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III. LA UTILIZACIÓN DE ALEXA EN LOS PROCESOS PENALES. ALGUNOS EJEMPLOS DE DERECHO COMPARADO

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Los primeros asuntos que saltaron a la palestra mediática tuvieron lugar en Estados Unidos, país que, en muchas ocasiones (pensemos, por ejemplo, en el uso de los emojis como prueba en el proceso12) se sitúa en la avanzadilla de este tipo de cuestiones.

Uno de ellos fue el caso de Victor Collins, un hombre que, en noviembre de 2015, apareció muerto en el jacuzzi de la casa de su amigo James Bates. La noche anterior, Bates, Collins y otros dos amigos se habían reunido para ver un partido de fútbol. El anfitrión aseguraba que, pasada la medianoche, se había retirado a su habitación, situada en el piso superior de la casa, mientras que Collins y otro de los amigos todavía se encontraban en la planta inferior de la casa. Bates sostenía que no fue hasta que se despertó por la mañana que encontró el cuerpo sin vida de la víctima.

Además de los aparentes signos de violencia, otro dato apuntaba a que algo extraño había sucedido aquella madrugada: el consumo de agua. Y es que esa noche se había usado una enorme cantidad de agua, lo cual, según los investigadores, sugería que alguien había limpiado la escena del crimen –un pequeño patio en el que se encontraba la bañera de hidromasaje–. Baste señalar que, durante la velada, los cuatro amigos no gastaron, de media, más de diez galones de agua por hora (lo que equivale a poco menos de cuarenta litros). Sin embargo, el consumo total entre la una y las tres de la mañana se disparó hasta los ciento cuarenta galones (más de quinientos litros).

Al margen de ello, en el transcurso de la investigación, la Policía de Arkansas solicitó a Amazon una copia de las grabaciones del dispositivo Alexa que se encontraba en la cocina de la casa: querían saber si el Echo había grabado algo que pudiera ser de interés para esclarecer los hechos. De conformidad con las informaciones que, en su momento, trascendieron a los medios de comunicación: “Según la policía, Bates pudo haber cambiado la música durante la noche a través de varios altavoces del sistema Amazon dispersos por su hogar. Lo que probaría que no estaba dormido”13. Al parecer, algunos testigos recordaban que el dispositivo se había usado para reproducir música la noche del crimen.

La compañía rehusó entregar las grabaciones, alegando que estaban protegidas por la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos –que, reconoce, entre otras, la libertad de expresión–14 y que la orden emitida por las autoridades no era, a su juicio, de suficiente entidad como para facilitar esa información. Más concretamente, Amazon señaló que no las aportaría porque no existía lo que ellos consideraban como “una petición válida y vinculante”.

La negativa del gigante empresarial acabó resultando estéril pues fue la propia defensa de Bates quien terminaría entregando las grabaciones. En ellas, no había nada que pudiera incriminarlo y, finalmente, los cargos contra su persona acabaron siendo retirados.

Con todo, el altavoz inteligente no fue el único elemento tecnológico que entró en juego en esta investigación: también lo hizo una aplicación que contaba los pasos: la de Bates demostraba que, desde la medianoche, hasta la mañana siguiente, no había tenido actividad.

El segundo de los casos estadounidenses que quisiéramos destacar tuvo lugar en 2017. A la sazón, Christine Sullivan fue asesinada en su casa de New Hampshire, al igual que su amiga Jenna Pellegrini. Según la hipótesis de la fiscalía, el investigado –Timothy Verrill– las mató porque sospechaba que una de ellas estaba suministrando información a la policía acerca de un asunto de tráfico de drogas en el que el propio Verrill estaba implicado15.

Aquí tenemos, de nuevo, un asistente Alexa ubicado en la cocina. El juez encargado del caso emitió una orden dirigida a Amazon solicitándole que le suministrara las grabaciones del dispositivo entre el día en que se produjeron los asesinatos –el 27 de enero de 2017– y hasta dos días después – el 29 de enero de 2017–, fecha en que la policía encontró los cuerpos. A juicio del tribunal, quizás se pudieran hallar en ellas pruebas que permitieran esclarecer el delito, “incluido el ataque y el posible traslado del cuerpo desde la cocina durante ese período”16.

Lejos de limitarse al ámbito estadounidense, el uso de Alexa en los procesos penales ha llegado ya a Europa. Y nos aventuramos a afirmar que para quedarse. Entre finales de diciembre de 2020 y comienzos de enero de 2021, los medios informaron de un caso en Alemania: el tribunal regional de Regensburg había condenado a un hombre por el asesinato de una mujer y, por primera vez en el país germano, los tribunales recurrieron, entre otras fuentes de prueba, a las grabaciones del asistente virtual de Amazon.

El altavoz, situado en la habitación de la víctima, se activó la noche de autos, y los audios obtenidos demostraban que, en la estancia, junto con ella, se hallaba su expareja y agresor. Poco después de la medianoche, el victimario “despertó a Alexa”. Y tres horas después, le ordenó detenerse. Quizás, aunque las fuentes que hemos consultado no lo indican, le había ordenado reproducir música –de ahí que, tras tres horas desde que se pronunció la palabra de activación, se le ordenara parar–. Sea como fuere, ello permitió probar su presencia en el lugar del crimen.

En esta ocasión, y según las noticias que han trascendido (no hemos encontrado, al menos por el momento, ningún artículo doctrinal al respecto), Amazon entregó los audios tras la petición por parte de las autoridades.

Aunque el presente trabajo se centra en el asistente Alexa y no nos gustaría desviarnos del tema de nuestra exposición, efectuaremos un breve apunte. Porque quisiéramos poner de manifiesto que otros dispositivos tecnológicos y aplicaciones podrían, igualmente, suministrar información útil para una instrucción penal. Información que, en su caso, podría llegar a ser utilizada posteriormente como fuente de prueba en la fase de juicio.

Tan sólo mencionaremos dos ejemplos –cómo no, estadounidenses–. El primero de ellos, acaecido en 2016, estuvo protagonizado por Ross Compton, un hombre que afirmaba que un día, al despertarse, se topó con su casa en llamas. Según él, cogió unas pocas pertenencias y huyó corriendo.

Las autoridades encargadas de la instrucción desconfiaban de la versión de Compton. Y, entre otras diligencias de investigación, solicitaron el acceso a los datos de su pulsera Fitbit. Éstos, según los peritos médicos, refutaban su relato de los hechos: todo parecía apuntar a que Compton había tenido un período de intensa actividad física esa noche, lo que sugería que el incendio no le había cogido de sorpresa, sino que era intencionado y que, antes de provocarlo, se había dedicado a mover objetos grandes y pesados. En definitiva, los datos de su Fitbit parecían sugerir que se trataba, muy probablemente, de un caso de estafa al seguro.

La pulsera Fitbit fue también utilizada en un caso de 2015. Una mujer había sido asesinada y su marido insistía en que un intruso había irrumpido en su casa y la había atacado. Pero la pulsera de actividad de la víctima demostraba que había dado más de mil pasos en la hora siguiente a la que, según su marido, estaba muerta. Un indicio que sirvió para poner en duda la versión del esposo, a quien se terminó procesando como culpable de asesinato.

Dejando a un lado Fitbit y centrándonos de nuevo en los altavoces inteligentes de Amazon, analizaremos a continuación las potencialidades de uso de Alexa en el proceso penal español.

Investigación y proceso penal en el siglo XXI: nuevas tecnologías y protección de datos

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