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1.8. La formación del Ateneo de la Juventud

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De acuerdo con una versión de la historia de la filosofía en México, el Ateneo de la Juventud fue el responsable del ocaso del positivismo.112 A decir verdad, la reacción de los jóvenes en contra del positivismo —y de todo lo que éste significaba en términos culturales y vitales— comienza antes de la fundación del Ateneo, en el grupo formado alrededor de la revista Savia Moderna, en el que participaban varios de los futuros ateneístas, como Pedro Henríquez Ureña, Caso y Reyes, pero en donde destacaban, sobre todo, Alfonso Cravioto, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Luis Castillo Ledón y Ricardo Gómez Robelo. No puede entenderse al Ateneo de la Juventud sin tomar en cuenta sus antecedentes en aquel grupo de jóvenes intelectuales conformado a principios de 1906.113

En sus precoces Memorias, escritas en 1909, Pedro Henríquez Ureña cuenta cómo, a pesar de todas sus lecturas filosóficas y literarias, él aún era un positivista a principios de 1907. Lo que empezó a hacerlo cambiar fueron las reseñas que Andrés González Blanco y Ricardo Gómez Robelo hicieron de su libro Ensayos críticos, en las cuales lo juzgaron por ser demasiado optimista y positivista.114 Henríquez Ureña siguió discutiendo acerca de estos temas con Gómez Robelo y con Rubén Valenti, hasta que una noche, a mediados de 1907, Antonio Caso y él por fin fueron convencidos por Valenti de que el positivismo era irrescatable. Los autores en los que Valenti basó su alegato fueron Boutroux, Bergson y James y, por lo que cuenta Henríquez Ureña de que al día siguiente Caso y él corrieron a las librerías para buscar obras de estos autores, se puede colegir que no los habían leído.115 De lo anterior podemos concluir que si bien Caso efectuó la crítica más resonante al positivismo entre 1908 y 1910, Gómez Robelo y Valenti comenzaron, años atrás, la difusión entre los jóvenes de las nuevas ideas contrarias a esta doctrina.116

Un antecedente que en ese momento no pasó del todo desapercibido fue la ambiciosa tesis de licenciatura en jurisprudencia de José Vasconcelos. La tesis, Teoría dinámica del derecho, fue publicada por Tipografía Económica en 1907 y tenía sólo 22 páginas. En esta obra, se puede adivinar algunas de las ideas que luego desarrollaría el autor en sus obras posteriores.117

En octubre de 1909 se funda el Ateneo de la Juventud. Ya para entonces las lecturas del grupo se habían ampliado y su rechazo al positivismo se había fortalecido. Además de su interés por la cultura helénica —en especial por la obra de Platón, cuyos diálogos leían en voz alta—, los ateneístas estudiaban a Kant, Lessing, Schopenhauer, Nietzsche, Boutroux, Bergson, James, Croce, Windelband, Ruskin y Wilde, por mencionar sólo a los principales.118

Una lectura compartida por los ateneístas, y por toda una generación de intelectuales latinoamericanos, fue el Ariel de José Enrique Rodó. Como ha señalado Yamandú Acosta, la importancia de la obra de Rodó consiste en reunir en torno suyo una colectividad de lectores entusiastas definidos de manera lingüística, geográfica y generacional; una comunidad que adopta un programa de acción, que se constituye por vez primera como el sujeto de la reflexión latinoamericana.119 Rodó pide a los jóvenes del continente que vivan de acuerdo con los ideales más altos del espíritu, que cultiven la razón, el sentimiento desinteresado, la virtud moral, que no se dejen vencer por la irracionalidad, el cálculo egoísta, el sucio vicio. El uruguayo les advertiría de los peligros de la cultura utilitarista y materialista que venía de los Estados Unidos, defendida entre nosotros por quienes padecían la debilidad de la nordomanía. La obra de Rodó puede verse como una respuesta a la expansión estadounidense. Las diferencias que marca Rodó entre América Latina y los Estados Unidos de América permite que los intelectuales latinoamericanos se vean a sí mismos como sujetos diferenciados, ya no sólo de Europa, tarea que se había realizado en el siglo XIX, sino de los Estados Unidos, país tan admirado por liberales y modernizadores. Tal fue el impacto de la obra de Rodó en México, que incluso se efectuaron tirajes de la obra que estuvieron a cargo de gobiernos y dependencias públicas.

