madrid, Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Badajoz. No se sublevó. Su hermano Miguel —a pesar de ser republicano y masón— se alzó en Zaragoza por estar en contra de la política del Frente Popular. Como general de división más antiguo tras la muerte de Sanjurjo, pasó a ser presidente de la Junta de Defensa Nacional. Por ello destituyeron y encarcelaron a Virgilio en Madrid. En el 34-35 Miguel fue diputado del Partido Radical de Lerroux, pero, como anticomunista, decidió unirse a los sublevados. No era partidario de entregar el poder a Franco. Cuando este lo consiguió, el 1 de octubre, puso a Miguel en un puesto meramente representativo, sin ningún mando. En mayo del 38 falleció, a los 66 años de edad. Parece ser que Franco se apresuró a conseguir toda su documentación personal. Guillermo Cabanellas, hijo de Miguel, estaba en Zaragoza el 18 de julio. Era republicano acérrimo, había participado en la sublevación de Jaca y fue candidato por el PSOE en las elecciones de febrero del 36. A pesar de ser hijo de Miguel, fue amenazado y escapó a Francia, luego a Uruguay y Argentina, donde finalmente se instaló.

Hubo casos curiosos como el del comandante (que llegó a general de brigada) Alberto Ruiz Moriones, nieto de Domingo Moriones Murillo, famoso general liberal de la guerra contra los carlistas y marqués de Oroquieta. Como Franco decidió que los oficiales y jefes de las unidades carlistas y falangistas fueran militares profesionales, Alberto mandó el Tercio de Zumalacárregui (en honor del famoso jefe carlista muerto en acción contra los liberales).13 Al otro lado se encontraba su primo, el general Domingo Moriones Larraga, que logró la cuadratura del círculo al ser aristócrata (heredero del marquesado de Oroquieta) y republicano a la vez. Mandó la fallida operación sobre Segovia en mayo del 37 en la que la aviación republicana bombardeó por error a sus propias tropas.14 Se quedó en España y pasó diez años en prisión. Murió en 1964, como marqués, y su hermana Máxima heredó el título.15 Era hermanastro de José Daniel Lacalle Larraga, que comenzó como capitán de requetés en la guerra y terminó como ministro del Aire con Franco entre 1962 y 1969.16

El requeté Javier Nagore también nos aporta datos sobre la división entre hermanos:

Aquello fue, muy en serio, una guerra entre hermanos. No se trata de una metáfora, sino de una verdad cruel que dividió familias, también de militares, y partió en dos el país. Los cinco hermanos Pérez Salas combatieron unos contra otros como oficiales profesionales. Cuatro sirvieron al Frente Popular: Joaquín, coronel de Artillería y luego general, se rindió en 1939 en Cartagena y fue fusilado; Manuel, teniente coronel de Infantería, también fue hecho prisionero por las tropas de Franco, en Valencia; Jesús, coronel de Infantería, cruzó los Pirineos al entrar los nacionales en Cataluña y marchó al exilio; José, comandante de Artillería, fue profesor de la Escuela de su Arma [del EPR]. Y del otro lado de la barricada, Julio, comandante de Caballería, mandó durante la guerra los tercios de requetés de Montejurra, de San Fermín, de Zumalacárregui y de Roncesvalles, fue condecorado con la Medalla Militar Individual y se retiró en la posguerra como teniente general. […] Hermanos contra hermanos, y más como regla que como excepción. Mariano Gómez-Zamalloa, laureado en la defensa del Pingarrón contra los comunistas de Líster, estaba casado con una hermana de los hermanos Leopoldo y Arturo Menéndez, destacadísimos militares frentepopulistas.17

