Читать книгу Violencia sexual. Análisis, Tipologías y diferentes perfiles - Francisco Javier de Santiago Herrero - Страница 8

2.1. PREHISTORIA/NEOLÍTICO

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La prehistoria comprende desde el nacimiento de la humanidad hasta el nacimiento de la escritura. Ya en la Gran Dolina de las excavaciones de Atapuerca (España) se encuentran restos del denominado Homo Antecessor, correspondientes supuestamente al Pleistoceno inferior. El caso es que en 2013 un grupo de arqueólogos encuentra un cráneo de un hombre al que golpearon un par de veces en la frente. Dicho cráneo se encontraba en una fosa común junto con otros que no presentaban signos de violencia, lo que hace suponer que el asesino/a oculto el cadáver con más o menos esmero entre el resto de difuntos. Por los albores de la humanidad nos encontramos ya de forma tan prematura la historia del crimen y de las agresiones intraespecie de la que focalizaremos en este libro a los agresores sexuales. Evidentemente sin esa constancia tan temprana que la antropología forense pueda en la actualidad vislumbrar.

En general el Homo sapiens era un ser social y acostumbrado a cierta cooperación. Lo que resulta contradictorio con la dinámica evolutiva de la humanidad (Hernández y Rubio, 2010). Si bien precisamente ese sedentarismo introduce el concepto de “poblado”, de “producción” y de “excedencia” de recursos y víveres como reserva. Con ello se introduce también en el mundo el concepto de “guerra”. En el neolítico se produjo una triple domesticación: las plantas a los animales y a las mujeres que pasan a ser propiedad utilitaria del hombre.

¿Que conlleva esta organización natural de la sociedad?: lo primero es que el hombre se constituye en el guerrero y cazador mientras que la mujer en cuidadora. Esta división sexual del trabajo se apoyaba en que la naturaleza había provisto al hombre de una mayor fuerza física y a la mujer de la capacidad reproductiva. Luego de alguna manera la génesis de esa división social de tipo patriarcal la podríamos situar ya en estas épocas tan postrimeras del ser humano. Entendida como una medida que a priori se consideraba justa y razonable. Aparecen las primeras diferencias claras entre hombres y mujeres. Hasta el punto de encontrarse menos tumbas femeninas, siempre más pobres, así como de infantes (ya sean niños o niñas) a la par que apenas aparecen representadas en imágenes, ni forman parte de la caza o la guerra1. Ya en el neolítico se encuentran evidencias de confrontaciones sistemáticas entre humanos. A modo de ejemplo y mediante la antropología del conflicto2 en las excavaciones de Talheim se revela una fosa común con restos de 18 adultos y 16 adolescentes que habían recibido un primer golpe cuando estaban de pie, probablemente huyendo. Posteriormente recibieron golpes y cortes por todo el cuerpo con auténtico ensañamiento. La hipótesis probable es que se trate de una “guerra” entre campesinos vecinos y sorprende la ausencia de niños pequeños, posiblemente resguardados de la batalla por las mujeres (Gracia, 2019 p. 10). En las excavaciones de Roaix (Francia) se aprecia la aniquilación de mujeres y su descendencia como forma de supervivencia a corto plazo del grupo vencedor, disponiendo de los recursos del vencido, si bien comienza con ello las cadenas de venganzas y represalias constantes lo que de por sí ya va a dificultar la estabilización social. En el yacimiento de Fontbrégoua aparecen restos de antropofagia y paralelo a este canibalismo la protección de los muertos mediante sepultura.

En lo referente a ser objeto de violencia física estudios como el de Sanahuya (2007) demuestran mediante el estudio arqueológico de los huesos humanos que la violencia física hacia la mujer era muy escasa frente a la violencia hacia el hombre donde es frecuente encontrar lesiones de fracturas de cráneo, fosas nasales, decapitaciones, sin embargo otras violencias como la alimentaria demuestra una clara tendencia a que el hombre se alimentaba de carne frente a verduras y vegetales como dieta de la mujer. O la desigualdad laboral, encontrándose evidencias significativas de lesiones óseas en las mujeres que implican un sobresfuerzo laboral importante, como es el caso de vertebras hundidas, rodillas deformadas o pulgares de los pies artríticos resultado de trabajos pesados y repetitivos, frente a traumatismos de rotulas con muesca muy vinculadas a heridas debidas a una posición pasiva en cuclillas que deteriora la rodilla por inactividad, daño muy típico en los hombres de la época (Molleson, 1994). En todo caso, la libertad de movimiento era un privilegio masculino frente a la sobreexplotación de la mujer en su acotado territorio. Posteriormente los mitólogos inventaron el Hades para desterrar esa vida que no debía saberse ni imaginarse; las manzanas y la serpiente, símbolos del placer que impulsa la vida, fueron conquistadas y destruidas por Hércules, arquetipo del nuevo ser humano patriarcal, que instituye la superioridad masculina y sustituye el principio del placer por el de la fuerza física (Rodrigañez, 2010). También desde el orden mitológico nos encontramos con la violación de Medusa por Poseidón a la cual además castiga con petrificar a todo aquel que la mirara directamente a los ojos. Con ello se asienta el mito androcéntrico de la mujer monstruo castigada por su deseo o feminidad. Pero la historia se asienta en vaivenes crueles y románticos y en este último sentido en la actualidad el italiano Luciano Garbati revierte la historia y convierte a Medusa en icono del triunfo de las victimas sobre sus agresores sexuales colocando una estatua en frente de los juzgados de Manhattan a la Medusa de Metoo que consiste en esa Medusa del S. XXI que sujeta la cabeza de Poseidón como si fuera a la de todos los agresores sexuales superados por sus víctimas.

