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Hablar para dar envidia

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Es otra forma de convencer. Dar envidia al otro es algo muy humano, demasiado humano, y una forma suave y velada de agresión. Comida, permisos… Ya hemos visto algunos ejemplos en relación con otros aspectos. Hubo muchos más. El más práctico, a la vez que cruel, el «bombardeo» de pan al final de la guerra sobre Madrid.

La película La Vaquilla ridiculiza y caricaturiza la situación, pero la realidad supera a la ficción en muchas ocasiones. En el pueblo alcarreño de Abánades se mantuvo el frente durante mucho tiempo. Se han realizado excavaciones en las posiciones, y en una de esas prospecciones encontraron huesos de vaca:

Cuentan los vecinos de Abánades que, durante la guerra, las tropas nacionales consiguieron hacerse con una vaca, todo un botín en circunstancias bélicas y particularmente en una zona donde abundan las ovejas y las cabras pero el ganado vacuno brilla por su ausencia. Cuando se preparaban para el sacrificio, la vaca, que debió olerse aquello, huyó al trote de las posiciones franquistas y en dirección a las líneas republicanas. Los soldados nacionales salieron corriendo detrás de ella, pero al ver que no conseguían darle alcance y al llegar a las afueras del pueblo, donde se exponían al fuego republicano, comenzaron a disparar para acabar con el animal. Mejor para los buitres que para los rojos, debieron pensar. El caso es que la vaca logró zafarse (a esas alturas del conflicto debía de tener ya experiencia militar) y alcanzó sana y salva las filas republicanas. La proeza fue en balde porque los soldados del otro lado dieron cuenta de ella sin contemplaciones. No satisfechos con su triunfo, se dedicaron además a fastidiar a los perdedores, gritando «¡Qué ricos están estos filetes!», «¡Cómo nos estamos poniendo!». Según los testimonios, el destino del animal fue el Alto del Molino. Pues bien, ayer mientras excavábamos la trinchera 1 de Alto del Molino, nos encontramos varios huesos de vaca troceados: un fémur, una vértebra y varias costillas. La impresión que da es que la habían descuartizado por allí ¿Sería la famosa vaca fugitiva?52

Aunque el dar envidia a veces podía ser peligroso: «Un nacional, en una ocasión, les dijo a los rojillos que se había reenganchado [repetido] en la comida y para darles envidia, mostró por encima del parapeto un pan y un plato lleno de potaje… y dijo: ¿Gustáis, rojillos? Le contestaron con un disparo que no le dio al plato [le dio en la cabeza]».53

En lugar de comida también se podía dar envidia con otras necesidades:

Iribarren recuerda a las milicianas de Navafría: «—¡Pasaros! —gritaban los milicianos—. ¿Tenemos coñac, tabaco de una veinte [de 1.20 pesetas, mejor que el de 0.70, que era el más consumido] y mujeres!». «—¡Mientras vosotros rezáis el rosario, estamos de jaleo con éstas!». Estas eran las milicianas. Milicianas de mono blanco —con cremallera presta a descorrerse—, que les hacían a sus camaradas tantas bajas como nuestros fusiles en el paqueo [disparos aislados de fusil cuando se tiene a tiro un objetivo] diario».54

Parece ser que los que se pasaban de las filas republicanas comentaban la envidia que daba lo que comían los franquistas. Y después de comer…, un cigarrito… En noviembre de 1938 los nacionales lanzaron ochocientos paquetes de tabaco sobre las líneas republicanas porque sabían que estaban muy necesitados. Por supuesto, los acompañaron de propaganda: «Fuma estos cigarrillos, muestra de nuestra abundancia, y pásate a los Nacionales».

Un periódico de una gran unidad republicana decía: «Un día sin pan no es nada, el fascismo sería el hambre de toda la vida». Pero la realidad era otra y lo cierto es que muchos sufrieron hambre… En zona republicana se decía que los nacionales estaban hambrientos porque vendían el cereal al extranjero para comprar armas. Ellos, para desmentirlo, decidieron lanzar pan sobre el territorio republicano a partir de septiembre de 1938. Se hornearon panecillos de cien gramos que se dejaron caer, envueltos en sobres con propaganda, sobre Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante y Cartagena para celebrar el 1 de octubre, el aniversario de la designación de Franco como jefe de Estado. En Barcelona y Alicante también arrojaron tabaco. Las autoridades dijeron que estaban envenenados, pero no quedó ni uno sin ser comido y lo que tal acción provocó fue la envidia y las ganas de seguir comiendo. Después arreciaron las protestas alegando que aquello era indignante, debido al gran efecto que tuvo sobre la moral. La policía intentaba evitar que la gente los cogiera, pero los niños se las apañaban para arramplar con todos los que pudieron como si de un lanzamiento de caramelos en una cabalgata se tratara. Se tiraban desde sacos abiertos y, en la caída, los panecillos se salían de las sacas dispersándose; una de ellas alcanzó el suelo antes de abrirse e impactó sobre la cabeza de un soldado, acabando con su vida. Murió de un golpe de pan. Tragicomedia pura. El sobre donde iba cada uno de aquellos pequeños trozos decía: «En la España nacional, Una, Grande y Libre, no hay un hogar sin lumbre ni una familia sin pan».