Unamuno se alineó, con reservas y por eliminación, con los rebeldes. Permaneció en Salamanca, mientras sus hijos estaban en Madrid y luchaban en el EPR. Uno de ellos, José Unamuno Lizárraga, fue teniente de artillería. Su hermano Ramón luchó en el batallón Numancia, de las milicias sorianas de Madrid, y fue gravemente herido. Los hermanos Augusto y Camilo Barcia Trelles, abogados asturianos, estuvieron uno en cada bando, Augusto fue ministro republicano y Camilo, falangista.18 El derechista de Acción Católica Ángel Herrera Oria tenía un hermano que era general republicano y otros dos (uno de ellos jesuita) presos en el Bilbao republicano.19 José Laín Entralgo fue dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y director de la escuela de formación de comisarios políticos del EPR. Su hermano, Pedro Laín Entralgo, médico falangista, trabajó en el Servicio Nacional de Propaganda. Cada uno de los hermanos Machado estuvo en un bando. El falangista Ridruejo y Azaña habían estudiado los dos Derecho en el elitista y selecto centro de los Agustinos de El Escorial. Como era verano, época de vacaciones —de «permiso», como se decía entonces—, el golpe pilló a cada uno donde le pilló. Algunos pudieron huir, otros no.

Según Seidman, en Madrid, con un millón y medio de habitantes, solo se presentaron voluntarios diez mil milicianos. Eso sí, salieron en muchas fotografías porque a los corresponsales extranjeros les resultaba muy exótico. En Barcelona acudieron dieciocho mil, pero solo fueron a Aragón unos pocos miles. El resto se quedó en Barcelona. En total, se calculan entre ciento veinte y ciento cincuenta mil voluntarios republicanos y unos cien mil nacionales en una población de veinticuatro millones de personas.20 Y ya sabemos que muchos contrarios se presentaban voluntarios para no llamar la atención o para poder pasarse (cambiar de bando).

Se habla mucho del Ejército de África, pero las matemáticas están ahí. En agosto, septiembre, octubre y noviembre del 36 pasan de África a España las seis banderas legionarias existentes (entre cuatrocientos y seiscientos por bandera) y nueve tabores de regulares marroquíes —tabor significa ‘quinientos’ en árabe—. A unos quinientos tirando por lo alto cada unidad, suponiendo que estuvieran completas, un total de siete mil quinientos soldados. Eso sí, muy combativos y preparados. Al final de la guerra había dieciocho banderas legionarias (no más de doce mil efectivos), por lo que el protagonismo numérico que se les atribuía desde el otro bando es parte del mito. Los efectivos de regulares sí aumentaron mucho, hasta unos sesenta o setenta mil dependiendo de la fuente.

Según Georges Steer, corresponsal del Times, el coronel Alberto Montaud, jefe del Estado Mayor del ejército vasco, le dijo: «Nuestros campesinos, si quiere oír la verdad, están de corazón más con el enemigo que con nosotros». De hecho, muchos de sus componentes nacionalistas se integraron en el ejército franquista tras la ocupación de Vizcaya. No fue el caso de los sindicalistas, socialistas y comunistas, que se retiraron a Santander y Asturias.

Siguiendo a Seidman, llegó un momento en que los republicanos no podían castigar a los que se ausentaban sin permiso y no regresaban, o regresaban tarde, porque hacerlo hubiera reducido notablemente sus efectivos. Muchos desertaban y se pasaban al enemigo cuando sus pueblos de residencia caían en manos de los rebeldes. De nuevo la lealtad geográfica. Como sus familias ya no podían ser castigadas por los republicanos, y ellos podían ser avalados, consideraban llegado el momento de cambiar de bando.

Además de la lealtad geográfica, un aspecto consustancial a muchos seres humanos es el de ponerse de parte del vencedor. Uriel, el mencionado doctor de izquierdas que estuvo detenido un tiempo en Zaragoza, una vez liberado actuó como médico, movilizado, con los franquistas. Explica la lealtad geográfica de forma muy clara: «En la guerra civil española, los combatientes habían quedado asignados a uno u otro bando no por motivos ideológicos, sino por razones puramente geográficas. Las deserciones eran frecuentes, aunque no tanto como podía suponerse».21 Cuenta que una noche los republicanos de la posición de enfrente preguntaron al capitán nacionalista por su café. Resultó que el asistente (sirviente) de este oficial se había pasado y no le llevaría la bebida a la hora acostumbrada. Al revisar el macuto del desertor encontraron una carta para el capitán: «En la nota explicaba que se había visto obligado a desertar después de su último permiso. En su pueblo había sido amenazado por rojo y no quería seguir la suerte de algunos de sus familiares, que habían sido muertos por los falangistas. Añadía algunas frases de afecto para su capitán, al que sentía mucho dar ese disgusto». El oficial comentó: «Esa no es una razón para marcharse. Bastaba con que me hubiese hablado con franqueza; yo le hubiera protegido en cualquier circunstancia. Nadie se habría atrevido a tocarle».22

