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Mosquita muerta

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Victoria Rossi

Chico y Chica / Mosquita muerta

Romina la vio de lejos y reconoció ese andar que lo decía todo, Anita estaba furiosa. La vio avanzar por el pasillo con el vaso de café en la mano. Trastabilló y se chocó con Raúl, que estaba llevando una pila de papeles. El vaso voló por el aire y se estrelló contra el piso, Anita se quedó quieta y miró a su alrededor. De pronto se produjo un silencio sepulcral y se escuchó un grito de bronca. Todos vieron a Anita salir corriendo hacia el baño.

—Qué día vamos a tener hoy —le susurró Cecilia por lo bajo—. Me dijeron que Anita los mandó a cagar a todos y encima, ¡por mail! Parece que se enteró de que el puesto se lo iban a ofrecer a Zambelli. Yo también estaría recaliente, pero se le fue la mano.

—¡No puede ser! ¿Quién te contó? Dudo que Anita hiciera algo así.

—Me lo dijo Carlos, el de Sistemas. Siempre sabe todo.

—No le creo. Ese tipo no es de fiar.

—Como quieras, pero Anita viene haciéndose la diva hace tiempo. Desde que está de novia con Juan se hace la superada. No entiendo cómo Juan le dio bola.

—¿Por qué decís eso? Huelo un poco de envidia. Te hubiera encantado que Juan se fijara en vos.

—¿Yo? Para nada. ¿No la ves cómo está? Ahí volvió del baño. Es el colmo. Mirala… ¿La ves Romi?

—Sí, la estoy viendo. Pero no seas mala, qué sabés lo que pasó ahí adentro.

—Yo te digo lo que pasó: los mandó a cagar. Seguro que quería que la despidieran para cobrar la indemnización. Y no, no la deben haber rajado, así que se tiene que quedar acá, sin el cargo y con todo el directorio en su contra. Pero ni una palabra que ahí viene Pancha. No le digas que yo te conté lo que me dijo Carlos.

—Hola chiquis, buen día. ¿Cómo andan? ¿Qué murmuran por acá? —dijo Pancha como distraída—. Las escucho susurrar desde mi escritorio.

—Nada. Recomendaciones de series, Netflix, esas cosas... Viste que con esto de la pandemia... Yo por lo menos, ya vi todo. Romi me estaba hablando de una serie. Bueno, las dejo, me voy...

—No, esperá. Les tengo que contar algo... pero que no salga de acá. ¿Me lo juran, no?

—Sí, obvio —dijo Romi.

—Pancha, estamos grandes para que nos hagas jurar, con Romi somos una tumba —dijo Cecilia guiñándole un ojo.

—Ok. ¿Ustedes sabían que parece, ojo, parece, que la guita que faltó hace un par de meses se la afanó Anita? Tengo la intuición y creo que la van a despedir.

—¿Qué? ¿De qué hablás Pancha? ¿Cómo que fue Anita?

—¿No vieron que salió llorando? ¿Ustedes alguna vez la vieron llorar en todos estos años? Si es más fría que una heladera. Bea me dijo que está casi segura que ella fue la que metió la mano en la lata. Pero no cuenten nada, le juré a Bea… Pobre, vaya a saber para qué necesitaba la guita. Por ahí tenía pensado devolverla. En fin, qué le dirá su novio cuando se entere, si es que le cuenta.

—Bueno, a trabajar —dijo Romina—. Me estoy sintiendo incómoda. Si nos ve Juan Lartiguez nos mata. Después hablamos.

Romina se quedó sola pensando si alguna de las cosas que habían dicho Cecilia y Pancha serían verdad. A veces creía que la empresa era un nido de víboras. Respiró profundo. De pronto se dio cuenta de que Mario estaba parado frente a su escritorio.

—¿Qué hacés Romi? ¿La viste a Anita?

—Sí. Se le cayó el café... acaba de volver del baño. Pobre. Parece que no es un buen día para ella.

—¡Ni me lo digas! Fui a llevarle los informes a Juan, y escuché de refilón... Un quilombo. Pobre mina, parece que se confundió y le mandó a Juan Lartiguez unos mensajes tremendos, cosas íntimas...

—¿Cómo? —dijo Romina abriendo los ojos como platos.

—Sí… Escuché de lejos que Anita le decía a Juan que había sido un error, que eso era para su novio y que se quería morir de vergüenza. Un papelón. Me fui porque hasta a mí me dio no sé qué, me puse incómodo. Zarpada Anita, una auténtica mosquita muerta... Digo yo, lo debe haber hecho a propósito, para levantarse al jefe, por un ascenso una mina hace cualquiera. Bueno, algunas minas, vos no, claro. Vos sos distinta. Ahí viene Anita, tengo que darle estos papeles. Chau Romi.

A Romi le gustó lo que le había dicho Mario. Coincidía. Sí, ella era diferente, muy distinta de Pancha, de Cecilia, de Bea, de todas las de la oficina, tan arpías y chismosas siempre.

Romina suspiró. Pensó que de todas las versiones del llanto de Anita se quedaba con la de Mario. Sintió pena, pero no hizo nada para evitar que desde ese día todos en la empresa, en ese nido de víboras, se refirieran a Anita como “la Mosquita Muerta’’. §

Este cuento es la continuación del relato Tenés un e-mail, de Florencia Agrasar, publicado en #QuedateEnCasa - Relatos en pandemia.

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