El 15 de octubre se repitieron los bombardeos de pan. Los que cayeron en manos de autoridades, pocos, fueron lanzados a las trincheras enemigas en la Universitaria con insultos. Seguramente quienes los devolvían no pasaban mucha necesidad. Según los nacionales, en la primera tirada fueron arrojados sobre Madrid ciento setenta y ocho mil panecillos y en la segunda, ciento noventa y cinco mil. Como eran muy pequeños, los madrileños decían bromeando que estaban faltos de peso, como a veces ocurría en las panaderías poco serias. O cuando, para no subir el precio, se decidió que las hogazas de kilo solo pesaran ochocientos gramos.

Respecto al tabaco, los republicanos contestaron lanzando octavillas a los soldados nacionales donde se hacían eco de las carestía del producto, pues una cajetilla suponía una peseta, el sueldo en mano de dos días de un soldado. Lo que no sabían es que les resultaba más fácil conseguir tabaco que a los republicanos, que ganaban veinte veces más. Por otra parte, lo que solían consumir eran paquetes grandes de picadura de 0.70 pesetas, que daban mucho de sí.

Después se utilizaron morteros para lanzar los panecillos sobre las trincheras enemigas. También, en cierta ocasión, se envió un perro con un cigarro puro atado al cuello para el comandante del batallón. Al encenderlo explotó como uno de broma. El animal llevaba también dos cigarrillos destinados al soldado que lo encontrase, que no explotaron y se fumaron con deleite.

Las compañías de propaganda franquistas preparaban paquetes de cinco cigarrillos envueltos en una octavilla para ser lanzados en cohetes de trinchera a trinchera. Decían:

¡¡MILICIANOS!! La magnanimidad del Caudillo os envía hoy tabaco. El Generalísimo Franco sabe que estáis en esas filas por engaño o por fuerza, pero no por vuestra voluntad. Que este tabaco, milicianos, sea símbolo de nuestra comprensión […] guardad siempre la bandera que os enviamos con cada paquete, que ella es la enseña gloriosa de una gloriosa España.55

Seidman comenta que los soldados de las trincheras de la 145.ª BM estaban muy enfadados porque los de Intendencia comían más y estaban en mejores condiciones físicas que ellos. Lo que daba lugar a falta de agresividad con el enemigo y a que aumentaran los actos de confraternización. Añade que más de la mitad de los proyectiles de cañón y mortero republicanos no explotaban. A ello se unía que los nacionales disfrutaban de permisos con frecuencia al contar con más efectivos y reservas. Estos les gritaban a los republicanos que se marchaban a casa, lo que desmoralizaba aún más a los de enfrente, que se veían pudriéndose en las trincheras sin relevo. Con el avance de la guerra se prohibió y castigó la escucha de emisoras nacionales.56

En ocasiones, el deseo de dar envidia al enemigo o confianza a los propios suponía también proporcionar información, fallo en el que incurrió el mismo presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, Largo Caballero, cuando lanzó un mensaje por la radio en el que dijo a los madrileños:

¡Escuchadme, camaradas! Mañana, veintinueve de octubre, al amanecer, nuestra artillería, nuestros trenes blindados y nuestra aviación abrirán fuego contra el enemigo […] en el momento del ataque aéreo, nuestros tanques van a lanzarse contra el enemigo por el lado más vulnerable sembrando el pánico en sus filas… ¡Ahora tenemos tanques y aviones! ¡Adelante, camaradas del frente, hijos heroicos del pueblo trabajador! ¡La victoria es nuestra!57

La gente pensaba que era simple propaganda ya que a nadie en su sano juicio se le ocurriría dar tantos detalles de un ataque, pero al día siguiente se produjo la ofensiva tal como había dicho Largo. Lógicamente, los estaban esperando. Algo parecido sucedió cuando, en noviembre del 36, los franquistas atacaron Madrid. Un blindado que avanzaba en vanguardia fue neutralizado. En su interior iba un oficial, Vidal-Quadras. Llevaba consigo detallados documentos del plan de ataque que fueron muy útiles al Estado Mayor republicano.

El médico Uriel también relata un caso de aviso de acciones en el frente de Aragón:

Las posiciones enemigas estaban guarnecidas, alternativamente, por agrupaciones anarquistas y por guardias civiles leales a la República. Cada dos o tres semanas, estos últimos relevaban a los anarquistas, y este relevo hacía cambiar radicalmente el aspecto de la guerra en nuestro sector. Los anarquistas hacían una guerra alegre, imprevista, llena de sorpresas, poco eficaz. Los diálogos con nuestros hombres, de trinchera a trinchera, eran incesantes y vivos. Alguna vez, incluso avisaban de la inminencia de algún ataque:

¿Eh, vosotros, fascistas!

