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Hablar para convencer
ОглавлениеAdemás de la descarga emocional que supone el insulto, ambos bandos trataban de convencer al enemigo de que se pasara o de que no luchara. Era la guerra psicológica antes de que la llamaran así. Los actores principales eran los comisarios políticos y los capellanes, aunque participaba cualquiera. Después ambos bandos crearon unidades de propaganda que trataban de influir sobre el enemigo aprovechando que compartían la misma lengua, la misma cultura y las mismas costumbres y anhelos.
El Estado Mayor del Cuartel General de Franco creó un Batallón de Propaganda donde se encuadraron las compañías de radiodifusión ya existentes. Eran distintas a las compañías de transmisiones por radio, dedicadas a enlazar las diferentes unidades y pertenecientes al arma de Ingenieros, especialidad de Transmisiones. Se intentaba, aprovechando la confraternización, sacar más rendimiento de los discursos espontáneos.
Ambos bandos también intentaron formar locutores. Los franquistas vieron que en el avance sobre Lérida tenían mucho éxito y lograban que se pasaran gran cantidad de soldados del EPR, por lo que aumentaron las radiodifusiones con altavoces (Equipo Móvil de Altavoces del Frente n.º 3). Ya no eran soldados espontáneos los que hablaban, sino especialistas, e incluso, el 9 de agosto de 1938, habló el jefe de la brigada que cubría la zona de Balaguer. Se utilizaban camiones con un altavoz gigantesco que se colocaba lo más cerca posible de las líneas enemigas.
En las contestaciones se aconsejaba evitar el enfrentamiento directo y utilizar un tono irónico. A veces los intercambios verbales acababan mal y se disparaba al altavoz, por lo que el empleo no estaba exento de riesgos. Así, el libro Balas de papel, de José Manuel Grandela, nos ofrece un parte del alférez encargado de las emisiones referidas al primero de agosto de 1938: «Agosto 1.-Emisión en el frente de Menarguens. El enemigo hizo mucho fuego durante la emisión. Hubo un herido al lado del altavoz».20 En ocasiones los de enfrente tenían bien medidas las distancias y, cuando disparaban, lo hacían con eficacia. Según Grandela, la 3.ª Compañía de Propaganda y Radiodifusión tuvo un 20% de bajas entre sus oficiales y un 18% entre su tropa. Como funcionaban, se aumentaron las plantillas y en septiembre de 1938 se convocó un oposición de cuarenta plazas para realizar un curso de «locutores de trinchera» de veinte días de duración al que podían acceder soldados, clases y suboficiales de cualquier cuerpo o arma. Es de notar que no se pudieran presentar oficiales, algo lógico dada la penuria de estos grados.
Los republicanos también lo hicieron y establecieron escuelas de oradores. Se daban instrucciones concretas sobre cómo contestar al enemigo:
Desde casi todas las posiciones se habla por las noches al enemigo. Estos «discursos» tienen que variar de tono. Nunca se debe insultar a los que están luchando contra nosotros a la fuerza, muchos engañados […] Los últimos soldados que se han pasado a nuestro campo declaraban que producían muy mal efecto ciertas frases groseras. […] cuando los fascistas contestan insultando, nosotros debemos poner de relieve este hecho explicando a sus combatientes que los insultos obedecen a su escasez de argumentos.21
Los discursos llegaron a tal nivel que en ocasiones los enemigos aplaudían al orador o seguían sus vivas. Los oradores franquistas no tenían inconveniente en realizar sus charlas en valenciano o catalán si sabían que el de enfrente utilizaba predominantemente esa lengua.
