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4.2 La producibilidad, la complejidad y la autopoiesis

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Sin embargo, las simulaciones y todas las demás tecnologías informáticas, que permiten los procesos de la producibilidad, no son tan diferentes de las tecnologías de la reproducibilidad técnica, como parece creer Costa. La vida y la inteligencia artificial, por ejemplo, que pueden considerarse ejemplos de producibilidad, no nacen de la nada, tienen su autor y su aura; y si el referente de la obra o su contenido no son el fenómeno natural o el dato concreto, esto no significa que no exista referente, pues este es el modelo científico y matemático, tal como está incrustado en los algoritmos de las técnicas generativas o de la programación genética. El hic et nunc60 de Benjamin, la relación con el contexto real que funda la unicidad de la obra de arte y su aura, se traslada desde lo real hasta el modelo matemático; esto es, se transforma en un texto y en una interpretación, con lo cual se completa la autorreferencia de semejantes sistemas epistemológicos.

Por eso hay críticos que advierten que estas dimensiones radicalmente antirrealistas, que caracterizan el arte tecnológico, están en realidad destruyendo la comunicación con el público. En efecto, es muy fácil encontrarse, en los eventos dedicados a los nuevos medios, con lo arbitrario, lo humanamente insignificante y lo psicológica, política y socialmente superficial; en suma, con el simulacro y la dimensión de la interfaz.61 Ahora bien, tanto en los pros como en los contras de lo sublime tecnológico hay, de manera implícita, tres premisas que es oportuno discutir:

1) Se definen las tecnologías de la información exclusivamente como tecnologías de la reproducibilidad, centrando el enfoque solamente en el hecho —cierto, pero secundario— de que eliminan por entero las diferencias entre original y copia; 2) se da por seguro que las herramientas digitales son capaces de creación autónoma y que existe la autopoiesis y la autoorganización en los sistemas artificiales (se trata de una especie de soberbia o ilusión de la tecnociencia); y 3) se dice, de modo excesivamente crítico, que los procesos sintéticos producen necesariamente la pérdida del sentido, debilidad epistemológica y la imposibilidad de la interpretación (con el aura y el autor, muere también el lector, porque, pace Barthes, la reproducibilidad absoluta, más la autopoiesis artificial, no crean textos que puedan ser interpretados, sino realidades ajenas que ni siquiera pueden ser deconstruidas).

Aquí quiero demostrar que las opiniones sobre las tecnologías digitales y las simulaciones, tanto a favor como en contra, están distorsionadas y son incompletas (y habría que preguntarse las razones de su difusión entre los críticos y los teóricos de lo digital). Una razón es la presencia de prejuicios y creencias generados por las incomprensiones entre ciencias exactas y ciencias humanas; la otra razón es la dependencia teórica de la crítica heideggeriana, respecto de la tecnociencia y la tecnología moderna. De todos modos, creo que el error primordial es hablar de lo digital a nivel de capa física, sin considerar que se compone esencialmente del software y por sus fundamentos científicos y filosóficos. Es decir, no se consideran las relaciones entre las aproximaciones sistémicas a la complejidad y a los principios filosóficos y estéticos de la línea hermenéutica que, comenzando por Heidegger, se desarrolla en Gadamer y Vattimo. Por último, a causa de una mirada superficial y desenfocada (porque usa todavía los filtros de una cultura tecnológica analógica), se sigue pensando en lo digital como un producto y no como un proceso, ya que siempre se está especulando sobre el objeto, en lugar de abordar el sistema dinámico e interactivo que lo ha producido. Así, se ignoran y se desperdician los mecanismos de la interacción y las implicaciones hermenéuticas de la hipertextualidad, de lo abierto, de lo emergente y de lo indeterminado.

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