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LAS PRIMERAS MUJERES MÉDICO

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Que Maria fuera la primera mujer médico en Italia –afirmación repetida con frecuencia– es inexacto. Ciertamente fue la única en Roma en aquellos años. En mayo de 1893 algunos periódicos romanos la mencionan confundida entre los alumnos que participan en las exequias del célebre fisiólogo holandés Jacob Moleschott, primero docente en Turín y después en Roma.7 Obviamente, su presencia se muestra como una particularidad curiosa digna de ser contada.

La primera mujer en licenciarse en Medicina y Cirugía después de la unidad de Italia lo hizo en 1877, en Florencia, Ernestina Paper;8 la segunda, Maria Farné Velleda, el año siguiente en Turín.9 En Roma se licenciaron Edvige Benigni, en 1890, y Viola Marcellina Corio, en 1894. Hasta 1896, año de licenciatura de Montessori, las licenciadas en Italia en varios ámbitos disciplinares habían sido en total dieciséis, frente a miles de hombres.10

Entretanto, en 1886, se había licenciado en Nápoles la rusa Anna Kuliscioff, conocida como la «doctora de los pobres». Nacida seguramente en Crimea, Simferopol, alumna y colaboradora en Pavía del gran científico Camillo Golgi, premio nobel de Medicina en 1906, se especializó en ginecología y con su tesis aportó una contribución determinante a la terapia de la fiebre puerperal. Coherente con su fe emancipacionista y socialista, mantuvo abierto durante años en Milán un ambulatorio gratuito para las mujeres.

A finales del siglo XIX no faltan, incluso en el extranjero, historias de afirmación profesional y académica femeninas igualmente significativas. En 1892 la polaca Maria Skłodowska había accedido sin obstáculos a La Sorbona de París para estudiar Física. Nacida en Varsovia en 1867, habría conocido en 1894 a su futuro marido, Pierre Curie, y realizado con él el descubrimiento del radio, que, en 1903, supuso para la pareja y para el físico Antoine Henri Becquerel el Premio Nobel de Física, instituido desde hacía pocos años. Recibirá otro de Química en 1911. La fecunda colaboración de los cónyuges Curie concluyó trágicamente con la muerte de Pierre, víctima en 1906 de un accidente de tráfico. Aquel mismo año Marie lo sucederá en la cátedra de Física General en La Sorbona. Será la primera mujer llamada a cubrir una enseñanza en aquel ateneo.

También es significativa la experiencia de la alemana Anna Fraentzel. Hija y sobrina de dos famosos médicos alemanes, a causa de las estrecheces económicas sufridas tras la muerte de su padre, no había podido matricularse en la Facultad de Medicina de Berlín, en la que deseaba ingresar. Una tía materna, la científica y militante feminista Margarethe Traube, después de trasladarse a Italia, se había licenciado en Ciencias Naturales en la Universidad de Roma en 1883, y estaba trabajando en su tesis en el Gabinete de Anatomía Humana de Francesco Todaro. Alumna predilecta del fisiólogo holandés Jacob Moleschott, puso a su sobrina en contacto con el higienista y especialista en enfermedades tropicales Angelo Celli, que brindó a la joven la oportunidad de convertirse en enfermera. Así pues, Anna se trasladó a Roma y, más tarde, a pesar de la diferencia de edad, se casó con él. El marido la introdujo en el Instituto de Anatomía Patológica del Hospital Santo Spirito, donde trabajó con él en el campo de la profilaxis contra la malaria,11 y junto con Giovanni Cena y Sibilla Aleramo se dedicó a alfabetizar a los pastores del campo romano y a los pobres de la capital. Tras la muerte de Celli, acaecida en 1914, continuará su obra y mantendrá viva su memoria.

Como se observa, otras mujeres antes que Maria habían accedido a la profesión médica, librando con ello una ardua batalla para sí mismas y para las que llegarían más tarde. A pesar de ello, el debate sobre la oportunidad de una elección que requería un contacto directo con el cuerpo humano y que desde siempre había sido exclusiva de los hombres no era en absoluto sencillo.

En una entrevista concedida durante su primer viaje a Estados Unidos y publicada en el The Globe de Nueva York el 3 de diciembre de 1913, Montessori afirma que incluso se dirigió al papa León XIII, que le había dicho que la medicina era un oficio noble para la mujer, truncando de ese modo cualquier otra oposición basada en prejuicios en los ambientes católicos.12 Aunque las cosas fueran exactamente así, con todos los respetos hacia la doctora es lícito plantear alguna duda legítima; aun sin excluir del todo que el episodio contenga algún fundamento histórico: se puede pensar que la joven aspirante a médico, abatida por la oposición encontrada, escribiese al pontífice una carta y recibiese, en efecto, a través de su secretaria, una opinión favorable animándola a proseguir sus estudios.

En cualquier caso, Maria se dedica al estudio de la medicina seria y metódicamente, interesándose en particular por investigaciones de laboratorio que la preparan para una precisión máxima y una observación atenta. Conoce a docentes del calibre del neuropatólogo Giovanni Mingazzini, del anatomopatólogo Francesco Todaro, de Michele Giuliani, del ya citado fisiólogo Jacob Moleschott, que llama la atención de los estudiantes sobre la pésima calidad de vida y de salud de las clases populares. Y también Ettore Marchiafava, Giulio Bizzozero, el pediatra Luigi Concetti, el cirujano Ettore Pasquali, el psiquiatra Bonfigli y, sobre todo, el futuro ministro Baccelli. Se trata de docentes con un serio interés por la medicina social que dejarán una marca perenne en la formación de Montessori.13 A las clases de Bacteriología y Microscopía, Química, Zootecnia e Ingeniería Sanitaria, les sigue la de Higiene Experimental impartida por Angelo Celli. Estudia Pediatría en el Hospital de los Niños, las enfermedades de las mujeres en las secciones femeninas del «San Giovanni in Laterano» y las de los hombres en el «Santo Spirito in Sassia», dos grandes hospitales todavía hoy en funcionamiento.

El Santo Spirito era por entonces un gran complejo de planta triangular entre el Borgo Santo Spirito y el Lungotevere in Sassia, en un recodo del río, después del castillo Sant’Angelo. Desde la calle se podía observar todavía en 1950 uno de los enormes pasillos de la planta baja con los enfermos ataviados con sus camisones. En medio de ellos se movían ligeras las monjas «cappellone», es decir, las Hijas de la Caridad de San Vincenzo de’Paoli, con blancos velos almidonados que se doblaban extendidos como alas abiertas sobre su cabeza, en contraste con el largo hábito azul ajustado en la cintura. Al comienzo del Borgo Santo Spirito, que tiene en su lado izquierdo la parte posterior del hospital, se encontraba la llamada «rueda» de madera, donde se podía dejar de forma anónima a los neonatos ilegítimos. La rueda todavía existe.

Maria Montessori, una historia actual

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