También se intentaba convencer a la tropa propia, ya que se asumía que los obligados, en muchas ocasiones, no tenían nada claro por qué luchaban, salvo para evitar un fuerte castigo. Así, los nacionales pensaban que
La educación moral de la tropa hay que atenderla con el máximo interés. Los conceptos de Patria, Bandera, Ejército, Familia, Religión, etc., han de ser temas de las repetidas conferencias que hay que facilitar a la tropa. En todas las posiciones habrá todos los días un momento que pueda dedicarse a este importantísimo asunto.22
Caballero, el capellán de la Legión, comenta que ya el 12 de agosto del 36 los nacionales bombardean en la sierra a los republicanos con octavillas y el 18 son los aviones republicanos los que lanzan pasquines en los que les echan en cara que: «matan conculcando el quinto mandamiento».23 En aquel momento se encontraba sitiado el Alcázar de Toledo y cuenta el capellán: «Los rojos nos chillan bulos, mentiras como catedrales. Según ellos cada día lo conquistan».24
Según García Serrano, otro capellán de la Legión, el padre Huidobro, solía hablar a los de enfrente en la Universitaria:
¡Atención, atención, soldados del frente de Madrid! Callen un momento los fusiles y hablen las razones. Si es de hombres empuñar las armas cuando las cosas llegan al último extremo, más es de hombres hablar y entenderse con razones. […] Sabían los marxistas que era un sacerdote quien les hablaba y, sin embargo, le escucharon con absoluto silencio.25
El que le escucharan con atención no evitó que muriera en acción de guerra. Cuando le pedían que se ocultara, «—¡Qué me van a matar! —respondía con tranquilidad e incluso ironía— ¿Quiénes me van a matar? ¿Los rojos? No hombre, no; los rojos no matan. La muerte la decide Dios».26 Había estudiado Filosofía en Madrid, con Julián Besteiro como profesor, quien le calificó con matrícula de honor. Se hizo jesuita. Su aspecto aniñado y empollón causó mala impresión entre los legionarios, que la modificaron al ver su valentía para atender a los heridos o darles la extremaunción. Prefería comer con los soldados a hacerlo con los oficiales como le correspondía. Herido el 9 de noviembre del 36 mientras auxiliaba a quienes requerían de sus servicios, no quiso ser evacuado y, como no podía ayudar, se dedicó a confesar a los más graves. Retirado tras la batalla, pidió enseguida el alta voluntaria y regresó a la posición del Clínico. El 11 de abril de 1937 murió por la metralla de un obús cerca del actual hipódromo mientras aliviaba a los heridos.
García Serrano también habla de los bombardeos de papel. Lógicamente trataban de difundir bulos y noticias falsas que minaran la moral del adversario:
A veces arrojaba paquetes de periódicos [un avión Breguet]. A mí me tocó ir a recoger un paquete de estos y de este modo pude enterarme, antes que nadie, de que habíamos sido desalojados de Somosierra, de que andábamos a tiros con nuestros oficiales, de que las vanguardias rojas estaban en Burgos y de que las calles de Burgos aparecían cubiertas de caballos muertos, como en las corridas de toros anteriores al peto.27
Usar un avión para esos menesteres era arriesgado por si el aparato era derribado. Por ello, con frecuencia se utilizaban pequeños cohetes que se lanzaban desde las trincheras opuestas con una pequeña carga propulsora y, en el lugar donde debía ir el explosivo y la metralla, se colocaban las octavillas de propaganda. Los nacionales comenzaron a responder, pero, en lugar de propaganda, introducían comida o muestras del rancho que consumían, para dar envidia al enemigo y minarle la moral. Los pasquines incluso se lanzaban envolviendo piedras o trozos de metralla, a mano o con hondas.
En las cartas también los hombres daban cuenta de esos intentos de convencer. José Gil, de la 147.ª BM, escribe a Josefa Asensio, de Sedaví (Valencia):
… pues no te puedes figurar lo cerca que estamos unos de otros pues casi todos los días uno de nosotros y de ellos se parten el camino y cuando se juntan, los nuestros les dan papel de fumar y cartas de escribir y ellos nos dan tabaco, pues no te puedes figurar las ganas que tengo de que se termine la guerra al ver estas cosas, pues por mucho que les decimos que se vengan con nosotros nos dicen que no porque si se pasan dicen que matan a su padres, mujeres e hijos, por eso ellos no se quieren pasar [No los mataban, pero sí, en ambos bandos los encarcelaban o los mandaban al frente para sustituirlos, como se ha explicado anteriormente].28
José Morcillo, de la 89.ª BM, escribía a Antonia Fruela, de Guadix (Granada): «Estas noches atrás dio una charla un fascista del otro lado y nos llamó hermanos proletarios, pronto nos daremos un abrazo en los pueblos y veremos a nuestros hijos y mujeres, porque no se hará esperar mucho tiempo».29 Como se puede comprobar, los oradores sabían qué palabras utilizar, como, en este caso, proletarios, para llegar al oyente, aunque estuviera en contra de su propia ideología. Y es que, como dicen los teóricos de la comunicación, lo que importa es el receptor.
