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4 Intercambios… hasta de disparos

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La mayoría de la gente hizo lo que pudo para sobrevivir a esa sinrazón de unas minorías extremistas de ambos signos. Había que comer, fumar y vivir a pesar de todo. El tabaco es una adicción y su consumo solo sirve para no sentirse mal. Si uno es adicto y no tiene tabaco «no está para nada» y piensa en todo momento en lo que le falta. La mayor parte de la producción quedó en zona nacional. En la zona republicana subió mucho el precio ante la escasez y la abundancia de dinero. La gente fumaba lo que fuera. Eso sí, las fábricas de papel de fumar estaban en Alicante, con lo cual, los de la zona rebelde debían liar los cigarrillos con cualquier tipo de papel.

Evaristo Gil, de la 106.ª BM, escribe a Josefina Mor, de Sabadell:

Voy a decirte lo que me ha ocurrido hoy por estas trincheras. Como estamos cerca, hablábamos y se nos ocurrió acercarnos. Unos y otros hemos partido el camino y nos hemos juntado. Éramos cuatro de cada lado ¡cuatro falangistas y cuatro «rojos» fumando juntos! Es la primera vez que yo he hecho esto. Venían de calzado muy mal y con una medalla de la Virgen en el pecho. ¿Con qué fin hacemos esto? Ninguno. Tan solo el tabaco es el motivo. No es que la falta nos obligue a esto, pero vamos a fumar. Entre dos fuegos, mirándonos unos a otros de los altos montes, estuvimos un rato. Después cada cual a su trinchera y a pegar tiros. Es la guerra. Lo que demuestra que tienen más ganas de nosotros de terminar la guerra, no lo niegan. Les dimos unos periódicos, que enseguida escondieron, y que ahora leerán de escondidas.1

José Herrera Sánchez, salmantino, oficial de requetés, comenta en El Mundo el omnipresente problema del tabaco:

Aunque estaba totalmente prohibido hablar con el enemigo, nos saltábamos la regla a la torera para hacer intercambios con los rojos. Nosotros teníamos tabaco de la zona de Canarias, y ellos tenían papel de fumar porque lo fabricaban en Alcoy. Así que algunas veces hacíamos el intercambio, quedando entre trinchera y trinchera. Desde luego a quien le tocaba hacer el intercambio, lo pasaba fatal. Sabías que te estaban apuntando 100 fusiles. La noticia del fin de la guerra le llegó en las trincheras del Sector Cabeza de Buey, en la provincia de Badajoz, y junto con sus compañeros lo celebraron tirando bombas de mano y pegando tiros como en el Oeste.2

José Luis Rodríguez Viñals, que se incorporó al ejército franquista con dieciocho años, en 1938, estuvo sirviendo en la Casa de Campo en una época en que casi no se luchaba en esa zona. En una entrevista a sus noventa y tres años, recuerda:

Había zonas en las que nos intercambiamos naranjas, paquetes de tabaco o libritos de papel. Al cambiarnos comida, me llamaba mucho la atención el pan blanquísimo que tenían. Yo no sé si era de harina de arroz. Nosotros a cambio les tirábamos latas de sardinas. […] Yo creo que en los dos bandos estábamos deseando que aquello terminara, porque fue terrible lo vivido.3

Pedro Ortiz, de la 89.ª BM, escribe a Antonio Alba, de la 76.ª BM:

Antonio, sabrás que he estado parlamentando con los fascistas yo y otro muchacho de Jaén, con otros dos de ellos, que estuvimos liando tabaco, que ellos pusieron el tabaco y yo puse el papel, porque ellos gastan papel de estraza, y les di tres carteras de papel Bambú, y me dijeron que a ver si podía llevarles un poco de arroz, que hace más de un año que no lo prueban y cuentan que están muy hartos de guerra, pero qué van a hacer, que están obligados.4

En la zona republicana se llegó a pagar hasta diez pesetas por un cigarrillo y mil quinientas por un kilo de tabaco. José Escribano de la 181.ª BM, pregunta a Laureano Pérez, de la 76.ª BM: «… me dirás si a vosotros os dan los fascistas vino y tabaco, que ayer nos juntamos 18 entre las dos líneas y nos dieron tabaco y coñac y nos cambiaron la prensa y quisiera que los hubieras visto, sin tirar ni un tiro y el abrazo que se dieron».5