¿Qué queréis, camaradas rojos?

Parece que estáis muy tranquilos

¿Y por qué vamos a estar nerviosos?

Ya podéis despediros de la tranquilidad: mañana no quedaréis ni uno.

Y casi siempre se confirmaba este anuncio de ataque. Ataques desordenados, vociferantes, ineficaces. Un sargento me aseguró que, durante uno de ellos, un grupo enemigo estaba detenido y resguardado a media ladera; se oyó a uno de los oficiales ordenar que siguieran subiendo hacia nuestra posición, y le contestó una voz áspera: ¡Que suba tu madre!; yo me vuelvo.

Casi todas sus acometidas terminaban así, después de un empellón brutal y valiente. Cuando los guardias civiles relevaban a los anarquistas, los puestos enemigos se transformaban en una masa oscura y silenciosa, en la que se adivinaba la disciplina castrense; no había diálogos, ni canciones, ni golpes de mano. Aprovechan la puesta de sol para disparar sobre las aspilleras [aberturas en los parapetos] cuando se tapaban… Pues el sol hacía contraluz [Tras morir varios pusieron telas en las aspilleras].58

A veces, la pretensión de producir envidia no funcionaba, como ocurrió el 20 de octubre de 1938, cuando un soldado republicano se pasó a los nacionales. Pocas horas después el comisario político dio una charla a los de enfrente en la que dijo que les sobraba la comida y atendían muy bien las necesidades de los suyos. Los nacionales les respondieron que al soldado que se había pasado «le hemos tenido que dar una lata de sardinas del hambre que traía».

Corral comenta que en el frente de Jaén hubo casos de escorbuto y, según documentación encontrada en el Archivo General Militar de Ávila, «en el republicano Ejército de Andalucía, en noviembre del 38 hubo 13 muertos, 138 heridos y 2.432 enfermos por mala alimentación».59

En la Nochevieja de 1938, con la guerra ya sentenciada, en Jaén, los nacionales deciden llenar las granadas de mortero con tabaco y octavillas. La artillería de la 1.ª de Navarra en Cataluña lanzó doce salvas a los republicanos.

Si se ponía en duda lo que se decía, no había más que demostrarlo; en Castillo de Castro (Castellón), los republicanos no se creían los anuncios de los nacionales acerca de lo que comían:

Como prueba de la veracidad de los menús que diariamente se les lee por el Servicio de Altavoces, se les ofreció comida, que aceptaron. Por soldados del Bón. [batallón] de Guarnición se salió al encuentro de los rojos con tres pruebas de comidas, una botella de jerez seco, tabaco de todas clases, periódicos del día anterior, y varias octavillas de propaganda, todo lo cual recogieron, notándose la presencia de un Comisario, un Teniente y dos sargentos.60

Edgar Neville describe así las noches de la Universitaria:

Al quitarse la luz sucedía al silencio la algarabía y la tierra de nadie se llenaba de gritos, de canciones, de bromas, de insultos y de estallidos de bombas. El misterio de la noche producía ráfagas de ametralladora, y, a veces, comenzaba un combate. A Javier le gustaba hablar con los soldados de las avanzadillas, preguntarles lo que les decían los de enfrente, pues en ello había siempre, junto a lo pintoresco, el drama latente de la terrible guerra civil. El tiempo había establecido una especie de amistad entre aquellos enemigos, y algunos hasta se conocían por sus nombres.

¡Eugenio, Eugenio…!

¿Qué? —contestaba una voz—. ¿Eres Enrique?

Sí —replicaba el otro— ¿qué habéis comido?

Nosotros, carne con patatas y pescadilla.

¡Narices! —chillaba otro.

Y entonces se organizaba un torneo de injurias o bien los del Tercio utilizaban un cohete para enviarle al enemigo una muestra del rancho…61

Las malas noticias provocaban frustración en el receptor y costaba aceptarlas: « El día 4 [de abril del 38] nuestras fuerzas de Cataluña conquistan la ciudad de Lérida. Comunicamos la noticia a los rojos, que contestan a nuestros gritos con unas docenas de morterazos. Cuando el 15 de abril del 38 llegan al Mediterráneo lo comunican y también les contestan con morterazos».62

Por último, en ocasiones, en lugar de envidia, se daban consejos al enemigo:

El 8 [de marzo de 1937], con motivo de la toma de Málaga, se organiza un buen jaleo de tiros contra las posiciones enemigas; se tiran cohetes y se grita a los de enfrente:

Rojos, hemos tomado Málaga.

Podíais tomar Valencia —contestan—, a ver si no nos dan tanto arroz [era la base de la alimentación de la zona republicana].63

Tierra de nadie

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