Francisco Cavero, un zaragozano, alférez provisional en la Legión, aprovechando una enfermedad escribió un libro titulado Con la segunda bandera en el frente de Aragón. Memorias de un alférez provisional. Cuando regresó al frente murió de un tiro. Nos cuenta:
Cuando cesaba el ataque y los rojos, convencidos de su impotencia se retiraban. Campillo lanzaba al viento de la oscurísima noche, sus bravatas. «Venid aquí —gritaba—, esos canallas que os dirigen os están engañando miserablemente. Pasad a nuestras filaaaaas». Y algún Comisario político rojo, dándoselas de erudito, le respondía: «Los engañados sois vosotros. Las reivindicaciones del proletariado…» No terminaba nunca. Campillo odiaba a los «intelectuales», y cortaba rápido: «¡¡Bandidos, canallas, hijos de tal…, fuegooo!!» Desde luego que no sabía lo que eran reivindicaciones; ni quería saberlo.30
Eslava Galán, por su parte, relata:
En el frente de Oviedo se hace famoso, por aquellas fechas, el capitán Juanelo, jefe de la artillería republicana en la confusión de los primeros días de la guerra, hasta que se demostró que no era militar de carrera, como aseguraba, sino guardia municipal de Pola de Laviana. Juanelo, hombre de un valor rayano en la temeridad, suele encaramarse en el carballo de Santa Ana de Abuli, en tierra de nadie, para arengar al enemigo: ¡Fascistas! Dejad las armas y pasaros a nosotros, seréis bien recibidos y perdonados, ¡comeréis buenas fabes y beberéis buena sidra! Haremos entre todos una España obrera mejor. ¡Venid con el pueblo! Los rebeldes lo tirotean, pero Juanelo, aunque presenta un blanco fácil, con sus más de cien kilos, sale siempre indemne. Los tengo casi convencidos —se ufana al regresar a su trinchera—. El 27 de septiembre no tiene tanta suerte. Su cadáver queda colgado como un pelele de las ramas de un árbol hasta que se hace de noche y lo descuelgan. Le cuentan treinta y dos balazos. En su pueblo le rinden honores en el ayuntamiento y lo entierran con un gran funeral.31
No solo había discusiones más o menos espontáneas. En algunos lugares se preparaban concienzudamente. Gema Iglesias, en su tesis doctoral sobre La propaganda política durante la Guerra Civil Española, comenta:
Los servicios de propaganda republicanos realizaban emisiones destinadas al enemigo. La emisión se componía principalmente: de un resumen de la situación militar, de noticias del extranjero en las que se hacía hincapié del ambiente hostil que gozaba el bando franquista, una sección destinada a desmentir las informaciones publicadas por la prensa franquista, noticias del campo rebelde insistiendo en la miseria y el hambre que padecían en comparación con la zona republicana y llamamientos de diferente tipo pidiendo la rendición o la deserción.
Como no se podía evitar la confraternización, en el EPR se intentó utilizar en provecho propio y se dieron instrucciones concretas de cómo hacerlo en un Manual del Comisario:
En ciertos sectores de algunos frentes han ocurrido casos de estrecho contacto entre nuestros soldados y los del enemigo. En el curso de este contacto se han cambiado periódicos y aún cartas para las respectivas familias. En la mayoría de los casos estas relaciones se entablan por iniciativa de las tropas rebeldes. Creo necesario, acerca de este asunto, dar a todos los Comisarios, las siguientes indicaciones terminantes: 1ª.-Los Comisarios deben tomar las medidas necesarias para impedir el establecimiento de relaciones estrechas entre nuestras tropas y las del enemigo cuando estas relaciones hayan sido iniciadas por los rebeldes. Cuando en alguna unidad ocurran hechos de esta clase, los Comisarios están obligados a realizar una cuidadosa investigación con objeto de impedir que estos hechos se realicen en beneficio del espionaje o de la provocación dentro de nuestras filas. Los Comisarios deben explicar a los soldados que esta «fraternización» puede ser utilizada por el enemigo en su propio beneficio y contra el Ejército Popular. 2ª.-Es muy posible que la moral de las tropas rebeldes en algunos sectores sea tal, que pueda permitir el acelerar el proceso de desmoralización y desintegración de dichas tropas estableciendo contacto con ellas. Nuestro fin tiene que ser solamente uno: inclinar al mayor número de soldados enemigos para que se pasen a nuestras filas. […]. Madrid 17 de marzo de 1937. El Comisario general de Guerra, Julio Álvarez del Vayo.32
Una de las mejores formas de convencer es ofrecer. El 26 de diciembre del 36, el Gobierno republicano aprobó una orden que obsequiaba con cincuenta pesetas a los que se pasaran a sus filas, y con cien si lo hacían con su armamento. Además, otorgaba diez días de permiso con viaje pagado a su lugar de residencia. Lógicamente, se encargaron de difundirlo oralmente a las trincheras contrarias, recordando la diferencia de sueldos (cincuenta céntimos los rebeldes frente a diez pesetas en el EPR). El problema era que los soldados rebeldes estaban bien alimentados. Los republicanos, con el paso del tiempo, ni gastándose ese dinero conseguían comer adecuadamente. En la Universitaria, los republicanos intentaron dar envidia a los nacionales, semiaislados tras el Manzanares, contándoles el menú de la Nochebuena del 37:
