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Se equivocó la paloma
ОглавлениеRita Corigliano
Gipsy Kings / Ruptura
Terminé de escribirlo mentalmente la noche anterior, en los últimos minutos antes de conciliar el sueño. Entredormida, repetí la frase final de despedida para que se me quedara grabada y pudiera recordarla al despertar. Sé que esta historia ha sido importante en nuestras vidas y ambos la recordaremos cada 9 de diciembre. Te llevo entrañablemente en mí. Un final sobrio, romántico casi, como para atemperar la intensidad de todo lo que antecedía a ese cierre discreto.
Había empezado a garabatear ese mail una semana antes, entre traducción y traducción, con anotaciones de puntos fundamentales, en un cuaderno que me había regalado un cliente unos mil años atrás. En la lista figuraban en primer lugar los hermosos momentos compartidos, que incluían detalles explícitos de nuestra anatomía. Cómo olvidar mi boca buscando ese lunar impúdico en tu pelvis, aquella mañana en la que me despertaste recitando un poema de Cortázar, sentado al borde de la cama, desnudos ambos; las noches de amor en el balcón, despreocupados ante posibles testigos indiscretos; los ríos de humedades que quedaron grabados en aquel poema que te dediqué; mi mousse de chocolate derritiéndose en nuestra piel pegoteada… Me pareció un buen inicio como para alivianar lo que se venía después: la hipocresía, la cobardía, la traición. No quisiera sonar cursi ni dramática, tampoco despechada (aunque lo estaba, aborté “despechada” porque sonaba a chiste… justamente yo despechada, con el pecho con el que me había dotado la madre Naturaleza). Estaba decidida a lanzar toda la artillería de cuarentona desplazada del sitial de “mujer soñada” (esta expresión textual de Lorenzo iba a ponerla tal cual me la había dicho: “Sos la mujer que soñé toda la vida y creía que no existía”) por una veinteañera desprejuiciada y hueca, cuyo único capital era tener todo lo que había que tener turgente en su lugar.
La peor parte la grabé con el celular mientras manejaba hacia la oficina (usualmente las mejores ideas me surgen cuando manejo y esta es la forma que encontré para que no se me escapen). Confieso que no fue tarea fácil moderarme entre los recuerdos de esos dos años compartidos, que eran muchos y muy buenos (esto era lo más difícil de asumir y aquello por lo cual nunca me di cuenta de que hacía meses que él venía jugando a dos puntas), y la rabia, la impotencia por no haberlo visto venir y, para qué negarlo, por sentirme una figurita que se conserva, preciada, pero que se cambia cuando aparece la difícil. Aunque en este caso convendría decir la fácil. Lamento no haber sido para vos la mujer con la que habías jurado vivir la vida que te quedaba; lamento que no hayas podido decirme de frente que estabas acostándote con esa compañera de oficina a la que durante meses describiste como “tonta, hueca, infantil, buscona”; lamento mucho más que el día que te cité para que te hicieras cargo de la ruptura, me llamaste como a ella. ¡Dios! ¡Qué humillación cuando escuché de tu boca decirme “Guada”! Y yo, tratando de tragar el salmón ahumado de la entrada, que se resistía a pasar entre las paredes angostadas del esófago, solo pude murmurar “me llamo Romina”.
Leí y releí, corregí alguna que otra palabra como para acentuar o suavizar según correspondiera a la intención y, satisfecha y orgullosa de mí misma, apreté send. El alivio que esperaba sentir no fue tal; más bien me atacó la desesperación cuando fui a la Bandeja de salida para corroborar, como siempre hago, cómo se ven los mails enviados. El corazón me estalló en diez mil pedazos. Por esos caprichos del destino, mi dedo acusador no había enviado el mail a la casilla de correo de lspotorno@sosseguros.com.ar sino a lsosa@traductoresasociados.com.
Todavía recuerdo la mirada de mi jefe cuando al día siguiente llegué a la oficina. §