Читать книгу #SaliDeCasa - Florencia Agrasar - Страница 20
Humo
ОглавлениеMabel Fuzzi
Shakin’ Stevens / This Ole House
El camión llegó tempranísimo, como si la empresa mudadora hubiera sabido de la ansiedad de Susi y Mauricio, que no los había dejado dormir en toda la noche. Los dos ya habían terminado de desayunar cuando les tocaron el timbre.
Afortunadamente no habría mucho para mover, solo los canastos con ropas y libros y muy pocos muebles, porque todo el equipamiento de la nueva casa lo habían mandado a diseñar a medida y ya estaba en su lugar. Los cuatro hombres del camión cargaron y descargaron todo prolija y rápidamente y en cuatro horas el traslado quedó completado.
¡Finalmente habitarían la casa soñada! ¡Susi había anhelado tanto este momento! Cuando se casaron habían comprado una vivienda chiquita, junto a una esquina, que, refaccionada en dos plantas, había quedado cómoda y agradable. Pero al poco tiempo Mauricio entró en el negocio inmobiliario y para un pozo de inversión decidió venderla; aunque a Susi no le hacía ninguna gracia ir a vivir al antiguo departamento de sus suegros, Mauricio logró convencerla con las promesas de un futuro económico exitoso a partir de su entrada en el grupo constructor. La casita se vendió entonces y desde hacía trece años –¡trece años!– vivían en casa prestada, aunque hay que aclarar que Mauricio cumplió, y efectivamente logró construir una fortuna no despreciable que les permitía vivir holgadamente, vestir solo primeras marcas, tener dos automóviles y viajar mucho, sin contar incluso el viaje anual a Miami, como Dios manda. Y tan bien le había ido a Mauricio que, además del buen vivir, sus ingresos le habían permitido invertir en un edificio levantado por la constructora en el corazón del barrio de Villa Devoto, cerca de la estación; una de las unidades la reservó para sí. El departamento se distribuía en dos plantas que ocupaban el tercero y cuarto piso. En la inferior, living-comedor, cocina y comedor diario, dos baños, dependencia de servicio y lavadero. En la otra, se encontraban los dormitorios, que eran cuatro. Todos los ambientes, amplísimos y luminosos.
La paciencia estoica de Susi había sido premiada y aquí estaba, con su marido, almorzando frugalmente en el balcón de su casa nueva, en ese edificio que habían visto levantarse durante diez años en medio de los vaivenes económicos del país, que nunca daban tregua.
Por la tarde acomodaron libros y distribuyeron la ropa en los distintos placares. A pesar de la tarea liviana quedaron exhaustos, pero felices. Antes de la cena se tomaron un descanso y sentados uno junto al otro en el bello sillón de cuero color marfil miraron una de las series que seguían. Menos mal que era algo liviano, pensó Susana, porque la cabeza la tenía en otro lado: contemplando el nuevo hogar que se habían ganado. Hermoso, hermoso, hermoso había quedado todo.
De pronto en lo mejor de un capítulo –había dicho Mauricio después– las luces titilaron y todo se apagó. ¡Pucha! Nunca habían pensado que tenían que tener velas…
El electricista al que llamaron no hizo más que traer malas noticias: el edificio solo tenía “luz de obra”, habría que esperar al lunes para iniciar los trámites de la otra habilitación, la que se necesita para poder habitar el lugar como vivienda. Les dejó un cable empalmado con la caja del departamento de abajo, con lo que resolverían temporariamente el asunto.
El humor se les opacó un poco pero se resignaron confiando en que el lunes podrían solucionar el problema.
Al rato pidieron sushi y cenaron tirados de nuevo en el sillón mientras terminaban de ver el capítulo que había quedado interrumpido. Y mientras la serie se proyectaba otra vez Susi se colgó mirando el brillo cálido y mate de la madera entarugada del piso… Cuando terminaron y decidieron ir a la cama, cedió a la tentación de pisar descalza el porcelanato que se sentía cálido por la losa radiante. Qué lujo pisar esos baldosones.
Encantada como estaba, entró al cuarto y escuchó que Mauricio estaba sumergido en el hidromasaje del baño en suite; desde la zona de los vestidores pudo ver en la pared blanca junto a la ventana una línea negra… No era posible que ya hubiera quedado marcada una pared… Al acercarse comprobó con escándalo que era una fila de suculentas hormigas negras y cuando siguió el rastro pegó un grito al encontrar el tremendo hormiguero en el cantero contiguo a la habitación.
Alarmado por el alarido, Mauricio quiso cerrar el agua del jacuzzi para ir en auxilio de su mujer, pero no lo logró, el grifo parecía zafado. Así, empapado, salió mojando el piso y se detuvo junto a Susi, los dos perplejos. A Mauricio no le importó la hora, llamó al instante a María Elena, la diseñadora paisajista que desde hacía tres meses les había hecho gastar una fortuna en las especies adecuadas para ese espacio, la tierra especial y los fertilizantes para alimentar unas plantas que las hormigas ya casi habían devorado hasta el exterminio. María Elena se molestó por la hora y la conversación se hizo larguísima y escaló en tensión. Finalmente Mauricio logró arrancarle que vendría a revisar todo al día siguiente, aunque fuera domingo.
La discusión había durado probablemente cuarenta minutos y cuando los esposos se dieron vuelta para dirigirse al baño y cerrar el día, fue desolador para ambos comprobar que la bañera se había convertido en un manantial que inundaba gran parte del piso de la habitación y caía en cascada por la escalera.
Mauricio no encontró la llave de paso y recién pudo cortar el agua a las tres de la mañana cuando el arquitecto, se dignó contestarle la llamada. Mientras tanto el matrimonio intentó escurrir los cientos de litros que corrieron hasta esa hora pero eso no bastó para evitar el desastre: en unas semanas los pisos de arriba se hincharon, formaron chichones y hubo que levantarlos y revestir con otras maderas. Por debajo, además, la filtración estropeó la instalación eléctrica de la planta inferior, que debió reemplazarse casi por completo.
Para qué seguir… la lista de infortunios fue interminable: una grieta en la medianera que daba al vacío trabajó a tal punto que quebró el revestimiento de mármol de la cocina; la instalación eléctrica definitiva tuvo que ser reinstalada tres veces; el anafe eléctrico dejó de funcionar a la semana y media; en los canteros de la planta alta anidaron palomas que no encontraron manera de expulsar y todos los canteros estaban mal impermeabilizados, de manera que humedecieron las paredes de los cuatro dormitorios… Y así siguieron.
Susi se pasó el resto de su vida anhelando la casa chiquita junto a la esquina, cómoda y agradable.
Lo peor del caso fue que Mauricio no pudo hacer juicio a la constructora, porque él mismo era el abogado de la empresa. §