¡Aló, aló! ¡Tropas de ese galimatías faccioso! Voy a reproducir el menú que esta noche se servirá en nuestras trincheras. República española, Parque de Intendencia de Madrid. Menú: Desayuno: café con leche, pan con mantequilla, galletas. Comida: tortilla de jamón, cordero asado con patatas, arroz con leche. Cena: fabada asturiana, carne con guisantes y jamón. Vinos. Se obsequia a los luchadores con los siguientes postres: turrón, dulces, peladillas, frutas, embutidos, café, cigarros, tabaco y coñac…33
En diciembre del 38 los franquistas prometían tres horas de siesta y una cesta de Navidad:
Venid y festejad con los españoles la fiesta de NAVIDAD Cada soldado recibirá como regalo: Una botella de sidra. Un paquete de galletas Artiach. 150 gramos de turrón. Un bote de leche condensada. Un paquete de peladillas. Un paquete de frutas escarchadas. Una cajetilla de tabaco. ¡Pasaos a nuestras filas! Vuestros dirigentes no os pueden dar de comer porque el oro que robaron lo tienen ya en el extranjero.34
Los republicanos también lanzaban octavillas con otras ofertas de cambio de bando:
¡Soldado de Franco! Te han dicho que nosotros matamos a los prisioneros. ¡Mentira! No somos asesinos. Somos españoles honrados y dignos. Lo primero que hacemos cuando tomamos un prisionero o se presenta un evadido es darle de comer, vestirlo con ropa limpia, acogerle con cariño, porque sabemos que es un engañado. El evadido es desde el momento que se presenta en nuestras filas uno más de nosotros. Si quiere quedarse en filas, se queda, y si no, le enviamos a la ciudad, donde tendrá inmediatamente trabajo y la posibilidad de vivir tranquilo. Así tratamos nosotros a prisioneros y a evadidos. Pero al mismo tiempo somos implacables con los que se resisten, o los que quieren pelear contra nosotros, porque luchando contra nosotros, luchan contra España, traicionada por algunos generales e invadida por alemanes e italianos. Nuestro Ejército, que es potente, sepultará a todos los que se oponen a nuestra marcha. ¡Vente con nosotros! ¡Viva la República! [Pero no les explicaban que serían movilizados y tendrían que seguir en el frente].35
En enero del 38, los franquistas lanzaron esta octavilla con instrucciones para pasarse:
¡¡¡Miliciano!!! No dudes más. Nada tienes que temer en la España Nacional. Pásate a nuestras filas en donde no te faltará el pan y la Justicia. Desconfía de todos cuantos te rodean. Reserva tus intenciones. No necesitas compañía para venir junto a nosotros. Apártate de los que aparentando indiscreción, hablan mal de los rojos: pueden ser «ganchos» para descubrirte. Simula el mayor entusiasmo por el marxismo y sentir odio por los Nacionales. Esto te facilitará la huida. Cuando estés en una posición estudia bien el terreno y el servicio nocturno de los rojos. Elige el mejor camino para escapar. Toma referencias durante el día para no perderte en la noche. Aproxímate a nuestras filas, siguiendo los bajos del terreno. En las noches de luna, camina a lo largo de la sombra y cuando estés cerca de nuestras posiciones grita ¡¡¡ARRIBA ESPAÑA!!! NO TIRÉIS. SOY UN HUIDO. Si es de día saca, además, un pañuelo. LEVANTAR SIEMPRE LOS BRAZOS.36
A partir de abril del 38 los republicanos movilizaron a gente que ya había realizado el servicio militar en 1925, 1926 y 1927 y contaban entre treinta y dos y treinta y cuatro años. Como los franquistas no tenían necesidad de llamar a esos reemplazos, les lanzaban octavillas, encontradas por Pedro Corral en el Archivo General Militar de Ávila, donde les comunicaban: «No os pedimos paséis a nuestras filas para engrosar nuestro Ejército. Pruebas: Las quintas de 1925, 1926 y 1927 y aún más jóvenes están tranquilamente en sus casas. Milicianos: Para que no estés expuesto a morir y matar, para que vuelva a ver [sic] paz entre los españoles, pásate a nuestras filas».37 Como muchos hacían caso a la llamada y se pasaban a los nacionales, a estos reemplazos se les llamó la quinta del arroz porque, «en cuanto te descuidabas, se pasaba». Entre los rebeldes, ya desde mayo del 37, a los casados y a los mayores de 28 años se les enviaba a Sanidad, Intendencia, Artillería o Ingenieros, con lo que, en Infantería de primera línea, la mayoría eran jóvenes y solteros. Después también se les destinó a cuidar prisioneros y a labores de recuperación de material. Se intentó copiar la organización en el EPR, pero la falta de efectivos por no presentarse a las llamadas lo impidió, a pesar de contar el territorio en poder de los gubernamentales con más población.
