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A.El Segundo Viaje Misionero

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Corinto fue el foco principal durante el segundo viaje de Pablo (Hechos 15:41–18:22), el cual se puso en marcha inmediatamente después de que se decidiera en Jerusalén el asunto de la salvación de los gentiles. Después de pasar por Galacia para reafirmar a las iglesias de allí (16:1-5), Pablo fue hacia el oeste como si planeara establecerse en Éfeso (16:6). Sin embargo, el Espíritu los impulsó a él y a su equipo a que cruzaran el Egeo hasta Macedonia (16:7-10) para viajar en sentido contrario a las agujas del reloj. Habiendo fundado iglesias en Filipos, Tesalónica y Berea navegó por la costa europea del Egeo, delante del Monte Olimpo.

En un famoso texto, llamado macedónico, Pablo vio “un hombre de Macedonia de pie y suplicándole, ‘Ven a Macedonia y ayúdanos’” (Hech 16:9). Pablo podría haber concluido que los macedonios le agradecerían el llevar el evangelio a nuevas áreas. En lugar de esto, el segundo viaje tenía todas las marcas de un gran desastre, un ciclo monótono en el que Pablo evangeliza, luego enfrenta la oposición, es golpeado o expulsado y continúa hacia el sur. Lo que había comenzado como un equipo misionero formidable incluyéndolo a él mismo, a Silas, a Timoteo, a Lucas y quizá a otros, empezó a disminuir al dejar a un miembro u otro en el camino, con el fin de conservar sus pequeñas victorias, trabajando en las pequeñas congregaciones que se aferraban a Cristo. Por fin Pablo llegó, totalmente solo, a evangelizar Atenas en Acaya, el pueblo de Sócrates, Platón y Aristóteles además de los dramaturgos clásicos. Empezó como predicador invitado en la sinagoga. También se ocupaba en hablar con los transeúntes y los curiosos en el mercado central, y hasta habló con el concilio en el Areópago.

Una impresión persistente de la obra en Atenas es que fue el único gran fracaso de Pablo, y del cual él directamente tuvo la culpa1. Esto surge a partir de dos inferencias: una, que porque ellos se habían burlado del mensaje de Pablo en el Areópago, significaba que no había tenido éxito. La otra que 1 Corintios 2:1-5 registra el regreso de Pablo a una antigua estrategia: “Yo mismo, hermanos, cuando fui a anunciarles el testimonio de Dios, no lo hice con gran elocuencia y sabiduría. Me propuse más bien, estando entre ustedes, no saber de cosa alguna, excepto a Jesucristo, y a este crucificado. Es más, me presenté ante ustedes con tanta debilidad que temblaba de miedo. No les hablé ni les prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino con demostración del poder del Espíritu, para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios” (cf. el comentario sobre este texto). A partir de aquí, entonces, se formula la teoría de que Pablo había procurado impresionar a los filósofos de Atenas con planteamientos filosóficos y palabras finas, restando importancia a la crucifixión de Jesús. Pero su ingenio humano solo sirvió para despojar al evangelio de su poder transformador. Entonces, castigado por su propio desacierto, volvió tan pronto como pudo a la predicación de la cruz en el siguiente lugar, Corinto.

Esta interpretación no tiene bases firmes que la sustenten. De hecho, la conducta de los atenienses hacia Pablo resulta comparablemente mejor a la paliza que le dieron en Filipos. No es ninguna sorpresa que se burlaran de él en el Areópago por proclamar la resurrección, una idea ridícula que no se había preocupado de quitar de su evangelio. Lo que incitó su comentario en 1 Corintios 2 fue la pseudo sofisticación de los corintios, no un cambio de táctica por parte de Pablo. Entonces es mejor concluir que el mensaje paulino inicial dado a los corintios era el mismo que se había predicado desde el principio.

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