Читать книгу La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana - Guillermo Hurtado Pérez - Страница 16

1.3. ¿Fue el positivismo una filosofía oficial?

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Hubo una versión de la historia de las ideas en México que sostenía que el positivismo fue la filosofía oficial, predominante, desde 1867 hasta 1910. Pero hoy se acepta que ni todos los positivistas simpatizaron con el régimen de Díaz, ni todos los que apoyaron a ese régimen fueron positivistas. En todo caso, para entender la relación entre el positivismo y el porfirismo hay que recordar la diferencia entre el positivismo comtiano, defendido por Barreda, y el spenceriano, defendido por Sierra.

La idea de Comte —y antes de Henri de Saint-Simon— de que el progreso de la humanidad descansaba en el desarrollo científico y tecnológico, y que, para lograr dicho fin, era indispensable el orden político, fue uno de los principios del porfiriato. Sin embargo, el positivismo comtiano nunca fue una doctrina hegemónica.30 En la vida cultural mexicana, el positivismo siempre convivió con otras ideologías: el liberalismo, el krausismo, el espiritismo, el socialismo, el anarquismo y, por supuesto, el catolicismo de la mayoría de la población. Incluso en el campo de la educación pública, donde logró tener la mayor influencia, siempre tuvo oponentes: recordemos el debate sobre el libro de texto oficial de la asignatura de lógica que tuvo lugar en 1880, y la polémica que le siguió entre José María Vigil y Porfirio Parra en torno a la orientación positivista en la educación oficial.31 Las críticas al positivismo comtiano venían desde dos frentes: el de los liberales y el de los católicos. A los primeros, les resultaba inaceptable que el Estado impusiera una orientación a la educación, ya que consideraban que ello iba en contra del Artículo 3º de la Constitución de 1857, que declaraba que la enseñanza debía ser libre; a los segundos, les parecía que el positivismo era ateísta y que eso ofendía a la mayoría de la población. Mas no sólo en el campo de las ideas, sino también en el de las sensibilidades el positivismo encontró resistencias. Es probable que el positivismo no haya sido adoptado del todo por la mayoría de los hombres cultos, ni siquiera por aquellos que estaban a cargo de las instituciones educativas oficiales.32 Un ejemplo de ello fue Ezequiel A. Chávez, quien después de haber sido uno de los principales divulgadores del positivismo, acabó sus días defendiendo la existencia de Dios y el alma.

Sin embargo, la huella del positivismo comtiano no se borró tan fácilmente y pervivió en otras corrientes intelectuales que le precedieron. Por ejemplo, con el triunfo de la revolución maderista, la Revista Positiva, editada por Agustín Aragón y Horacio Barreda, criticó al antiguo régimen por no haber llevado a la práctica el ideario social del positivismo comtiano y por haber traicionado el ideario positivista de Gabino Barreda al fundar en 1910 la Universidad Nacional de México. Y es que, como se verá más adelante, en el campo de la educación oficial —manejado por Justo Sierra desde 1903— el positivismo comtiano había dejado de ser la filosofía oficial. Sin embargo, aquí también hay que atender a los matices, puesto que el desplazamiento del positivismo comtiano en la educación oficial no fue total, ya que en 1910 se seguía preservando parte del proyecto educativo y cívico de Barreda, sobre todo en la educación básica. No obstante, para los positivistas comtianos del primer decenio del siglo XX, como Agustín Aragón y Horacio Barreda, Justo Sierra era un traidor al positivismo de Barreda, a pesar de los discursos y homenajes que él hacía en su memoria.33 Otro positivista del siglo XX que negó enfáticamente que el positivismo hubiera sido la ideología de porfirismo fue José Torres Orozco.34