Los republicanos contraatacaron explicando que los hijos de viuda no eran movilizados. Pedro Corral cuenta el caso de un soldado barcelonés, Domingo Daidella Trigo, que servía en el ejército franquista y se cambió de bando porque su madre, viuda, vivía en Barcelona. Lo que no le dijeron fue que esa norma solo se aplicaba a los hijos de viudas campesinas por la necesidad de brazos en la agricultura. Como su madre no habitaba en el campo, pasó del ejército franquista al republicano sin solución de continuidad. Corral también presenta el caso de un cabo que, en marzo de 1938, en Huesca, se pasó a los republicanos. Estos dijeron a los nacionales que le habían dado dos mil pesetas, le habían ascendido a teniente y le habían concedido cuatro meses de permiso. A los pocos días se pasaron un sargento y cuatro soldados. Aquel esperaría que le hicieran coronel, por lo menos.38
Los republicanos hicieron gran uso de los comisarios políticos. Una de sus funciones era precisamente hacer propaganda para el enemigo. Los rebeldes, en su lugar (y como ocurría hasta la llegada de la República), tenían capellanes que les obligaban a rezar y a confesarse, e incluso algunos eran castigados si blasfemaban, como el alférez Caballero, capellán de la X Bandera de la Legión. Hemos visto que las conversaciones de trinchera a trinchera con los comisarios políticos las solían sostener precisamente los religiosos. Dos irracionalidades frente a frente: la antigua religión (catolicismo) contra la nueva (comunismo). En ocasiones las cosas cambian para no cambiar.
Algunos militares franquistas envidiaban la labor de los comisarios políticos como vemos en este informe del Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército, de 21 de mayo del 1937:
El número de desertores de nuestro campo al enemigo, es cada día más elevado. Entre las causas de esta realidad podíamos encontrar: los antecedentes marxistas del desertor o sus familias, el cansancio de muchos meses en primera línea, la propaganda enemiga en el frente, y la efectuada por agentes rojos que todavía pululan en nuestros centros urbanos. Claro es, que si estas causas son las ocasionales lo son porque gran número de soldados llamados a filas no sienten el Movimiento, y no lo sienten porque no lo conocen, y no lo conocen porque no se hace propaganda acerca de ello. […] Esta Sección, por obligación, entra en el campo enemigo con los medios de información de que dispone, y conoce la enorme labor que los Comisarios Políticos Rojos hacen a la inmediación de sus combatientes, con una propaganda incesante de sus ideas, y la hacen porque como deben cuanto son a esa propaganda, conocen el inmenso valor que tiene y justo es decirlo, en propaganda nos superan, por lo mismo que conceden poco valor a la insidia, a la mentira y a la calumnia, medios estos que nosotros no podemos usar. Hace pocos días se ha evadido del campo enemigo al nuestro un capitán de Estado Mayor de nuestro Ejército, el cual, entre otros extremos, ha puesto de manifiesto que cuando se pasan al campo rojo algunos de nuestros soldados, son interrogados a su llegada por los Comisarios Políticos, los cuales no salen de su asombro al comprobar que ninguno de ellos está enterado del significado del Movimiento nuestro.39
Beevor, en su obra La Guerra Civil Española, comenta el adoctrinamiento en el EPR:
Este adoctrinamiento era cosa de los comisarios políticos y el 5.° Regimiento fue el primero que los introdujo a través de Vittorio Vidali [italiano de la Komintern]. Oficialmente estaban allí para calibrar la lealtad del comandante regular, pero, en realidad, eran los agentes del Partido Comunista encargados de asegurar el control del ejército republicano que habría de formarse si se llegaba a una guerra convencional. La tarea de estos «capellanes laicos» se define así en el Libro de la XV Brigada Internacional: Los comisarios son parte integrante del ejército. Su función consiste en dotar a su unidad del más alto espíritu de disciplina y lealtad a la causa republicana […] «El primero en avanzar y el último en retirarse» es la divisa de los comisarios.40
Como hemos visto en las instrucciones de Álvarez del Vayo, en ocasiones era el mando el que organizaba las confraternizaciones. Uriel, el médico republicano que se hallaba en zona nacional, cuenta que los mandos rebeldes también las pergeñaban:
Más adelante se efectuó otra de estas reuniones en el barranco. Las noches se habían hecho nauseabundas y los dos bandos acordaron una tregua para retirar o enterrar los cadáveres que había en tierra de nadie. Pero los hombres tenían más ganas de charlar que de hacer un trabajo tan desagradable, y la reunión terminó sin apenas empezar la faena. Los anarquistas retiraron el cuerpo de un chico de diecisiete años, en el que tenían un interés especial, y todos se limitaron a echar un poco de tierra sobre los cadáveres. Las noches siguieron siendo nauseabundas, y yo obtuve una nueva colección de periódicos anarquistas. Aún tuvo lugar otra de estas ceremonias, pero esta vez, ordenada por nuestro Estado Mayor. Un día, llegó a la posición un abultado paquete conteniendo numerosos ejemplares del diario «Heraldo de Aragón» de ese mismo día. El periódico venía con varias páginas dedicadas a una información muy extensa sobre un campo de prisioneros que se había instalado en la Academia General Militar, la misma en la que yo había estado detenido, y en la que pasaron sus últimos días tantos de mis compañeros de cautiverio. La información venía ilustrada con gran cantidad de fotografías, mostrando la vida que hacían estos prisioneros. Como es natural, no se decía nada de otros presos menos afortunados, y del hecho significativo de que, entre los prisioneros, no había ningún oficial. […] Con el paquete de periódicos, llegaba una orden de hacer llegar esos ejemplares del diario a las tropas enemigas. El Capitán Pellicer habló con los soldados y les autorizó a concertar con el enemigo una entrevista en el barranco. En la zona franquista abundaba mucho el tabaco, que escaseaba en la zona republicana, que, en cambio, tenía abundancia de papel de fumar, ya que casi todas las fábricas de este papel estaban en su zona. ¡Eh, tú, camarada! Los centinelas enemigos respondieron enseguida:
¿Qué pasa? ¿Qué queréis?