Es preciso reconocer que los militares del bando rebelde en general fueron respetuosos con las ideologías de sus subordinados siempre que cumplieran con su deber y obedecieran. Se basaban en la filosofía legionaria del «nada importa tu vida anterior». Otra cosa era si caían en manos de falangistas o requetés fanáticos. De hecho, Uriel, mientras estaba detenido, temía que lo pusieran en libertad cuando llegaban los falangistas, quienes habitualmente se los llevaban para darles el paseo, lo mismo que ocurría en las cárceles de la zona gubernamental cuando los que liberaban eran los milicianos. En ambos casos se acababa muerto en una cuneta. Los militares, tanto franquistas como republicanos, fusilaban casi en el acto, tras juicios o consejos de guerra sumarísimos por desobediencia, cobardía o intento de deserción, con arreglo al terrible Código de Justicia Militar (que ambos bandos compartían) en tiempo de guerra y que permitía incluso disparar directamente a quien flaqueaba frente al enemigo.

En relación con la división de familias, Ignacio Yarza Hinojosa, requeté catalán, que primero fue movilizado por el EPR, relata:

Procedente del hospital se incorpora el Capitán de la Compañía D. Tomás Segura Brotons. Es valenciano, de estatura media, cara redonda, colorada y gruesa nariz, con pelos en la punta. Barba cerrada y aspecto de «venir del huerto». Estaba de guarnición en Pamplona al estallar la guerra y tenía el grado de Brigada. Unos días antes de que empezara la guerra, mandó a su mujer a Valencia para que diera a luz, en casa de sus padres y quedaron separados antes de saber si era padre. Ahora no sabe si, a lo peor, es viudo. Aunque con condicionamientos diferentes, se encuentra un poco como yo, sin saber la suerte que ha corrido su familia. Por ser el oficial de mayor graduación, pasa a mandar el Batallón cesando el que lo mandaba accidentalmente, Teniente Ayudante D. Ildefonso López Arteche. Tenemos un muerto y un herido.23

Como se ve, tampoco andaban sobrados de oficiales, y un teniente llegaba a mandar un batallón (quinientos a ochocientos hombres) en lugar de una sección (veinte a cincuenta).

El diario El Socialista del 19 de julio convirtió al capitán piloto Antonio Rexach en héroe del Gobierno. Ese mismo bando mató a José, su hermano, teniente coronel de artillería, a finales de agosto del 36 porque en el 31 se había opuesto a la quema de edificios religiosos, de la misma manera que paseó a dos hijos de Antonio de 20 y 18 años de edad.24 ¿Lucha de clases o estupidez?

César Lozas comenta que era republicano pero vivía en Salamanca, por lo que se tuvo que incorporar a filas cuando lo llamaron para evitar que su padre, médico, también republicano, fuera objeto de nuevas represalias pues había sido detenido y liberado después, pero con una multa. César argumentaba que, como no había comisarios políticos en el ejército franquista, el adoctrinamiento que se les daba era muy limitado:

Se les decía que España estaba en peligro, que había que salvar a la patria […] a su modo de ver, había una cosa que aliviaba esa resignación. Los campesinos se consideraban parte de un ejército victorioso. A resultas de ello, su objetivo personal era participar en la conquista de alguna capital: Madrid, Barcelona, Valencia. Para muchos de ellos, que jamás habían salido de su aldea antes, esto les brindaba una luminosa esperanza para el futuro.25

El nivel de vida de los campesinos nacionalistas, pequeños o minúsculos propietarios de mala tierra, era parecido o inferior al de los obreros o jornaleros, pero era su propiedad y sabían que en Aragón los anarquistas obligaban a ingresar en colectividades, y no estaban dispuestos a consentir que otro decidiese qué hacer con su pequeño terruño.