Consideremos ahora la relación entre el positivismo spenceriano y el régimen porfirista. Alfonso Reyes cuenta que la pax porfiriana era descrita como una especie de orden social regido por leyes naturales.35 Por ello, de acuerdo con los defensores de esta cosmovisión, el espectro de una revolución les parecía políticamente condenable y racionalmente incomprensible. Es un dato incontrovertible que el positivismo spenceriano, y para ser más exactos, su evolucionismo social, fue la filosofía que dio forma a la concepción sobre el ser humano, la sociedad y la historia que fue utilizada por el grupo de los científicos para justificar al régimen.36 Este grupo era así llamado porque sostenía que la política mexicana debía dirigirse de acuerdo con métodos científicos. Esa es una idea que puede encontrarse en Comte, Spencer y, sobre todo, en Mill, quien en la última parte de su Lógica sostenía que la política debe estar orientada por las conclusiones de las ciencias sociales que, si bien no pueden predecir la conducta humana, sí pueden guiar con seguridad nuestra acción.37 Hay que subrayar, sin embargo, que Porfirio Díaz no fue uno más de los científicos, por más que simpatizara con algunas de las ideas suscritas por ellos. Díaz siempre puso límites a los científicos y no se tocó el corazón para purgarlos de su gobierno en marzo de 1911. No obstante, es un hecho que los científicos acumularon demasiado poder político y económico durante largo tiempo y que ello los hizo odiosos. No intentaré responder aquí la pregunta de quiénes fueron los científicos. Se decía que José Yves Limantour era el líder político del grupo, y Justo Sierra su líder intelectual.38 Y, sin embargo, como veremos, fue el propio Justo Sierra el que comenzó a desmantelar el edificio positivista fundado por Barreda, con la anuencia de Díaz, y es Sierra también quien dejó la mesa puesta a los miembros del Ateneo de la Juventud para que ellos le dieran el tiro de gracia no sólo al positivismo comtiano, sino incluso al spenceriano. Podemos decir, a la distancia, que los enemigos del positivismo spenceriano también eran en alguna medida —por pequeña que fuera— enemigos del gobierno de Díaz y, en especial, del grupo de los llamados científicos, puesto que el discurso legitimador del gobierno de Díaz, propagado por ellos, tomaba como premisa central una visión evolucionista de México. El caso de Sierra es interesante. Él había sido uno de los principales autores de ese discurso legitimador, pero desde el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, había sembrado el terreno para la crítica filosófica de dicho discurso. Con todo, hay que reconocer que no fueron los escritos de Sierra o de los ateneístas o las reformas educativas impulsadas desde el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes los que derrumbaron al régimen de Porfirio Díaz y causaron la desgracia política de los científicos, incluyendo, por supuesto, la del propio Sierra. Fueron los sucesos de la Revolución mexicana los que precipitaron el rechazo popular de la visión evolucionista de la historia de México y la consecuente bancarrota política del grupo de los científicos.

Según Abelardo Villegas, hubo dos sociologías positivistas en México, una que llamó de derecha o porfirista —como la de Francisco Cosmes o Francisco Bulnes— y otra de izquierda o revolucionaria —como la de Andrés Molina Enríquez—.39 En la misma línea, Arnaldo Córdova sostuvo que el positivismo formó parte del bagaje ideológico de la Revolución mexicana.40 Sin embargo, me parece que esta tesis debe matizarse. Los revolucionarios no estaban preocupados por repudiar las ideas positivistas de que la educación pública tenía que infundir una visión científica de la realidad natural y social o de que el desarrollo nacional tenía que estar basado en la tecnología. Estos principios no eran tema de discusión, se les veía como ideas comunes de la época. Por otra parte, es verdad que la Revolución tampoco abandonó del todo el evolucionismo social. No pocos revolucionarios preservaron esta manera de comprender la realidad nacional. Y cuando la Revolución se afianzó en el poder, el dogma de que la evolución política de México tenía que esperar a su evolución económica volvió a escucharse, incluso hasta finales del siglo XX. Sin embargo, nada de esto contradice el hecho de que la Revolución tuvo una marcada tendencia anti-positivista porque anti-positivistas fueron los liberales, los anarquistas, los católicos y los maderistas.

El más destacado de los positivistas revolucionarios fue Andrés Molina Enríquez, autor de Los grandes problemas nacionales, publicado en 1909. En esa obra, Molina examina los problemas económicos, sociales y políticos de México desde una posición positivista, tanto por su método, basado en datos geográficos, biológicos, demográficos, como por su defensa de la idea de la sociedad como un organismo en proceso de evolución. Molina adopta una perspectiva etnológica, según la cual, la historia de México debía entenderse por su dinámica racial. Para este fin, clasifica a la población del país en indios, mestizos, criollos y extranjeros y, a su vez, a todos estos en subgrupos. Molina examina el problema agrario y lo califica, con tino, como el más urgente de su tiempo. A diferencia de los científicos, que creían que la sociedad mexicana marchaba en la ruta correcta, Molina consideraba que debían hacerse cambios estructurales para impulsar el desarrollo nacional y preservar la paz. Molina pensaba, en particular, que había que repartir los latifundios de los criollos para que los mestizos pudieran convertirse en pequeños propietarios y, de esa manera, aumentara la producción agrícola y se fortaleciera la nación. Las ideas de Molina sobre el problema agrario fueron incorporadas, a través de Luis Cabrera, en la Ley Agraria de 1915. Y luego, sus ideas fueron tomadas en cuenta para la redacción del artículo 27º constitucional. Pero sería un craso error confundir el rechazo del latifundismo, uno de los principios básicos de la Revolución, con el positivismo. Una cosa no implica la otra, a pesar de que Molina hubiese llegado al primero por medio de razonamientos inspirados en el segundo.

La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana

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