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1.1 Sublime matemático y dinámico, computadoras y ética

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Desde este punto de vista, son indicativos los aspectos matemático y dinámico del sublime kantiano. El sublime matemático es cuantitativo, y se refiere al número; el sublime dinámico es cualitativo, y se refiere a la fuerza y la capacidad de modificar la realidad. Lo sublime, en ambos casos, es de todas maneras ilimitado y, como dice Kant, “absolute, non comparative magnum”. La fuerza de lo sublime dinámico produce temor porque no hay facultad humana capaz de resistirla. Derrida dice, muy acertadamente, que por esto lo sublime transmite o produce una sensación negativa: es más un abismo que un cielo; es deconstructivo y destructivo.6

Ambas caras de lo sublime se reflejan en los procesos computacionales: en la computadora existen, al mismo tiempo, el aspecto matemático y el dinámico. Se almacena una cantidad gigantesca de informaciones, la cual necesita una adecuada potencia de elaboración (igualmente colosal). Las tecnologías de la información atraen y espantan, precisamente, porque manejan procesos inconmensurables para los seres humanos. Por ejemplo, los aplicativos para la gestión de los sistemas informativos, como los data warehouse, deben apoyarse en algoritmos de inteligencia artificial o genéticos para complementar, o hasta suplantar, nuestros cerebros, incapacitados para manejar semejantes magnitudes.

Estéticamente, lo sublime produce el placer negativo del miedo, pero, al mismo tiempo, es gracias a lo sublime, como ha enseñado Schiller, que la ética puede relacionarse con el dominio del arte; esto porque la presencia de lo sublime produce la conciencia del límite, la necesidad del parergon (del marco), el sentido del peligro del abismo y de lo que sobrepasa nuestros poderes. Y la conciencia reacciona y se sustrae al abismo, generando el auténtico sentimiento ético y moral. Para Schiller, en otras palabras, lo ético se instaura porque el espíritu se hace consciente de su pequeñez y de sus límites; la dignidad moral es, entonces, la capacidad de elevarse, con el espíritu, más arriba de las imperfecciones.7

Se entiende aquí, me parece, porque en la contemporaneidad la crisis de lo bello es simétrica al auge de lo sublime. Ambos procesos, sin embargo, nacen desde un mismo planteamiento estético: el de Kant. Por esta razón, las estéticas de vanguardia, que prefieren la libertad de lo sublime a las cualidades seguras, pero banales, de lo bello, en realidad no salen de las contradicciones o limitaciones que, con el abandono de lo bello, pretenden superar; entre ellas, la compleja, pero ineludible, discusión acerca de la responsabilidad ética, de la autonomía lingüística de las artes y de la influencia de la ciencia y de la tecnología. Son cuestiones a las que espero contestar revisando un influyente, aunque hoy poco reconocido, tratado de estética musical de 1845: Lo bello musical, de Eduard Hanslick, quizá el primer intento moderno de analizar lo bello racionalmente, con los instrumentos metódicos de la ciencia.

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