Supongo que andaréis mal de tabaco.
¡Hombre, eso es lo único que nos falta!
Aquí nos sobra; tenemos una picadura estupenda, pero nos falta el papel de fumar.
Nosotros tenemos aquí todo el que quieran los señores.
¿A qué hora nos reunimos? ¿Os parece bien a las tres?
En el otro lado debieron cambiar impresiones. Al fin llego la respuesta:
Preferimos a las cinco de la tarde. A esa hora ya han llegado los periódicos de Cataluña.
Está bien, a las cinco, pero no seáis cabrones, avisad a los centinelas de otras posiciones.
Esta advertencia estaba justificada. En una ocasión, cuando se había concertado una de estas reuniones, al saltar algunos de nuestros hombres el parapeto, una ametralladora enemiga, situada en otra posición lateral, hizo unos disparos. Los soldados republicanos se habían olvidado de advertir a sus compañeros de otras posiciones, y el error estuvo a punto de provocar bajas. Aquella tarde, las posiciones enemigas se llenaron de ejemplares del «Heraldo de Aragón». Como sucedía siempre después de estas reuniones, la noche se llenaba de disparos. Todo empezaba, o podía empezar, de este modo:
¡Eh, tú, fascista!
¿Qué quieres, camarada?
Eso que dice tu periódico es mentira.
Es verdad, ¿por qué no vienes a comprobarlo?
No necesito ir para saberlo.
¿Os han gustado las fotografías? Hasta huevos fritos les dan en las comidas.
Seguro que después de sacar las fotos los han matado a todos. Vosotros no sabéis más que fusilar.
El diálogo se iba haciendo más agrio y, al fin, empezaban a hablar los fusiles y las ametralladoras; todo era una pirotecnia inofensiva, cuya única consecuencia era el derroche de unos miles de proyectiles.
El corneta me trajo, también esta vez, un montón de ejemplares de «Acracia». Estaba impresionado. Desde luego, esos tíos son rarísimos. Uno de ellos me ha enseñado un montón de billetes, y me ha asegurado que era su paga del mes. Se la va a gastar en un permiso que le van a dar. Y se ha empeñado en que fuera con él a Barcelona: me aseguraba que no me pasaría nada, y que después volveríamos aquí para que yo me incorporase otra vez a mi unidad. Y todos los gastos pagados por él. ¿Usted cree que decía la verdad?
Hombre, yo creo que él decía su verdad, y es posible que no te pasara nada; pero luego te iba a resultar muy difícil explicarle al Capitán tus juergas de Barcelona.
El miliciano y el soldado franquista eran dos españoles dispuestos a convivir sin renunciar a sus diferencias.41
José Manuel Grandela nos ofrece un parte de la 108.ª División, del Cuerpo de Ejército de Galicia, en Ulldecona, el 26 de noviembre del 38, en el que podemos leer: «Asimismo tengo el honor de comunicarle que el enemigo en la noche de hoy, en la línea de dicho 1.er Regimiento ha entonado a coro el himno de Falange Española, terminándole con gritos de ¡Arriba España! y ¡Viva Franco!».42
Los hechos son tozudos. Ante la propaganda republicana en el frente cubierto por la 16.ª División franquista, estos les contestaban que se habían pasado cuatrocientos diecinueve republicanos contra solo treinta nacionales.43
Para convencer se hace lo que sea y, aunque no había muchos que hablaran vascuence en 1937, los franquistas sabían que los nacionalistas vascos no eran muy del Frente Popular, por lo que antes del asalto a Bilbao lanzaron octavillas bilingües:
Vizcaínos: La suerte de las armas os ha sido adversa. Desde Irún hasta Durango el Ejército Nacional ha vencido en cuantos combates se han librado; ni una sola victoria puede apuntarse vuestro Ejército.
