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EN LOS ALBORES DEL FEMINISMO

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Hacia finales del siglo XIX, Italia emprende el camino de la emancipación femenina lentamente, a pesar del valiente compromiso de Ersilia Bronzini Majno, promotora en Milán del Asilo Mariuccia –una institución laica que alberga a niñas y mujeres jóvenes solas para protegerlas del riesgo de la prostitución y educarlas en un clima de libertad y de reconocimiento de sus derechos–,1 Anna Maria Mozzoni, Emilia Mariani, socialistas que luchan por el respeto a la mujer y la defensa de sus derechos, y Anna Kuliscioff, que denuncia con arrojo las injusticias de las que son víctimas las trabajadoras.2 Con todas ellas Montessori mantendrá, más adelante, contacto directo. Las dificultades que es necesario superar, a pesar de la creciente urbanización, que cambia sensiblemente la condición del mundo femenino, provienen sobre todo de la obcecación del mundo rural, marcado por la ignorancia, por un analfabetismo muy extendido y por supersticiones funcionales del predominio masculino.3 Todos, aspectos arraigados desde siglos atrás que reducen a las mujeres a una condición de degradante subalternidad, sometiéndolas a fríos planes de incremento patrimonial y sofocando cualquier protesta que puedan alumbrar.4

A caballo entre los siglos XIX y el XX –y puede que a causa de la proximidad del nuevo siglo–, el movimiento feminista manifiesta nuevas energías y se expande y organiza.5 Participan mujeres de la alta burguesía y de la aristocracia más ilustrada junto con numerosas intelectuales: periodistas, escritoras, científicas. Entre ellas, nuestra joven licenciada, que ya ha tenido tiempo de experimentar de cuántos obstáculos está plagado el camino para poder afirmarse y de cómo se impone, para cualquier mujer, la necesidad de sobresalir si pretende obtener un reconocimiento justo de sus méritos. La escolar de antaño ya es una estudiosa capaz, que une a la voluntad y a la determinación gracia y fascinación. Pequeña de estatura, posee una figura sutil dotada de elegancia natural, suaves cabellos negros, mirada directa y penetrante, modales reservados y una cara harmoniosa cuya belleza antigua será todavía visible a los ochenta años. Ante los otros parece una mujer fuerte, decidida, llena de curiosidad y de inquietudes. También su voz es muy agradable, como relata Anna Kuliscioff en una carta a Filippo Turati.6

En el marzo de 1896 –pocos meses antes de licenciarse– entra a formar parte de un grupo femenino y dos años más tarde participará en la fundación de la asociación Per la Donna. La iniciativa parte de Rose-Mary Amadori, la responsable de Vita Femminile, revista que presenta un programa valiente orientado a la paridad de los derechos dentro de la familia y en la sociedad, el derecho al aborto o la laicidad en la escuela. Así mismo, se alinea con firmeza contra cualquier tipo de guerra (acaba de concluir de un modo desastroso la aventura africana defendida por Crispi en Abisinia). En pocos meses Maria será apreciada dentro de la asociación, tanto que en junio las socias deciden enviarla como delegada al Congreso Internacional de las Mujeres –el primero en Europa–, que tendrá lugar en Berlín del 20 al 26 de septiembre del mismo año.

Las compañeras están convencidas de que no hay persona más adecuada que ella: con su notable capacidad oratoria sabrá ilustrar con claridad y un tono convincente las nuevas vías abiertas por la medicina experimental. Los hechos les darán la razón. Para los gastos, se abre una colecta pública a la que concurren con entusiasmo mujeres de cualquier clase social y de distintas regiones y ciudades italianas, incluso de su Chiaravalle, donde un comité femenino apoya a la propia conciudadana y el Ayuntamiento destina cincuenta liras para el viaje.

Así pues, Maria parte. Nos gusta imaginarla como la joven del bello óleo de Vittorio Matteo Corcos de 1896, Sogni, expuesto en la Galería Nacional de Arte Moderno de Roma. Este fìn de siècle es la época de los grandes sombreros y de los tocados, de las botas Balmoral de punta alargada y forma ceñida con muchos botoncitos, de los vestidos de seda adamascada largos hasta los pies. Se viaja en trenes de vapor –aquellos inmortalizados por Édouard Manet y por los impresionistas– y se protege del sol con minúsculas sombrillas llamadas marquises. Los cuadros de los pintores de la época, desde Lega hasta Viani o Boldini, este último habilísimo en representar los refinados vestidos de las damas más ricas, nos dan una idea de las diferencias de clase que refleja la moda femenina. Solo veinte años más tarde, después de la Gran Guerra, los vestidos comenzarán a acortarse.

Maria Montessori, una historia actual

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