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Prólogo La delincuencia sexual y su prevención desde múltiples miradas

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Santiago Redondo Illescas

Catedrático de Psicología-Criminología, Universidad de Barcelona

Constituye una magnífica noticia académica la aparición de este libro que analiza la violencia sexual, dirigido por los profesores Francisco Javier de Santiago, Nubia Rovelo Escoto y Montfragüe García Mateos, y en el que participan diversos autores latinoamericanos y españoles. Aunque no es poca la información disponible en materia de violencia y abuso sexual, tanto de cariz más cultural como procedente de la investigación científica, son en cambio escasos los tratados o monografías que han revisado, ordenado y compendiado dicha información. De ahí que esta obra, a cargo de la prestigiosa editorial Aranzadi, sea una excelente novedad. Me han pedido los coordinadores de la obra que la prologue debido, imagino, a que la delincuencia sexual ha sido también uno de mis ámbitos principales de estudio, lo que hago muy honrado.

La vida social, la convivencia de unos con otros, tiene en todas partes un amplio margen de posibilidades de comportamiento e interacción entre las personas, si bien no ilimitado, no exento de restricciones. Esa es la esencia del contrato social: Hallar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado (Rousseau, en 1762). Así lo es para el conjunto de las interacciones humanas, entre las que se encuentran las interacciones sexuales. Estas pueden manifestarse en las sociedades democráticas con un amplio margen de libertad y en múltiples formas, pero con dos limitaciones principales: que sean deseadas y voluntarias, y en consecuencia no forzadas; que tengan lugar entre personas adultas, y por ello no impliquen a menores de edad.

La capacidad de experimentar excitación y deseo sexuales es innata a los seres humanos. Pero no lo es en la misma medida la habilidad para colmar dicho deseo, para ejercitar la sexualidad humana, de forma plena, apropiada y responsable, lo que incluye el sometimiento a las restricciones aludidas. Tal sexualidad responsable debe adquirirse, como la mayoría de nuestros comportamientos, a lo largo del proceso global de socialización. En particular, la socialización sexual –que incluye la adopción de las pautas esenciales de la sexualidad, incluyendo lo que puede y no puede hacerse– suele producirse durante la adolescencia y la primera juventud, cuando el deseo y la conducta sexual se despiertan y desarrollan. Entonces, la inmensa mayoría de los jóvenes aprenden, con rapidez y de forma sólida, qué manifestaciones sexuales son saludables y apropiadas y cuáles no, qué parejas sexuales resultan viables y qué otras no, qué contextos son aceptables para el sexo y cuáles no lo son. En realidad, vistas así las cosas, las sociedades son en general altamente exitosas socializando e integrando sexualmente a la inmensa mayoría de sus jóvenes, que a partir de ello tendrán una vida sexual satisfactoria a la vez que respetuosa de las normas y restricciones sociales a este respecto.

Sin embargo, en asuntos sociales importantes como el que aquí nos ocupa, las buenas noticias no suelen venir solas. Aunque la mayoría de los ciudadanos tendrán una sexualidad conforme con las normas de convivencia y con las leyes, algunas personas, particularmente algunos varones, las transgredirán gravemente, cometiendo delitos de agresión, abuso sexual u otras infracciones análogas. Ante ello, se plantean como mínimo dos preguntas científicas ineludibles: ¿Por qué la socialización sexual, que suele ser tan ampliamente eficaz, no lo ha sido en estos casos? ¿Qué debería hacerse para evitar la repetición de estas conductas y, a la vez, prevenir que otros inicien una sexualidad inaceptable y cometan delitos semejantes? Estas cuestiones, y otras relacionadas, confieren pleno sentido a un libro como este, orientado a conocer y entender mejor la violencia sexual presente en nuestras sociedades y a reflexionar sobre los modos más eficientes de prevenirla, objetivos centrales de una moderna criminología de la violencia sexual.

Acerca del origen de la delincuencia sexual, es mucha y creciente la investigación desarrollada durante las últimas décadas. Sus mejores resultados apuntan en dirección a la complejidad y multicausalidad del comportamiento de agresión y abuso sexual. En las diferentes casuísticas pueden aparecer implicados factores y experiencias como los siguientes: elevada impulsividad, agresividad, carencias en empatía; psicobiología diferencial de varones y mujeres (que claramente confiere a los primeros un mayor riesgo); pensamientos, valores y actitudes sexistas; vivencias tempranas de abandono, maltrato o abuso sexual; iniciación sexual prematura; experiencias sexuales anómalas, incluyendo el uso de fuerza o contacto sexual con menores; fantasías sexuales desviadas y recurrentes (sexo-violencia, sexo-niños…); desestructuración familiar; marginalidad; abandono escolar, abuso de alcohol y otras drogas; dificultad para las relaciones sexuales adultas y consentidas; influjo de amigos delincuentes; exposición frecuente a ocasiones delictivas, etc.