Juan José Sanz Jarque, un turolense que vivió la guerra de niño, habla de la angustia de los que tenían hijos en el frente y, muchas veces, frente a frente:

… esta preocupación se agravaba en familias como la nuestra, con hijos, cual le ocurría a mi abuela, [con] soldados en uno y otro ejército. […]26 Nuestra familia estaba sin noticias de los hermanos de mi madre; del tío José, que estaba en una bandera de Falange, y del tío Nicolás, en una unidad de los rojos en el frente de Madrid. Con mejor suerte, el tío Jesús, desorganizada su unidad en una de las retiradas de los rojos, se vino a casa sin que nadie, ni rojos ni azules, le dijeran nunca nada.27

Ángel Longarón Salcedo, un oscense de la CNT, recuerda:

Como anécdota diré que en la misma sección del teniente Rafael Otal [enemigo], iba un primo hermano mío llamado Carlos Loriente Salcedo que años después de la guerra me contó que él había estado en nuestro ataque de Lierta, y que había acompañado a Rafael durante toda su huida, que éste iba completamente hundido y desmoralizado, pero la anécdota está, en que la madre de mi primo, tía Saturnina, muy querida por mí, le había mandado un paquete desde Sta. María y la Pefia, que es donde residían, y que dicho paquete fue cogido sin abrir por uno de la Pefia; Por esto supimos que a nuestro primo Carlos lo habían puesto frente a nosotros en el mencionado combate, digo nuestro primo porque aquel día frente a él estábamos tres primos hermanos suyos: Emilio Loriente, Mariano Fafianas Loriente y el que esto escribe Ángel Longarón Salcedo. Así de cruentas e irracionales son las guerras y más las guerras civiles.28

El requeté José Fernández, del Tercio Isabel La Católica, de Granada, nos dice:

En el ataque republicano del día 6 de Octubre de 1938 en las posiciones del «Barranco de la Sangre» entre Bubión y Capileira, una granada de artillería produce cuatro muertos y tres heridos (uno de los cuales era mi Padre: José Fernández Pérez. Él nunca nos contó nada. Mi Padre tuvo a su Hermano mayor (mi Tío Paco) en las posiciones enemigas Republicanas en el mismo sector.29

Antonio del Rosal, jefe falangista, era hijo de un teniente coronel leal:

Para infiltrarse se eligió fundamentalmente la CNT porque Antonio del Rosal era hijo nada menos que del jefe de columna confederal, Teniente Coronel Del Rosal y podía presentar un carnet de la CNT de 1932. Pero la verdad es que Antonio era falangista y se hizo con un carnet falso de Oficial de complemento con el que se movía, ayudado por su apellido también, en centros militares.30

Por su parte, el general comunista Cordón nos comenta:

Días después [de la toma de Belchite], por dos conductos distintos e independientes, lo que me hacía creer en la veracidad de la noticia, recibí una dolorosa información: mi hijo mayor, Antonio, que aún no había cumplido los 18 años y que, movilizado por los facciosos, figuraba entre los soldados que luchaban en contra de nosotros en las trincheras de Aragón, había resultado gravísimamente herido en la cabeza. Durante bastante tiempo los médicos temieron que quedase ciego, pero felizmente no fue así.31

Cordón afirma que su hijo fue movilizado, es decir, obligado. Debe ser duro para un dirigente comunista reconocer que su propio hijo está luchando a favor de los rebeldes. El reemplazo del 40, al que pertenecía dicho joven, no fue movilizado por los nacionales hasta febrero del 38, mucho después de lo de Belchite, y eso para los nacidos en enero, febrero o marzo de 1919. Cordón miente mucho en sus memorias, pero hacerlo sobre su propio hijo… Debe ser que se presentó voluntario y, claro, eso no lo podía admitir su conciencia. No en vano fue ascendido a general en enero de 1939, un regalo para los «mejores». Pasó al ejército soviético y, en 1944, le nombraron también general de la URSS. ¿Le deberían algún favor? Curiosamente, aparte de esa referencia, no vuelve a hablar de su vástago en el resto de sus memorias.