Biskaitarak: Guda galdu duzute. Gure gudariyak irabazi dute Inrundik Durangoaño ibili dituzuzen gudatan. Ez duxute irabazi ez mendieta ez eribai eré.44
Eso sí, la firma del texto en vasco era la misma que en el texto castellano: EL GENERALISIMO FRANCO, en mayúsculas. Lo mismo se hizo en catalán:
La pau es amb nosaltres, catalans. […] Catalans: Farem una Pátria nova. I ens l’hem de guanyar joiosament, amb la suor dels nostres fronts. ¡VISCA FRANCO! ¡ARRIBA ESPAÑA!
La paz está con nosotros, catalanes. […] Catalanes: Haremos una Patria nueva. Y nos la tenemos que ganar gozosamente, con el sudor de nuestras frentes. ¡VIVA FRANCO! ¡ARRIBA ESPAÑA!
Los republicanos tampoco se quedaban atrás en multilingüismo. Lanzaron sobre las líneas franquistas octavillas trilingües en español, francés y alemán. Se supone que por aprovechar los traductores que tenían, o porque sus servicios de información no hacían muy bien su trabajo pues, salvo unos cuantos franceses que se integraron en la Legión Jeanne d’Arc, no había más. Alemanes jamás hubo en primera línea, estaban en los campos de aviación, en la artillería antiaérea o en la escuela de blindados: «¡Soldados alemanes! ¡Quién os manda a España es un canalla! / Deutsche Soldaten! Euch schickt ein Schurke nach Spanien. / Soldats alemands! C’est une canaille qui vous envoie en Espagne!». Por otra parte, se lanzaron a finales del 38 y comienzan diciendo: «¡Obreros, campesinos, soldados alemanes! ¡Las fechorías de Hitler han llegado al colmo, ahora envía a España soldados alemanes!». Como si los alemanes acabaran de llegar, cuando llevaban en España desde 1936, aunque es cierto que se relevaban cada ocho o nueve meses por otros nuevos para ofrecer experiencia bélica al mayor número posible de efectivos.
Fernando Calvo, en su interesante obra, Guerra civil en la Ciudad Universitaria, comenta que a algunos jefes rebeldes no les gustaba que fueran los de propaganda a hablar pues a veces provocaban que les dispararan. A Ridruejo, propagandista de Falange, tampoco le apetecía ir, soltar el discurso y marcharse mientras los pobres soldados seguían allí: «En los ojos febriles o cansados de los combatientes sentía como un reproche. […] cuando volvía de estos viajes, mis cómodas tareas de propagandista me parecían una farsa. […] La guerra seguía devorando hombres y enlutando familias. Decididamente aquello de la propaganda era una frivolidad».45
El requeté Herrera nos ofrece el otro punto de vista sobre las visitas de los propagandistas. Cuenta que una noche llega un camión de propaganda con chicos limpios:
… se lanzan a poner música alegre que interrumpen de vez en cuando para intercalar soflamas larguísimas. Nosotros, aunque estemos en desacuerdo con la mayoría de las cosas que dicen [son requetés y los propagandistas eran falangistas] lo soportamos con cierta paciencia, pero los rojos llegan a hartarse y nos lo manifiestan con unas ráfagas de ametralladora y media docena de morterazos, uno de los cuales cae relativamente a poca distancia de la trinchera donde se encuentran los bravos guerreros de propaganda. A toda prisa recogen sus trebejos y se marchan a pagos más alejados de la metralla, despidiéndose «hasta mañana», pero no los volvemos a ver. Cuando nos dirigimos al enemigo llamando «Rojos!» contestan: «¿Qué queréis?», sin molestarse lo más mínimo por lo de «rojos», aunque es de suponer que no siempre sean comunistas. Ellos, la primera noche de nuestra estancia en estas posiciones llaman: «¡Fascistas!», «¡Aquí no hay fascistas, somos requetés!», contestamos. Desde este momento, cuando quieren hablar con nosotros, llaman: «Requetés».46
En ocasiones, al igual que los republicanos, utilizaban a los que se pasaban para que hablaran, dijeran sus nombres y contaran lo bien que comían con los nacionales. Dicen que el mensaje tiene que estar en función del receptor, del interlocutor. El citado Herrera cuenta cómo lo adaptaban:
En las posiciones se habla con el enemigo y se discute sobre política. Cuando los que ocupan las posiciones enemigas son separatistas, plantean las ventajas de su autonomía, relatando la opresión que el poder central ejerce sobre las regiones periféricas; Ciganda rebate todos sus argumentos independentistas con la exposición de la doctrina foral carlista, tan anti centralista como pueda serlo la que más, pero española cien por cien. […] Otras veces, cuando los «vecinos» son marxistas, es el padre Algarra el que expone la doctrina social de la Iglesia a la luz de las palabras de León XIII. Enfrente, alumbrándose con una vela, leen párrafos de un folleto.47
