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Hablar para insultar
ОглавлениеCon frecuencia las conversaciones comenzaban o acababan en insultos. Pero mejor es insultar que disparar. Con los insultos se descarga la agresividad y solo se hiere moralmente.
El humorista Gila, en uno de sus chistes, decía que se insultaban porque no tenían balas. No era broma. No sobraban las municiones en ningún bando. Hubo falta de recursos. Fue una guerra de pobres. Al principio solo se disponía de lo que había en los polvorines, poco, salvo en los de África, por si acaso. El 25 de julio del 36, Beorlegui, jefe de las tropas navarras que debían atacar Guipúzcoa, envió un mensaje a Mola:
«Estoy en las inmediaciones de Oyarzun, en un monte denominado Zabaldi. Necesito socorro. Sólo cuento con cuatro cajas de municiones». Y Mola, a su vez, le puso un telegrama a Escámez cuando se disponía a atacar Navafría, que paralizó a las fuerzas de Somosierra: «Ni un tiro más. Sólo dispongo de 26.000 cartuchos para todo el Ejército del Norte».7
Ningún bando andaba sobrado, quizás por eso, en efecto, insultaban más que disparaban; a veces eran simples apelativos como «rojillos» y «fachas». Orwell, el escritor británico, que vino a España sin saber exactamente dónde se metía, explica muy bien el tipo de guerra pobre que se desarrollaba en el país, donde, en lugar de disparar, se insultaba:
Al salir de Monte Pocero había contado mis cartuchos y comprobado que sólo había disparado tres veces al enemigo en casi tres semanas. Dicen que matar a un hombre cuesta mil balas, y a aquel paso yo iba a tardar veinte años en matar a un fascista. […] En realidad, en aquel frente y en aquella etapa de la guerra, las autenticas armas no eran los fusiles, sino los megáfonos: ya que no se podía matar al enemigo, se le gritaba.8
El capellán Caballero llevó un detallado diario. Además de hablar, los nacionales a veces rezaban el rosario en alto:
-17-09-36. Antes del alba, original diana roja de insultos a gritos y acompañamiento de morterazos. […] -16-10-36. Gran alboroto en las trincheras rojas. Vocean, cantan desacordes, gritan, insultan. […] -23-10-36. Rosario abajo. Nos interrumpen los de enfrente con insultos cada vez más fuertes. Blasfeman como demonios. Cansados, porque no les hacemos caso, gran estruendo de granadas de mano sobre nuestros puestos. […] -20-12-36. Universitaria. En los «mítines» que nos sueltan los rojos por la noche, hoy han estado muy elocuentes: que nos entreguemos sin más demora, que los jefes eran unos tales, que nos tenían engañados, que si no nos aplastarán con más de doscientos aviones de bombardeo magníficos que les acaban de llegar. […] -2-3-37. Por la noche los rojos, ahí a tiro de piedra, nos dan la serenata. Es un mitin con soflamas y hasta con el tragacuras himno de Riego. […] -11-4-37. Universitaria. De noche, el mitin rojo con la traca de tiros al final, como de costumbre. Los nuestros les cantan a grito pelado el himno de la Legión. Se cruzan gritos con furia creciente. Luego un silencio imponente y extraño. […] Universitaria -24-1-38-. Misa en la [compañía] 39. Al hablarles en voz baja, nos interrumpen los rojos con sus burlas y blasfemias. Estarían a unos metros, pues nuestra avanzadilla viene a cruzarse por debajo con la suya. ¡Tan cerca y tan lejos!9
Con el tiempo, el propio Caballero se animó y en junio del 37, durante dos noches, les echó mítines a los republicanos. A la tercera son ellos los que empiezan:
Por la noche se me adelantan los rojos con su mitin, hasta las diez. Hay que oírlos para convencerse de lo engañados que están. Se creen ya dueños de toda España. Cuando callan, dialogo con ellos en un tono medio en broma y medio serio sobre sus ideas de Patria, independencia, moral. Se excitan de lo lindo y disparan. […] -15-1-39. Por la noche se lo digo [toma de Tarragona], por altavoz, a los de enfrente, desde la terraza [del Clínico], y se alborotan, pero no se atreven a desmentirnos, por la experiencia de otras veces. Acaban reaccionando con pataleo, que aquí consistió en tirotearnos fuerte.10
El escritor falangista García Serrano comenta: «Los rojos decían a los facciosos: hijos de cura o hijos de fraile. Un páter, harto de oírlo, dijo un día: Hombre, alguno habrá; ¡pero decirlo de todos…!».11 Según cuenta Orwell, los del POUM insultaban a los nacionales llamándoles «fascistas maricones».12 Los marroquíes también insultaban; solían decir a los de enfrente: «Rojillo estar mujera y Rojillo estar gallina», y los denominaban abisinios o bisinios.13