El hijo de Largo Caballero, Francisco Largo Calvo, cayó en manos de los militares rebeldes pues estaba realizando el servicio militar como soldado de cuota (los privilegiados que pagaban para elegir destino, no ir a África, y estar movilizados durante menos tiempo). Le mantuvieron toda la guerra como prisionero y recibió un buen trato, según dijo él mismo, a pesar incluso de que había participado en la Revolución de Octubre de 1934 y habiendo estado en prisión por ello. Tras la guerra fue liberado y marchó a México, donde se dedicó a los negocios.

Un caso espeluznante que ilustra la sinrazón y demuestra la irracionalidad de todas las ideologías totalitarias es el relatado por el canario Prudencio Doreste en Ocho meses de campaña. Cuenta su paso por la Península como falangista voluntario, dedicado a vivir estupendamente, a emborracharse en retaguardia y a quejarse porque durante una semana tuvo servicio de vigilancia en un lugar frío. Fue de los que actuó en pueblos de retaguardia… Lógicamente, transmite una versión edulcorada de su actuación. Así relata su estancia en Domingo Pérez, un pueblo de Toledo:

En Falange de Domingo Pérez militaba un muchacho que, por su conducta ejemplar, era querido por todos sus compañeros. Además, verdadero falangista, sentía el credo de Falange con todo el corazón. Siempre estaba dispuesto a la cooperación voluntaria y allí, donde había que prestar un servicio de peligro, nunca faltaba. […] Uno de aquellos días, por una confidencia, se nos puso sobre la pista de uno de los rojos más peligrosos de la comarca. Y, daba la desgraciada casualidad, que aquel individuo era precisamente el padre del falangista, cien por cien, como hoy se dice. Nosotros, que conocíamos bien al camarada; que sabíamos de sus buenos sentimientos y de su bondad como hijo, sentimos de veras aquella circunstancia. […] El padre cayó en nuestro poder y el hijo no tardó en enterarse de cuanto ocurría. Fue condenado a muerte como no podía menos de suceder dada la historia negra que pesaba sobre él. Con absoluta indiferencia acogió el reo la fatal noticia. Ni siquiera en esos instantes en que generalmente se ablandan los corazones más duros, hizo la más leve alusión a su hijo. Este, sin embargo, aún sin saber la completa realidad, parecía reflejar en su rostro, triste, el presagio del fin de su padre. […] Llegada la hora de la ejecución nadie se encontraba con arrestos necesarios para comunicarle al hijo, verdadera víctima, la noticia. ¡Era muy duro aquello y nosotros estábamos destrozados por el sentimentalismo! ¡No lo podíamos remediar! Pero, por fin, alguien se decidió y el desgraciado camarada, con la gran entereza que debe distinguir al falangista, llorando interiormente, nos solicitó una concesión que puso de relieve sus buenas dotes filiales: la de que, una vez cumplida la sentencia, le fuera entregado el cadáver de su padre para darle cristiana sepultura. Así se hizo.32

El falangista Corniero cuenta un caso más terrible sucedido en Valladolid:

Ese es Josechu, el flecha [miembro de las juventudes falangistas de entre once y quince años de edad] de Valladolid, que dio cuenta a las milicias de dónde estaba un grupo de rojos escondido, entre ellos, su padre. Bien; pues a todos nos ha parecido poco menos que un héroe, este Josechu: Pero yo me estoy ahora preguntando hasta qué punto el ardor patriótico no debe ceder ante los sentimientos naturales.33

Quizás el caso más espectacular fue el de los hermanos Franco. A Ramón, que era piloto, se le concedió la Medalla Militar individual en 1924. Se hizo famoso por atravesar el Atlántico Sur en el Plus Ultra en 1926. Era republicano y revolucionario. Conspiró contra Alfonso XIII y fue sancionado. Con la llegada de la República fue diputado de Izquierda Republicana de Cataluña. Se llevaba mal con su hermano Francisco; con buena parte del Ejército y con muchos de los políticos republicanos, entre ellos Azaña.