Junto con otras armas el hombre descubre casi de forma innata sus genitales como instrumento contra la mujer. Sobrevalorando el falo como anatómicamente capaz de producir placer, causar dolor y también la humillación del sometimiento. El coitocentrismo y falocentrismo3 agresivo encuentra el camino de unir el “eros y el thanatos” en un solo acto. El “piquerismo invertido” que reconduce al pene en una afilada arma de destruir y gozar con ello. Igualmente, a la inversa a finales del S. XIII a C el faraón Merneptah amputo 6359 penes como método para neutralizar la procreación del enemigo y así extinguirlo en su totalidad.

Ya en la Ilíada, de Homero S. VIII a C. se recoge el secuestro de mujeres y su explotación sexual como una concepción completamente aceptada y producto de la guerra. Es decir, se naturaliza que el vencedor puede disponer de la sexualidad de las mujeres vencidas a modo de botín de guerra.

En Atenas la violación era castigada pecuniariamente si no había mediado seducción o romance mientras que si había mediado cortejo o enamoramiento el marido tenía derecho a matar al supuesto conquistador. El problema radicaba en que tras la violación el marido estaba en la obligación de divorciarse de su mujer, quedando ella proscrita y sin poder volver a casarse. Luego siendo víctima se revictimizada perdiendo su honor, su honra y la posibilidad legal de rehacer su vida. En todo caso no se contemplaba el derecho de la mujer violada sino la honra de su marido.

Hay un tipo de secuestro de mujeres que se ha repetido en la historia de la humanidad en todos los rincones del mundo y que se mantiene hasta nuestros días. En la actualidad baste con resaltar a las mujeres raptadas por grupos terroristas como Boko Haram y el Estado Islámico. Raptos que podían y pueden involucrar tanto a una sola mujer como a toda una población de las mismas, si bien todo esto se trata con más detalle en el capítulo cinco. Un ejemplo claro, de los históricamente asentado de estos secuestros lo encontramos de forma mitológica en los orígenes de Roma. Rómulo creo una ciudad, pero con una acusada falta de mujeres. Puso entonces el objetivo de obtener mujeres del pueblo vecino: “Los sabinos”. A ellos los invitó a unas fiestas y juegos a la que acudieron tanto los hombres como las mujeres sabinas, Aprovechando que los sabinos estaban embriagados por el vino raptaron a sus mujeres los cuales declararon la guerra a los latinos de forma inmediata. La cuestión que aquí nos ocupa, no es como de resolvió dicha disputa sino el hecho de contemplar a la mujer como objeto de disfrute y procreación de especie, por las buenas o por las malas desde los inicios de la historia.

En el año 509 a. C., con el nacimiento de la República Romana tenemos una de esas violaciones históricas. Roma en ese momento tenía asediada la ciudad de Ardea. Un grupo de jóvenes romanos mediando más copas de las necesarias, discutían cuál de sus esposas era la más virtuosa. Entre estos jóvenes se encontraba Lucio Tarquino (el último Rey de Roma). Para comprobar cuál de todas las mujeres era la más honrada decidieron sorprenderlas regresando por la noche a Roma. En sus encuentros la mayoría de ellas estaba de fiesta, salvo la de Tarquino llamada Lucrecia. Durante esa noche Sergio Tarquino, hijo de Tarquino el Soberbio se quedó prendado de Lucrecia y pasados unos días, Sergio regresa a ver a Lucrecia a solas y exigiéndola sexo amenazándola con un cuchillo. Lucrecia se resiste a lo que su agresor le indica que mataría a un esclavo y después a ella para simular una escena donde sed supusiera que ambos eran amantes y que por lo tanto iba a caer igualmente en deshonra. Lucrecia accede sin resistirse a ser violada ante dicha argucia. Posteriormente cuenta lo sucedido a su marido y a su padre para finalmente clavarse un cuchillo. Posiblemente el sentimiento de no querer ya vivir procedía de la humillante vivencia de la violación, la cual le hizo sentir que había perdido no solo la honra, sino que también decepcionaba la dignidad de los suyos.

En el bajo imperio Romano se asienta una cultura de la violación reafirmada en la Ley, donde la culpable era generalmente la víctima. En el Codex Tehodosianus (recopilación de la ley del Derecho Romano). Se establecía una diferencia entre las mujeres violentadas y que no habían resistido lo suficiente, las que provocaban y las que habían consentido por omisión de defensa. El caso es que la mujer nunca ganaba, fuera cual fuera las opciones. La paradoja era cruel, siempre era la víctima la perdedora y la cuestionada. Mitos que aún en la actualidad están en el inconsciente colectivo, cuando se exonera al agresor, se cuestiona a la víctima o se la trata como instigadora. Baste con observar la cantidad de debates, controversias y diatribas ideológicas que provoca el actual “NO” es “NO”.

Violencia sexual. Análisis, Tipologías y diferentes perfiles

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