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4. La filosofía y la Revolución mexicana: la posición estándar

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Para entender la singularidad de mi posición en torno al tema tan discutido de la relación entre la filosofía y la Revolución mexicana, es preciso que recuerde las opiniones ofrecidas al respecto.

Durante varios decenios del siglo XX, se defendió la tesis de que la Revolución mexicana había nacido sin ideas. Esta tesis esgrimida entre otros por Alfonso Reyes, Octavio Paz y Leopoldo Zea, se incorporó a la llamada “idea oficial” de la Revolución.2 Lo que se sostenía es que a diferencia de otras revoluciones del siglo XX, la Revolución mexicana había estallado sin la orientación de una ideología particular. Esta tesis se combinaba con otras tres que formaban parte de lo que se conoce —de manera un tanto vaga— como la “idea oficial” de la Revolución mexicana.3

La primera idea, corolario de la tesis anterior, consiste en que nuestra revolución se distinguía de todas las demás del siglo XX por no haber dependido de la importación de ideas extranjeras. Eso no sólo la hacía doblemente merecedora del adjetivo de mexicana, sino que funcionaba como un recordatorio para protegerla de la influencia perniciosa de ideologías exógenas, como el marxismo. La segunda tesis, elemento central de la historia oficial durante el siglo XX, fue que, al no tener un acta de nacimiento ideológica, nuestra revolución podía cambiar el rumbo de acuerdo con las necesidades de los mexicanos en cada momento; podía oscilar de izquierda a derecha, sin por ello traicionar sus ideales más básicos. Esto último fortalecía uno de los postulados principales de la “idea oficial”, a saber, el de la revolución permanente. Como los golpes de timón no podían traicionarla, la Revolución mexicana era capaz de sobrevivir a todos los vaivenes hasta que llegara a su meta: la libertad y la justicia para todos los mexicanos. La tercera tesis es más difícil de formular porque nunca fue desarrollada de manera doctrinaria —ni siquiera por Zea— pero la podríamos plantear de la siguiente manera: toda ideología política tiene flancos débiles, aspectos criticables, supuestos refutables, pero al ser la Revolución mexicana un movimiento que no nace por el intermedio de una ideología particular, se puede decir que brota de las necesidades más básicas del ser humano y es, por lo tanto, más universal por ser más concreta, más perdurable por ser más histórica, que otras revoluciones cuyo fundamento ideológico es endeble.

Ligada a la idea oficial de la Revolución mexicana se formuló una historia de la filosofía mexicana en el siglo XX que sostenía que la crítica al positivismo porfiriano por parte del Ateneo de la Juventud había sido un antecedente de la Revolución en el campo de las ideas. Esta tesis —planteada por los ateneístas Vasconcelos, Caso y Reyes, luego ratificada por Vicente Lombardo Toledano y Samuel Ramos y, por último, expresada en su versión canónica por Leopoldo Zea— sincronizaba el desarrollo de la filosofía mexicana con el movimiento revolucionario. Es importante aclarar que no se afirmaba que la filosofía intuicionista y espiritualista de los ateneístas hubiese sido la filosofía de la Revolución mexicana. Su cédula de participación revolucionaria la ganaban por su crítica al positivismo, base ideológica del porfiriato, no tanto por la filosofía que propusieran en su sustitución. Sin embargo, este asalto al bastión positivista se leía como una batalla en el campo de las ideas.

La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana

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