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2. Derrida y las dinámicas de lo sublime
ОглавлениеAquí examinaremos algunos aspectos del análisis de lo sublime de Derrida,22 porque a través de cuestiones como la medida, el marco y el borde entre lo determinado y lo indeterminado, los argumentos de Derrida aclaran la naturaleza compleja del concepto de lo sublime, lo que es muy importante para reanudar, dentro de lo tecnológico, los aportes de Greenberg y Vattimo, a pesar de las diferencias de sus respectivos fundamentos teóricos. Derrida divide el análisis de lo sublime en los problemas de lo mensurable y de lo colosal (kolossòs).23 La relación de la razón con lo sublime tiene que ser mediada por el parergon, es decir, por un marco o límite interpretativo, porque lo sublime, en sí, es ininteligible. Lo bello, en cuanto medida humana, es aquello que cumple dicha función, pero el problema consiste en que lo bello, hoy, es en sí mismo indeterminado y, por lo tanto, inseguro para la tarea mediadora.
Esto se comprueba en la proliferación de la información del ciberespacio, donde lo inconmensurable se presenta, sin mediación, como si fuera la única dimensión posible: el afán estadístico, la estética de los metadatos, las visualizaciones científicas, las simulaciones y las estéticas del error y del caos, de moda en el arte digital, son estrategias de lo feo y del desorden, que, por lo tanto, pueden considerarse expresiones concretas del desbordamiento de lo sublime.24
Desde el punto de vista del arte posmoderno, las citaciones, las apropiaciones y el reciclaje son lenguajes para exorcizar lo sublime y su incertidumbre, reorganizando el caos en una suerte de belleza de los fragmentos. En otras palabras, el orden y lo bello, desalojados por la sublime magnitud de los procesos globalizados, se recogen y se restablecen en los detalles y en el mundo individual. El mundo y el espacio se reincorporan como esencia individual (la identidad subjetiva e incuestionable), pero, con esto: a) viene recortada la relación con lo sublime, que se queda en los espacios globales; y b) se hace regresar el arbitrio del genio kantiano, que se manifiesta en el dominio del sujeto, comenzando con el artista y terminando con el fanatismo y el fundamentalismo de las minorías subalternas.