Trasladado todo ello a una nomenclatura criminológica más global y parsimoniosa, los elementos de riesgo inmersos en la etiología de la agresión sexual –y de la conducta delictiva en un sentido más amplio–, suelen corresponder a tres fuentes de influencias criminógenas combinadas: a) riesgos y dificultadas de cariz individual (agresividad, baja empatía, minimización y justificación del delito…); b) carencias prosociales severas (familias problemáticas, socialización errática, amigos antisociales…); c) exposición frecuente a posibles oportunidades delictivas (víctimas vulnerables, situaciones de abuso de alcohol…). Aunque cada uno de estos elementos podría incitar per se la violencia sexual, la observación científica más común es que varios de los factores de riesgo aludidos (individuales, sociales, ambientales) confluyan en un mismo individuo y, aunados, exacerben su riesgo delictivo. Pese a esta contrastada complejidad, las narrativas sociales prevalentes sobre la violencia sexual tienden a simplificar su origen, atribuyéndolo exclusivamente a algún factor aislado (trastorno mental, tolerancia social, falta de control y dureza penal…), lo que limita su mejor comprensión.

Por lo que se refiere a la prevención de los delitos sexuales, de igual manera que los factores que contribuyen a su génesis suelen ser diversos, las medidas dirigidas a evitarlos también deberían serlo. Por ejemplo, para aliviar los riesgos personales evidenciados por algunos jóvenes, que pueden ser tanto ingénitos –alta impulsividad…– como adquiridos –justificaciones delictivas…–, deberían promoverse más programas de educación precoz, de reeducación intensiva cuando el riesgo se está exacerbando, de tratamiento terapéutico de agresores severos (quizá el campo de aplicaciones internacionalmente más desarrollado). Para contrarrestar las carencias sociales que inciden negativamente sobre los adolescentes y jóvenes en riesgo, se requerirían mayores y mejores intervenciones familiares, escolares y sociales. En relación con las posibles oportunidades susceptibles de favorecer delitos sexuales, deberían desarrollarse más medidas de prevención comunitaria y ambiental, a cargo de los centros educativos, los servicios sociales, la policía.

Pero, de modo análogo al reduccionismo que es tan frecuente al analizar la violencia sexual, las propuestas más habituales para su control y prevención también suelen tender a lo más simple e intuitivo, que generalmente se concreta en el endurecimiento de los castigos y el encarcelamiento prolongado de los delincuentes sexuales más graves. Algo que no es precisamente un dechado de moderna praxis científica, atendidos los múltiples factores etiológicos aludidos, ni tan siquiera atiende a los principios más básicos que nos legó la Ilustración: ¿Queréis evitar los delitos? Haced que acompañen las luces a la libertad (…) no se puede llamar precisamente justa la pena de un delito, cuando la ley no ha procurado con diligencia el mejor medio posible de evitarlo (Beccaria, en 1764).

Pese a las consideraciones graves efectuadas (no lo son poco la violencia sexual y sus mejores remedios), no es en absoluto mi propósito, claro, cerrar en este prólogo inicial la reflexión y los debates sobre el origen de los delitos sexuales y su prevención, sino apenas abrirlos y estimularlos. En los capítulos que siguen podrán encontrarse múltiples miradas sobre la violencia sexual, incluyendo sus manifestaciones a lo largo de la historia, las aproximaciones criminológicas y sus explicaciones teóricas, la perspectiva jurídica y las tipologías delictivas, las infracciones sexuales cometidas por mujeres, la cibercriminalidad sexual, la violencia sexual en el contexto de las sectas, de los conflictos armados y el terrorismo, las agresiones sexuales en el seno de la pareja y la familia, así como al respecto de la intervención terapéutica con agresores sexuales en prisión. El estudio atento de todas estas materias, a lo que animo encarecidamente, permitirá a los lectores adquirir un conocimiento fundamentando y relevante sobre la realidad de la violencia sexual y los principales factores asociados ella.

Cardedeu, 27 de agosto de 2021.

Violencia sexual. Análisis, Tipologías y diferentes perfiles

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