Una de las más sonadas confraternizaciones tuvo lugar no en un frente remoto y tranquilo, sino en pleno Puente de los Franceses de Madrid, donde pocos días antes ambos bandos se habían batido con inusitada ferocidad. En cuanto terminaba una batalla no se tardaba en reanudar los cambios y trueques. Según Corral, el 1 de junio del 37 unos soldados republicanos que estaban de guardia por la noche se dedicaron a hablar con los franquistas y les propusieron un intercambio. La noticia se difundió y al final se juntaron unos doscientos soldados republicanos y unos cien nacionales, requetés, capitanes, tenientes y alféreces incluidos. El capitán republicano, que sin capacidad para evitarlo acabó participando, se encontró con un oficial conocido del otro bando. Los capitanes intercambiaron coñac, cerveza y puros; el del EPR fue detenido y sometido a juicio, siendo condenado a dos años de cárcel por: «negligencia, falta de carácter y por incumplimiento de órdenes de sus superiores». Un soldado nacional entregó una breve y rápida nota a otro republicano para su novia que vivía en Cataluña (que sigue en el expediente): «Querida Rosa: Hoy en este frente somos todos hermanos, bebiendo una botella de cognac con los camaradas que tan buenos son. Espero vernos pronto. Abrazos. José Gómez. Rosa Llovet. Calle Capitán Galán, 4. Cardona, Barcelona». Corral titula acertadamente el capítulo: «Los franquistas asaltan el Puente de los Franceses armados de tabaco y cognac».6 Lo que no habían logrado las armas se consiguió con cigarros y botellas.

Otros, en lugar de cambiar, cada día se turnaban para invitar a comer, como contaba Mariano Garrido, de la 147.ª BM, a Lola Barrena, de Murcia:

Lola, en este frente donde estamos es una guasa lo que pasa, pues el otro día vinieron de aquel lado a este 20 y de aquí allí 20 y estuvieron todos hablando y después cada uno a su sitio, y hace tres días vino un Sargento y comió aquí y uno nuestro fue aquel sitio a comer allí, y de vez en cuando dicen que no tiremos que ellos no tiran, ya te digo que aquí estamos tranquilos.7

José Villegas, de la 76.ª BM, escribe a José Antonio Villegas, de El Llano (Almería): «… hay fabrica de aceite que está en medio de las dos líneas, algunas noches van y se traen el aceite y con calderilla y plata [el papel moneda de una zona no servía en la otra] se compra tabaco a los fascistas…».8 Lo de aprovechar lo que había entre las líneas ya vimos que se dio con mucha frecuencia. Si no había una gran batalla en curso, los frentes solían ser muy tranquilos:

Tras la batalla de Brunete las prácticas de vive y deja vivir —por ejemplo intercambiando periódicos— también se reanudaron en la región de Madrid. El final de Brunete inició un periodo de un año durante el cual, el centro, como los frentes de Andalucía y Extremadura, se volvieron inactivos… un destino en el Ejército de Extremadura era uno de los mejores destinos que podía conseguir un oficial.9

Lo mismo ocurrió tras la batalla del Jarama:

En el frente del Jarama, mucho después de la famosa batalla, tanto republicanos como nacionales ritualizaron los intercambios de artillería. Cada lado disparó doce mil disparos al otro sin causar ni una sola herida. Para acabar con la costumbre, ahorrar municiones y reducir el deterioro de los cañones el comandante del batallón hizo la pacífica pero económica recomendación de ignorar el fuego enemigo salvo si el objetivo estaba bien visible y a tiro. Disparar para promover la apariencia de guerra era algo generalizado e indicaba la falta de ganas de ambos lados de enzarzase en una verdadera acción ofensiva.10

Se cambiaba de todo. Hubo incluso un caso en que los republicanos devolvieron una bandera que habían perdido los requetés en un ataque por la sierra del Espadán: «… fueron asaltados por Lácar [el tercio requeté de Lácar], sin resultado. Bueno, a costa de muchísimos muertos y heridos (allí, arropado en su bandera, moría el abanderado de la 1ª Compañía del Tercio —Jerónimo Iturgáiz, de Mañeru—, bandera que —¡honor a los valientes!— fue devuelta por los rojos); tantos que el Lácar quedó al mando del teniente Astiz [debía estar al mando de un teniente coronel, tres grados más]».11

Si no se fiaban lo suficiente de los de enfrente se utilizaban perros para los intercambios:

… se pasaba del cuerpo a cuerpo a la confraternización: Mientras hacía fuego por una tronera, un republicano que había entrado en la trinchera se le echó encima por la espalda con la bayoneta, pero él al volverse fue más rápido y lo atravesó con la suya, dejándolo muerto. En otros momentos más distendidos, se confraternizaba con el enemigo. Recuerda especialmente cómo se conseguían los cigarrillos. […] Como nadie se fiaba, unos y otros adiestraron dos perros, uno por cada bando, que provistos de talegas [bolsas alargadas de tela fuerte] y correajes cruzaban de unas trincheras a las de enfrente llevando la mercancía. Todo lo cual se hacía de espaldas a los mandos, que mosqueados le preguntaron un día cómo era que siempre tenía papel, a lo que respondió «¡Ah!, yo siempre tengo reservas!» De su estancia durante el asedio le viene a la memoria los problemas de salud que tuvieron. Cogió las fiebres palúdicas, también llamadas tercianas por aparecer cada tres días. Por todo ello fue evacuado durante una temporada a Galicia.12

Ni siquiera el ancho Ebro era obstáculo para el intercambio. El republicano Mario Vidosa recuerda:

Teníamos unas chabolas a la orilla del río, en la trinchera. La nuestra tenía humedad hasta tal punto que estaba todo empapado. Para dormir nos tumbábamos en un colchón lleno de pulgas pero no había otro remedio que dormir en él. Estábamos viviendo unos momentos de tranquilidad relativa lo que permitía hacer algunas cosas que en tiempo de guerra parecían inverosímiles. En nuestra compañía teníamos un soldado que iba nadando hasta la mitad del río y allí se encontraba con otro soldado de la zona enemiga e intercambiaban cosas como tabaco, cerillas, papel de fumar y alguna que otra noticia.13

Otros afortunados tenían barca. El republicano Josep Piñol Queraltó (1920-2009) contaba:

… una anécdota real es que muchos días por la noche cantaban ellos que debían ser maños, cantaban jotas; y una de las veces hicieron un trato: de ahí pasaríamos papel (de fumar) para allá y ellos nos darían tabaco. De esto soy testigo. Uno pasó con una barquilla y los de aquí con otra barquilla, y se encontraron en medio del río para hacer el cambio […] y cada uno volvió a su lado. Esto pasó y de ello soy testigo.14

El médico republicano Tarrés no olvida el 16 octubre del 38 en Torres de Segre:

Este mediodía, previo un acuerdo con los soldados del ejército de Franco, los nuestros y ellos han cruzado el río, se han abrazado, condenando la guerra, se han intercambiado algunos periódicos, los nuestros les han dado una botella de champaña y ellos una botella de coñac Domecq y cigarros. Han charlado unos diez minutos y cada uno ha regresado a su lugar.

En el mando ha habido mucho jaleo porque esto está prohibido. He tenido ocasión de leer la prensa que han traído. Eran ejemplares de «Heraldo de Aragón», «El Ideal Gallego», una revista para los soldados «La ametralladora» y algún otro que no recuerdo.

Para nuestra tropa esto ha sido un acontecimiento y demuestra de una manera palpable el deseo que tenemos todos de que la guerra se acabe, deseo que, sin duda, tienen también los hermanos de la trinchera de enfrente.

Se ha dado orden severísima de que esto no se repita. En caso de reincidir, el que lo hiciese sería fusilado por la espalda. Nos han dicho que con el enemigo no ha de haber otro contacto que el fusil y la ametralladora.15

El socialista Vidarte refiere una visita al frente de la Universitaria:

La madrugada despejaba las pesadillas y a veces se oían diálogos tan pintorescos como fraternales.

—¿Tenéis vino?

—Nos sobra.

—Os cambiamos una bota de vino por cuatro quesos.

Convenido el pacto, de las trincheras republicanas salía a cuerpo descubierto un emisario con una bota de vino y de las trincheras enemigas otro valiente con los quesos. El trueque se verificaba a mitad de camino y bajo la mirada de cientos de fusiles de uno y otro campo. Jamás hubo traición, me cuentan. Por encima de la Convención de Ginebra, en la Ciudad Universitaria se había establecido un convenio de lealtad en el combate que era un paliativo en el odio implacable de la guerra.16

Como los marroquíes no se relacionaban mucho con los republicanos y, además, estos no disponían de kiffi o kif —hachís menos elaborado— para cambiar, el mando franquista se preocupó de que no les faltara. Así, en un documento podemos leer: «Se remite al Ministerio de Hacienda instancia […] solicitando autorización para traer a España dos mil kilos de papel de fumar y 800 de kif».17 El Gobierno franquista dedicado al tráfico de hachís…

Tierra de nadie

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