Eslava relata el caso de un centinela republicano en las trincheras que rodeaban Oviedo que no se ocultaba y sobre el que nadie disparaba, pues solo lo hacían para defenderse dada la escasez de munición. De pronto explotó una mina que los nacionales habían cavado bajo la posición republicana. El centinela saltó por los aires:
… al rato los observadores avanzados y la guarnición de la trinchera nacional vieron con asombro que el centinela rojo se ponía en pie, vacilante, lo vieron sacudirse el polvo, que no era poco, dar unos pasos hacia los restos de su defensa y antes de saltar a cubierto volverse con ademán colérico hacia la línea nacional, cerrar el puño y gritar lleno de dolorida pesadumbre: «¡Cabrones! ¿‘Ye’ esa la cultura que vos enseña Franco?» [¿Es esa la cultura que os enseña Franco?].14
También cuenta que, durante la batalla del Ebro, cuando los nacionales controlaban la situación, a finales de agosto, comenzaron a intentar minar la moral del enemigo:
Cada día, al caer la tarde, los técnicos de la oficina de propaganda instalan sus altavoces sobre los parapetos y comienzan a darle barrila al enemigo: ¡Eh, rojillos! ¡Ataos las botas porque vais a correr y a cruzar el Ebro otra vez! El que no sepa nadar que se confiese y encomiende su alma a Stalin. El contraste de pareceres discurre por los cauces acostumbrados: ¡Maricón fascista, confiésate tú con tu puta madre!15
Los republicanos fueron los primeros que contaron con camiones-altavoz capaces de transmitir la voz a varios kilómetros de distancia y los utilizaron al final de la batalla de Guadalajara para reírse de los italianos tras haber rechazado su ofensiva. La copla gustó incluso a los soldados nacionales, que también la cantaban a los transalpinos, a quienes envidiaban por lo bien equipados que iban: «Bergonzoli, Bergonzoli, [uno de los generales italianos] / General de las derrotas, / Si quieres tomar Trijueque / No vengas con pelotones / Has de venir con… pelotas».
Se intentaba picar al otro en las conversaciones. El fantasmeo siempre ha sido muy español. En el diario de Emérito Pena Barrigós, de peculiar ortografía, podemos leer:
Los rrojos se proponian tomar Zaragoza, eso nos lo decian los rrojos por la noche y nosotros le deciamos ha ellos que estuvieran preparados que nosotros les ybamos á tomar Barcelona dentro de muy poco […] y El día 16 [de octubre de 1937] dierón otro ataque cón hartilleria y tanques que buelben ha quedar en nuestro poder 3 de ellos […] tanvien se diviso halgo de caballeria sin hatreberse á cercarse á nosotros á las 6 de la tarde todo quedo tranquilo.16
Incluso se podía insultar por teléfono. Ángel Longarón, cenetista oscense, tuvo la oportunidad de hacerlo tras tomar una posición franquista en el cerco de Huesca:
En el interior de la chabola estaba instalado un teléfono que seguramente comunicaba con el puesto de mando de todo aquel sector enemigo, lo descolgué y una voz inquieta me preguntó, «¿Cómo va todo, cómo va todo, va bien?» «estupendamente» le contesté, «no tardarán vuestros valientes en llegar corriendo hasta Huesca». Su contestación fue un grosero insulto y el reto desafiante «venir aquí si tenéis cojones» yo le contesté con el mismo tono y parecidas palabras… después me fue arrebatado el teléfono de las manos por otros compañeros, impacientes por piropear a nuestros enemigos. Hacía unos momentos que entre ambos nos habíamos cruzado una lluvia de balas y ahora nos entrecruzábamos una lluvia de insultos.17
En ocasiones, en lugar del insulto directo aparecía la ironía. En las ruinas del Hospital Clínico de la Ciudad Universitaria de Madrid, tras ser minado por los republicanos en varias ocasiones, los legionarios pedían más minas para demostrar que no les producían miedo, aunque les daban, y mucho. Decían que no había nada como sentir cómo picaban debajo de ti. O que no picaran, porque quizás estaban ya poniendo el explosivo y en cualquier momento podías saltar por los aires: «Después de la primera voladura de diciembre, cantaban a gritos: ¡Otra mina! ¡Otra mina! Que quedan legionarios».18 Otras veces se decía: «“¡Otro toro, otro toro!”, después de haber rechazado un contraataque rojo. Y “Otro avión, otro avión!”, a poco de sufrir el primer ataque desde el aire».19