Orwell, que estaba con los del POUM, trotskistas, tenía a su lado a los del PSUC, estalinistas:
El que daba gritos en el puesto del PSUC que teníamos a la derecha era un maestro en aquel arte. A veces, en vez de gritar consignas revolucionarias, se ponía a contar a los fascistas que comíamos mucho mejor que ellos. Su descripción de las raciones republicanas era un poco fantasiosa. ¡Pan caliente con mantequilla! —decía, y su voz retumbaba por el valle solitario—. ¡Aquí estamos sentados y untando mantequilla en pan calentito! ¡Deliciosas rebanadas de pan con mantequilla! Estoy convencido de que aquel hombre, al igual que los demás, no había visto la mantequilla en los últimos meses, pero oyendo hablar de pan caliente con mantequilla, de noche y con frío, es indudable que a los fascistas tenía que hacérseles la boca agua. Hasta a mí se me hacía, y eso que sabía que estaba mintiendo. […] Un día de febrero vimos acercarse un avión fascista. […] y lo que nos descargó no fueron bombas sino unos objetos blancos que daban muchas vueltas mientras caían. Algunos cayeron dentro de la posición. Eran números de un periódico fascista, El Heraldo de Aragón, que anunciaba la caída de Málaga. […] Cuando los fascistas nos dijeron que Málaga había caído, lo tomamos por un bulo, pero al día siguiente llegaron rumores más convincentes y creo que un par de días más tarde se admitió oficialmente. Poco a poco se fueron filtrando los detalles de la desdichada historia: cómo se había evacuado la ciudad sin disparar un solo tiro. […] Circulaban las típicas historias románticas sobre sabotajes llevados a cabo en las fábricas fascistas merced a los cuales las bombas que no explotaban contenían, en vez de la carga explosiva, un papelito que decía «Frente Rojo», pero yo nunca vi ninguno. La verdad era que aquellos obuses habían envejecido sin remedio; en una tapa de espoleta que encontró uno estaba grabada la fecha, y era 1917. Los cañones fascistas eran de la misma clase y calibre que los nuestros, y los obuses que no explotaban se reparaban y se volvían a disparar. Se decía que había un viejo obús, con nombre y todo, que iba y venía de una línea a otra sin explotar nunca.48
Parece que no había mucho éxito, sobre todo con ciertas unidades. Herrera recuerda:
En las trincheras que están próximas a las enemigas se habla con los rojos; son pesadísimos, siempre dicen lo mismo: que «hemos vendido las Baleares a los italianos», «que los alemanes se quedarán con Marruecos», «que matemos a los oficiales que nos engañan», y, siempre, que «nos pasemos a sus filas», «porque la guerra la tenemos perdida».49
Al final ya no se convencía ni a los propios partidarios. Álvaro Delgado, comunista, recuerda: «Yo ya no creía en los comunistas. Su lenguaje, un lenguaje familiar, cotidiano, era al mismo tiempo estereotipado de cabo a rabo. Me recordaban demasiado a los curas; los mismos eslóganes día tras día».50 Como dijo alguien, el comunismo fue la nueva religión del siglo XX.
Incluso en lugares donde se luchó con denuedo, como en el monte Sebigaín de Vizcaya (10 de mayo de 1937), que se tomó y se perdió varias veces en unos pocos días, también se hablaba:
—Si quiere usted hablar con los de ahí enfrente, mi alférez, ya están como todas las noches.
—Allá voy.
Y he ido. Al llegar a la trinchera se perciben claramente voces dadas desde las Peñas de Mañaria; sin embargo están lo suficientemente lejos para que haya que prestar atención si se quiere uno enterar de lo que gritan. […] uno de mis interlocutores, que ha anulado por autoridad o por cansancio las voces de sus compañeros, se me ha identificado como el capellán del batallón nacionalista Itxarkundía. [Los nacionalistas vascos también llevaban capellanes] […] después de intentar evangelizarnos mediante la afirmación de unos audaces postulados sobre la validez de la jerarquía eclesiástica que apoya al traidor Franco, ha pasado a los más duros denuestos, tratando de impresionarnos con unas conjeturas más o menos humorísticas sobre el cortísimo número de días que nos quedan de vida.51