Читать книгу Maria Montessori, una historia actual - Grazia Honegger Fresco - Страница 16
Los estudios universitarios
ОглавлениеMaria, como se ha dicho, manifiesta inclinación hacia las materias literarias y la escritura, pero inicia un curso de estudios científicos. No proviene de un itinerario académico humanístico y por tanto la elección de la facultad se ve necesariamente restringida a aquellas a las cuales puede tener acceso. Según un relato con sabor hagiográfico que nunca llegó a confirmarse, su decisión de estudiar Medicina y las dificultades expuestas por el ministro Guido Baccelli1 para su matrícula, en tanto que mujer, habrían suscitado bastantes controversias dentro de la familia.
Es posible que sus padres considerasen arriesgada la elección de esta vía de estudios. Puede ser que, como cualquier padre de su tiempo, Alessandro desease que su hija tuviese una buena instrucción, pero pensando en un futuro diferente, imaginado dentro de un hogar doméstico y dedicado a quehaceres familiares; o bien juzgó inapropiado para una joven, además bastante graciosa, ese ambiente todavía rigurosamente masculino. Sin embargo, no parece que hubiera puesto objeciones cuando, a los dieciséis años, quiso asistir al «Leonardo da Vinci», también una escuela masculina. En aquel caso el padre podría haber aconsejado la elección de estudios técnicos –en lugar del liceo, tal vez considerado más difícil y costoso– con la esperanza de poder verla pronto integrada en el mundo laboral.2
Por las notas de Alessandro se sabe que no había podido matricularse en Magisterio femenino debido a su diploma técnico. Así pues, la elección del bienio en ciencias físicas y naturales había sido, en cierto sentido, obligada. Matricularse en la Facultad de Medicina y Cirugía, en aquel tiempo, se permitía únicamente a aquellos que habían cursado estudios clásicos, considerándose indispensable el conocimiento del griego y el latín.
En el caso específico de Maria, fue Baccelli quien subsanó la irregularidad reconociendo como válido, después de los titubeos iniciales, el diploma del bienio de ciencias, lo que permitió que se matriculase en el tercer año de Medicina con deliberación del Senado Académico del 21 de enero de 1893. El Ministerio de Instrucción Pública ratificó la deliberación el 9 de febrero del mismo año.3 Al comienzo de la carrera, los exámenes eran, en efecto, los mismos:4 Botánica, Zoología, Física Experimental, Histología, Fisiología General, Anatomía Comparada y Química Orgánica. Maria los superó con una media de veintisiete y completó los estudios examinándose de los últimos en el año académico 85-86.
Las pocas noticias ciertas, que dimensionan los aspectos novelados en torno a su figura de estudiante obstinada y rebelde –las luchas feministas comenzaron algunos años más tarde–, demuestran, sin embargo, su creciente interés por los estudios científicos y médicos, en aquel momento más simples en comparación con los de hoy en día, pero no menos arduos, especialmente los relacionados con los experimentos de laboratorio o la preparación en sintomatología.5 Tampoco hay que infravalorar la difícil experiencia de encontrarse, como única mujer, en medio de tantos hombres, profesores y compañeros de estudios, en una época puritana y formal. Un desafío, este, de los más importantes de su vida, que Maria no duda en soportar con notable coraje a pesar del considerable aislamiento social.
Del peso de tales emociones dejó testimonio ella misma en algunas cartas y en un pequeño cuaderno de apuntes datado en 1891, hoy custodiado en el Archivo Maria Montessori de la AMI y publicado hace algunos años.6 Después de haber anotado el malestar experimentado durante las clases de Anatomía, escuchadas desde «la salida», donde sin embargo no se oye nada, cuenta que fue a ver al docente, el profesor Giuliani, para preguntarle por
… un libro ilustrado. Comenzó a explicarme cosas sobre aquel libro y en el mejor momento dijo: «Usted aquí no puede entender nada. Las figuras sirven cuando ya se ha estudiado esto en el cadáver». Después me dijo, sin la amabilidad de antes, que si yo tenía temor de ciertas cosas, si no me lanzaba y no olvidaba que era una mujer, no haría nada: «Que vaya a las clases como el resto, que esté en las explicaciones sobre el cadáver». Sentí una gran desilusión: así pues, ¿había caído en desgracia? Respondí: «Es casi ridículo estar “apoyada” sobre los estudiantes y sentada en medio de la platea donde escribo sobre las rodillas […]. A partir del momento en que usted me habla así, iré a todas las clases, pero una vez dentro tendré que permanecer para escuchar lo que el profesor dice. Sufriré mucho, más no podré. Quería evitarme un sufrimiento, pero no importa […]. Tal vez, es más, ciertamente venceré. De lo contrario, creo que seré un estorbo».
La respuesta del profesor es clara y alentadora:
Las cosas que menciona son prejuicios de la sociedad. Con la voluntad que dice tener, aprenda a emanciparse. El objetivo por el que usted siente y ve ciertas cosas es noble: por tanto, se impondrá a quien la rodea y no se le faltará al respeto. Por lo demás, estamos hechos igual, se tiene que meter esto en la mente y ante el cadáver usted es como los otros. Aquel cadáver ya no es una persona –lo fue: ahora se ha convertido en un objeto, el objeto de nuestro estudio que nos sirve para conocer y socorrer al vivo.
De ese modo, Giuliani, con el puro en la boca para amortiguar el olor –además, es un día caluroso–, la conduce a la sala de operaciones. Después de la penosa experiencia, se lavan en la pila primero con jabón normal, después con jaboncitos perfumados.
Nos lavamos dos veces. Para conducirme a la fuente el profesor me pasó un brazo alrededor de la cintura como para apoyarme o hacerme entender que no estaba sola. Pero yo, suspicaz, me separé amablemente sin ofenderlo. Estaba presente el sirviente. Mientras nos lavábamos pregunté al profesor, cuya paternal bondad reconocía por fin, después de cuánto tiempo se adquiere el hábito de comer el día en que se ha tocado un cadáver de ese tipo. «Inmediatamente», me respondió. Yo sonreí pensando que estaba bromeando.
El profesor, en cambio, envía al conserje a comprar algunas pastas. «Conviene que coma inmediatamente, si no hoy ya no comerá y la debilidad de estómago le impedirá comer incluso mañana», dice. Mientras esperan en la gran sala de operaciones, Giuliani le pregunta si tiene la intención de dedicarse a la obstetricia. «Le respondí que sí, ruborizándome confusa. “Entonces podrá estar en el hospital a su gusto porque hay comadronas”. Yo lo miré: cuando me hablan de medicina, me parece soñar –toda aquella escena que había sucedido me parecía un sueño–».
Agradecida al profesor que, «buen médico del alma», ha borrado las desagradables impresiones precedentes, vuelve a casa más serena, y concluye: «No estaba turbada en absoluto. Es una fuerza que me viene milagrosamente».
En las líneas de este precioso testimonio –uno de los poquísimos que arrojan luz sobre sus sentimientos más íntimos– se aprecia todo el malestar de encontrarse, en la fragilidad de los veinte años, frente a la escabrosidad de la muerte. Se advierte no solo en el abandono de las convenciones dictadas por el pudor que acompaña la relación habitual entre individuos, sino también en la desacralización del cuerpo, ya convertido en inerte objeto de estudio. En un ambiente extraño, en algunos aspectos hostil para ella, marcado por relaciones a veces bruscas, Maria aprende a vencer su discreción y hacer prevalecer la firme voluntad de superar las dificultades, característica que la acompañará siempre.