En el verano de 1909, Caso dictó en la Escuela Nacional Preparatoria una serie de siete conferencias en las que expuso un panorama histórico del positivismo y una crítica a dicha doctrina. Como dato interesante hay que señalar que a la inauguración asistió Porfirio Parra, a la sazón, director de la Preparatoria. Las conferencias de Caso no se conservan de forma escrita, aunque existe una reseña de ellas, salida de la pluma de Pedro Henríquez Ureña, que fue publicada en dos partes, en los números de julio y agosto de la Revista Moderna. En la primera parte, Henríquez Ureña sostiene que las tres primeras conferencias de Caso no respondieron a lo esperado, ni en el aspecto histórico ni en el crítico. El dominicano afirma que si bien en Europa el positivismo de Comte era un cadáver y el evolucionismo de Spencer estaba agonizando, en México estas filosofías, junto con la de John Stuart Mill —por la cual manifiesta respeto— seguían siendo las imperantes en la enseñanza desde la reforma de Barreda y, por ello, era importante que se las criticara debidamente. La reseña de Henríquez Ureña es interesante no tanto por ser el producto de un pensamiento filosófico original, sino porque nos da una idea de las lecturas filosóficas en las que se basaba su rechazo del positivismo.120 En la segunda entrega de la reseña, Henríquez Ureña le concede mayor mérito a Caso y, sobre todo, dedica más tiempo a contar lo dicho por Caso en las cuatro últimas conferencias que trataron sobre Mill, Spencer y Taine.

En una carta posterior de Henríquez Ureña a Reyes, éste recuerda las conferencias de Caso y afirma que el filósofo tuvo “miedo a atacar de frente la tradición de la Escuela (creo que así sería bien presentar la cosa) y no habló suficientemente de ideas nuevas ni censuró bastante el comtismo”.121 Según García Morales, el paréntesis encierra la insinuación de que Caso no sólo le temía a la tradición de la Escuela, sino al poder de los científicos y que por eso no atacó a fondo al positivismo. Esta lectura me parece completamente desencaminada. Al carecer del texto de las conferencias, no nos queda más que hacer hipótesis basadas en lo que posteriormente dijo el propio Caso sobre dicho evento, en los testimonios de terceros y en el guión de las conferencias publicado en el Boletín de la Escuela Nacional Preparatoria. Con base en lo anterior, yo pienso que las conferencias de Caso deben entenderse como un evento vinculado con el homenaje a Barreda del año anterior. El propósito de Caso en sus conferencias fue ofrecer una visión histórica del positivismo —es decir, como algo que pertenecía al pasado— con el fin de poder juzgar qué tanto de dicha doctrina era rescatable y qué tanto debía ser superado. Ésta era la posición de Sierra y de Parra. Por lo tanto, resulta absurdo suponer que Caso calló sus críticas para no ofender al régimen. La asistencia de Parra a la inauguración puede verse incluso como un acto de apoyo público a Caso, lo que nos da una idea de que ni siquiera Parra estaba dispuesto a defender al positivismo como una ortodoxia.122 Es probable que haya sido el propio Parra quien pidiera Caso que impartiera las conferencias con el fin de que los preparatorianos conocieran las ideas centrales del positivismo y luego pudieran adoptar o rechazar tales ideas con fundamento. De cualquier manera, el propio Henríquez Ureña reconoce que, en la última conferencia, Caso defendió abiertamente el cultivo de la metafísica, repudiada durante décadas en la Preparatoria.123 Esto basta para que las conferencias de Caso ocupen un lugar central en la crítica al positivismo. En su “Panegírico” de 1908, Sierra ya había puesto en duda la doctrina positivista, pero en sus conferencias de 1909, Caso fue más allá y defendió a la metafísica. Esta posición fue refrendada en una serie de artículos publicados a finales de ese mismo año en la Revista Moderna, en los cuales Caso dejó muy en claro su defensa del pensamiento religioso y metafísico frente a la crítica positivista.124