Cuando el golpe del 18 de julio estaba fuera de España, como agregado militar en la embajada española en Washington. Preguntó a Azaña si deseaba que regresara y el presidente le respondió negativamente. Pensaba que se quedaría allí. Por otra parte, se enteró de que su amigo Ruiz de Alda había sido asesinado en Madrid. Enfadado, decidió cambiar de bando. Su hermano le nombró jefe de la aviación en Baleares. A Kindelán, jefe de la aviación franquista, y enemigo acérrimo de Ramón, no le gustó nada y escribió una carta a Francisco Franco en la que le decía:

La medida, mi general, ha caído muy mal entre los aviadores, quienes muestran unánime deseo de que su hermano no sirva en Aviación, a lo menos en puestos de mando activos. Los matices son varios: desde los que se conforman con que trabaje en asuntos aéreos fuera de España, hasta los que solicitan sea fusilado; pero unos y otros tienen el denominador común de rechazar, por ahora, la convivencia, alegando que es masón, que ha sido comunista, que preparó hace pocos años una matanza, durante la noche, de todos los Jefes y Oficiales de la Base de Sevilla y sobre todo que, por su semilla, por sus predicaciones de indisciplina, han tenido que ser fusilados Jefes, Oficiales y Clases de Aviación.34

Parece ser que cuando llegó a Mallorca nadie le dio la mano y sufrió graves depresiones. Dos años después de su llegada, en octubre de 1938, murió en un extraño accidente de vuelo todavía sin aclarar.35

El periodista anarquista Toryho relata una comida con Durruti y Ramón años antes de la guerra, en la que se evidencia cómo los anarquistas tenían que sujetar las ansias revolucionarias del aviador:

Comimos langosta con esplendidez. A media comida tomó la palabra Franco. Habló con calor y con ímpetu. Le brillaban los ojos negros como dos moras. Se le enrojecía el semblante. ¿Qué decía con tanta vehemencia? Pues que las cosas no podían continuar así; que de una vez por todas había que ir a la revolución para darle a España otra fisonomía política y económica, llegando a esta conclusión: Ya tengo yo trazado el dispositivo de la revolución que hay que hacer. Solo necesito vuestra ayuda… Bueno, no te apresures —decía Durruti, intentando calmarlo—; no tengas tanta prisa… ¿Cómo que no tenga tanta prisa? ¿Para cuándo lo queréis dejar? ¡El tiempo pasa y tenemos que impedir que pase en balde! […] El comandante Franco —ellos le decían afectuosamente Ramón— hablaba nervioso, vehemente e indignado por la cachaza de los demás. Hasta García Oliver, apasionado e impetuoso como él, le recomendaba sosiego: Ramón, con la revolución no se puede jugar. ¿Y quién habla de jugar? ¡Hablo de hacerla! —replicaba el fogoso aviador y revolucionario con acento cortante—. Mira, Ramón —terció Durruti—, la revolución exige muchas cosas, entre ellas organización, preparación, armas y oportunidad. Y nada de eso se improvisa. Estamos tan convencidos como tú de que los gerifaltes republicanos no quieren revolución alguna; tenemos la firme convicción de que se hallan muy satisfechos con haber cambiado la Marcha Real por el Himno de Riego, y no desean cambiar nada más. Nosotros queremos. Nosotros queremos la revolución, pero conviene andar con tiento. No te apasiones tanto, serénate y nos entenderemos todos.

