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Prefacio a la tercera edición

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Hoy, casi diez años después de la segunda edición, nos encontramos ante un interés renovado por Montessori y por su método «salvífico». Se abren clases de primaria sin haber organizado antes una Casa de los niños, se recoge apresuradamente alguna de las sugerencias que abundan en la red para poder afirmar que «aquí se hace Montessori». Me propongo con esta nueva edición, en la que hablo honestamente de ella y de sus propuestas para cada fase del desarrollo, aclarar tales malentendidos, muy peligrosos para el bienestar de los niños.

Muchos consideran que el repentino interés por las propuestas de Montessori nació a partir de la serie sobre su vida emitida en Italia por Mediaset durante la primavera de 2007: dos capítulos realmente decepcionantes. Es cierto que una historia televisiva no puede transformarse en un análisis pedagógico; sin embargo, en aquel caso se dio demasiado espacio a tramas fantasiosas, a empalagosos sentimentalismos absolutamente extraños al personaje, a improbables relaciones con la familia Montesano o con el fascismo, sin dedicar al menos una o dos escenas para transmitir el valor de sus innovaciones. En efecto, se trata de una «telenovela» que habría podido tener como protagonista a cualquier otra mujer de principios del siglo XX.

El motivo por el cual se hizo famosa en todo el planeta no se entendía a partir de la ficción: todo quedaba confuso, como un poco milagroso. En aquel momento nadie de la prensa italiana lanzó dudas sobre la veracidad de aquella historia; alguno, más bien, aprovechó la ocasión para presentar a Montessori como una ambigua seguidora de ideologías no cristianas, entre la teosofía y la masonería, partidaria de teorías positivistas y admiradora de Mussolini, como queriendo decir: «No os fieis de ella porque bajo sus palabras se esconde un pensamiento peligroso, incluso esotérico».

Más recientemente se ha presentado de ella una imagen de pedagoga rigurosamente cristiana, tal vez en perjuicio de la gran atención que prestó al resto de expresiones de la fe religiosa. Ciertamente, ideas y hechos pueden ser vistos de formas distintas y todas son legítimas, pero proceder a base de interpretaciones no beneficia la causa de los niños ni de la escuela, sino que se detiene en modelos del siglo pasado (basados en premios y castigos, juicios y competiciones desde la primerísima infancia), resistentes a cualquier cambio sustancial.

En esta, como en las ediciones precedentes, he buscado atenerme a hechos documentados, nunca haciendo conjeturas ni interpretando.

Se pueden encontrar correcciones y capítulos nuevos, todo nacido de investigaciones y contactos posteriores.

Aun sin descartar la posibilidad de haber cometido errores involuntarios, puedo afirmar que la poliédrica personalidad de Montessori y su apertura de ideas ofrecen continuamente nuevas oportunidades de profundización.

Maria Montessori, una historia actual

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