Como hemos visto, las lecturas de los ateneístas eran muy variadas. Sin embargo, la influencia principal era la nueva filosofía francesa y, en especial, la de Henri Bergson.125 El espiritualismo aparece en Francia desde mediados del siglo XIX como una reacción frente a la concepción cientificista o materialista del universo y del ser humano. Entre los antecedentes de esta corriente intelectual se menciona a Maine de Biran, Jules Lequier y Charles Renouvier. Pero es Boutroux quien plantea las principales objeciones a la idea comtiana de que las leyes de la naturaleza, incluyendo las sociológicas, son invariables.126 Sin embargo, en 1910 el principal exponente del espiritualismo francés —y una de las grandes figuras de la filosofía de su tiempo— era Bergson. Para esa fecha él ya había publicado tres libros en los que ofrecía una crítica profunda a las filosofías de Comte y de Spencer: Essai sur les données immédiates de la conscience, publicado en 1889, en el que rechaza las concepciones positivistas del tiempo y de la libertad, Matière et mémoire, de 1896, en el que ataca a las concepciones materialistas de lo mental, y L’évolution créatrice de 1907, en el que critica el evolucionismo spenceriano.

No es éste el sitio para hacer un examen detallado de las objeciones de Bergson al positivismo, pero señalaré tres ideas que pueden extraerse de allí que son especialmente relevantes para nuestro tema. La primera es que para los positivistas la razón puede conocer con certeza un mundo mecánico, material, regido por leyes fijas. Bergson, en cambio, considera que la ciencia o incluso la razón no nos dicen todo lo que hay, lo que no significa que él piense que no tengan nada importante que decirnos. El universo, para Bergson, no está regido de manera absoluta por una totalidad fija de leyes inmutables. Y es que además de materia hay espíritu y por eso hay un espacio en el universo para la espontaneidad, para la creatividad, es decir, para la libertad. Esto nos lleva a la segunda idea. Como ya vimos, la libertad ocupa un lugar muy importante en los sistemas filosóficos de Comte, Spencer y Mill. Sin embargo, el concepto de libertad de los positivistas, en especial el de Mill, es negativo —en el sentido que Isaiah Berlin dio al término—, es decir, ser libre, según ellos, es no tener restricciones externas para la realización de la conducta elegida. Bergson, en cambio, defiende un concepto positivo de libertad —en el sentido de Berlin—: ser libre es tener la facultad interna para hacer lo que uno elige.127 La libertad que buscaban los positivistas mexicanos era la que podía ganarse dentro del orden vigente —recordemos lo que decía Barreda en “De la educación moral”—. La libertad que buscarían los revolucionarios más adelante era la de destruir ese orden, si fuese preciso, para construir uno nuevo, uno mejor. La tercera idea que luego desarrollaría Bergson en Les deux sources de la morale et de la religion y que en México fue desarrollada de manera previa e independiente por Caso y por Vasconcelos es la siguiente: el evolucionismo spenceriano es falso porque es falso que el ser humano se rija únicamente por las leyes naturales. La moral, por lo tanto, no puede, como pretendía Barreda, estar basada en la ciencia. No es ella la que nos dice cómo debemos vivir. Al ser posible el libre albedrío, también es posible que el ser humano no se mueva exclusivamente por intereses egoístas o, de manera general, por una razón exclusivamente instrumental. El ser humano es libre y, por eso, puede ir más allá de sus intereses egoístas, es capaz del desinterés y de la caridad; se relaciona con el mundo no sólo por la razón, sino también por la intuición, la imaginación y el sentimiento.

La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana

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