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UN PARENTESCO IMPROBABLE

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Renilde tenía un apellido importante, el mismo del célebre abad Antonio Stoppani, uno de los más brillantes estudiosos de su época, hoy considerado el padre de la geología italiana: paleontólogo, conocedor de los Alpes (fue uno de los fundadores del CAI), en particular del territorio de Brianza y Lecco. Nacido en Lecco el 15 de agosto de 1824, Stoppani ingresó en el Instituto de la Caridad, la congregación religiosa fundada por Antonio Rosmini, y se convirtió en sacerdote en 1848. Esta elección no le impidió participar junto con otros clérigos, a pocos meses de su ordenación, en las Cinco Jornadas de Milán. En aquella ocasión proyectó globos inflados con aire caliente, de hecho, pequeños globos que, lanzados desde la ciudad, atravesaban las líneas enemigas llevando noticias de la insurrección a la campiña lombarda e incitando a la población rural a sublevarse. En 1861 ya era docente en la Universidad de Pavía y en el Politécnico de Milán. Durante nueve años, desde 1883 hasta su muerte –acaecida el día de Año Nuevo de 1891–, fue director del Museo Cívico de Historia Natural de la capital lombarda, ubicado en las estancias del Palacio Dugnani, un histórico edificio situado en el centro de los jardines públicos de corso Venezia. Escribió muchísimo: obras científicas (reelaboraciones de cursos de geología que impartía en la universidad y cuatro volúmenes de paleontología escritos en francés para difundir también en el extranjero sus estudios) y varios textos divulgativos. Entre ellos, el más conocido es sin duda Il bel paese. Conversazione sulle bellezze naturali, la geología e la geografía física d’Italia (1876), que evoca en el título la sugerente expresión usada por Dante y Petrarca. El libro, destinado a los jóvenes, tuvo un éxito inmediato y le supuso una gran notoriedad que traspasó los reducidos círculos científicos, lo que dio popularidad a su nombre entre las familias y en las escuelas. Profundamente religioso, Stoppani mantuvo los fundamentos de una investigación libre y desvinculada de apriorismos confesionales, cuyos logros no amenazaban la credibilidad de las Sagradas Escrituras en el orden espiritual que les correspondía. Así nacieron Il dogma e le scienze positive (1882), Gli intransigenti (1886) y el denso Sulla Cosmogonia mosaica, publicado en 1887 con imprimátur regular. No cita las teorías darwinianas, decididamente demasiado alejadas de su horizonte de pensamiento, pero en sus libros aparecen los nombres de Galileo, Newton o Cuvier, ciertamente poco gratos para los sombríos custodios de la ortodoxia católica.

El equilibrio demostrado a la hora de afrontar la espinosa cuestión de la relación entre ciencia y fe le valió la estima de León XIII, quien, en marzo de 1879, lo recibió en audiencia privada para agradecerle los volúmenes con los que el abad le había rendido homenaje. En aquella ocasión el pontífice le dio una medalla de oro conmemorativa de su pontificado3 y le confió que había leído con particular interés La purezza del mare e dell’atmosfera fin dai primordi del mondo animato,4 obra considerada como «una de las más bellas […] que salieron de la mágica pluma de Antonio Stoppani».5 Es un texto de 1875, todavía muy placentero, que combina hábilmente rigor científico y actitud divulgativa y formula hipótesis que la ciencia moderna ha demostrado completamente. Este libro fascinará a Maria Montessori, como se lee en su Antropología pedagógica. Corregirá algunos conceptos en De la infancia a la adolescencia y en Cómo educar el potencial humano (ambos publicados en Italia en 1970), que presentan innovadoras propuestas didácticas para introducir a los jóvenes de la segunda infancia en una visión global (cósmica) del planeta. Describe las fuerzas destructoras y constructoras que lo atraviesan y también el papel de la biosfera, la función de cada especie vegetal y animal a partir de su estructura corpórea, la capacidad de adaptación a los ambientes más diversos, el cuidado de la prole y la importancia de las cadenas alimentarias para el mantenimiento del equilibrio general.

A menudo se afirma que el abad Stoppani era el tío de Renilde o tal vez un pariente menos próximo, pero es dudoso, dado su nacimiento en Lecco. Prescindiendo de las coordenadas geográficas, es difícil creer que de un vínculo así no se haya conservado ningún contacto objetivable. Hace más de treinta años, el sociólogo Nedo Fanelli, por entonces director del Centro Studi Maria Montessori de Chiaravalle, se dedicó a una investigación profunda sobre la familia de origen de nuestra ilustre protagonista,6 sin llegar a ningún resultado concluyente. En cambio, hay quien continúa dando crédito a esta hipótesis y se refiere a él definitivamente como tío materno de la científica7 respaldándose en una discutible interpretación de una afirmación de la misma Montessori. Durante la Convención de las Mujeres Italianas llevada a cabo en Milán en 1908, la científica, al dirigirse a un amplio auditorio, mencionó a un tío que «cuando intentaba explicarle la obra sublime del desarrollo espontáneo del hombre, me decía: “No me cuentes estas cosas, porque siento que enloquezco”». Es poco creíble, sin embargo, que un hombre de ciencia como Stoppani necesitase ser iluminado por su sobrina en temas que debían ser muy familiares para él y que mostrase respecto a estos ese fervoroso entusiasmo. En cualquier caso, no existe prueba de un encuentro entre el abad y la joven Maria.

Maria Montessori, una historia actual

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