¿Y tú eres un revolucionario? —rugía Ramón más que airado—. ¡Tú eres un «bombero»! [que pone bombas, terrorista en el lenguaje actual] […] Ramón Franco era un ardoroso revolucionario extrovertido y superlocuaz, que mantenía cálida amistad con Durruti y los compañeros de su grupo. Reunía las excelentes cualidades del hombre de acción, pero no gastaba mucho tiempo en la tarea de discurrir. Cuando se convenció de que los anarcosindicalistas no estaban dispuestos a acompañarlo en el «dispositivo revolucionario» preparado por él, fundó un partido político de acción subversiva que quitaba el sueño a los gobernadores de las provincias andaluzas, zona en la que desenvolvía su actividad. Lo llamó Partido Social Ibérico, y en él le acompañaban algunos militares, retirados del servicio activo, de los que estuvieron en Jaca con Fermín Galán, como él impacientes e impetuosos.36

El teniente artillero republicano López relata la rendición en Villar de la República, como se denominaba a Villar del Arzobispo durante la guerra: «Con las tropas ocupantes venía un teniente de caballería que volvió la cabeza hacia otro lado al reconocer a su hermano, el mayor Sevilla».37 Según López, el mayor Luis Sevilla era teniente de la Guardia Civil en Valencia al comenzar la guerra; en abril del 38 capitán y después mayor. Fue condenado a muerte, se le conmutó la pena y salió enseguida de la cárcel. A mediados de los 40 montó una fábrica de bombillas en León y después dirigió una empresa hasta su muerte en 1977.38 También nos cuenta López que en ese pueblo hubo oficiales republicanos que vivieron en casas donde había gente escondida:

Los tenientes de Intendencia Martínez y Benet habían vivido con sus esposas en Villar de la República, en casa del señor Vicente Llatas, en la que permaneció escondido, desde el principio de la guerra, el hijo mayor sin que se enteraran ni sospecharan nada. Aquel mismo día 30 en que entraron las tropas ocupantes, salió de su escondrijo. Estaba pálido, demacrado, parecía de cera. No hacía más que hablar y hablar sin parar pero en voz muy baja, como con miedo. De pronto se daba cuenta de que ya no había peligro, y entonces levantaba la voz. Era uno de tantos jóvenes que se escondieron durante la guerra para no ir al frente o que temían por sus vidas.39

Al terminar la guerra, en lugar de familias en los dos bandos, hubo familias con miembros entre los presos y entre los guardianes. López estuvo preso en el cuartel de Santa Clara, en Soria: «El jefe de la prisión era el teniente retirado de la Guardia Civil Manuel Almoguera Hornedo, y en la misma prisión se hallaban recluidos dos hijos suyos, Agustín y Luis, que habían sido tenientes de Carabineros y habían luchado con el ejército republicano».40

Aunque hubo algunos a los que la familia les importaba poco, como le ocurría al jefe del batallón anarquista Malatesta en la retirada de Bilbao: «Su última acción antes de retirarse fue prender fuego a la iglesia. El jefe del batallón sabía muy bien que el cura simpatizaba con los nacionales: era su hermano».41

Hubo también muchos franquistas cuyos hijos serían más adelante izquierdistas significados: Guerra, Chaves, Rubalcaba, etcétera. El padre de Alfonso Guerra participó muy activamente en la defensa de la Maestranza de Artillería de Sevilla, lugar decisivo para que triunfara el golpe en esa ciudad. El de Manuel Chaves fue coronel del ejército de Franco, lo que no fue óbice para que, en un mitin, el 24 de febrero del 2008, Manuel dijera: «Tenemos que ganar, porque se lo debemos a nuestros padres y abuelos, que lo pasaron muy mal durante el franquismo». El de Alfredo Pérez Rubalcaba era aviador también del bando sublevado.42 Respecto a Antoni (Toni) Comín Oliveres (de ERC), el exconsejero de Salud de la Generalidad de Cataluña que huyó a Bélgica con Puigdemont, podemos leer:

Nieto de Jesús Comín Sagüés, amigo personal de Franco, jefe supremo de la Comunión Tradicionalista de Aragón [requeté] y principal cabecilla de la sublevación armada contra la República en la ciudad de Zaragoza durante el atardecer del 18 de julio de 1936, su padre, Alfonso Carlos [también nombre del pretendiente carlista a la corona de España] Comín, un ardoroso falangista maño durante la primera juventud que luego evolucionaría hacia posiciones comunistas.43

Su padre, Alfonso Carlos, pasó del falangismo al comunismo… Antoni ha pasado del PSC a ERC.

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