Читать книгу La Revolución creadora: Antonio Caso y José Vasconcelos en la Revolución mexicana - Guillermo Hurtado Pérez - Страница 23
1.10. La filosofía en las conferencias del Ateneo de la Juventud
ОглавлениеEl Ateneo de la Juventud organizó una serie de conferencias para celebrar el Centenario de la Independencia durante los meses de agosto y septiembre de 1910. Llama la atención que en ninguna de las conferencias se haya tocado el tema de la independencia de México. No hubo, por parte de los ateneístas, ninguna oratoria oficialista en la que se elogiara a los próceres o se recordara la gesta de la Independencia o cualquier otra de la historia de México. Todas las conferencias fueron académicas y versaron acerca de escritores o pensadores mexicanos o iberoamericanos del pasado remoto o reciente. Podría decirse que el Ateneo celebró la independencia de México dando una muestra de su independencia intelectual.
De las conferencias que impartió el Ateneo en septiembre de 1910, tres de ellas tuvieron un contenido filosófico: la de Caso, la de Henríquez Ureña y la de Vasconcelos. Aquí me ocuparé principalmente de la última, que considero la más rica e importante, pero antes diré algo acerca de las otras dos, ya que ello nos permite constatar las coincidencias filosóficas que había en el Ateneo hacia finales de 1910, y, en especial, la influencia predominante de Boutroux y de Bergson.
La conferencia inaugural de Caso se ocupa de la filosofía moral del pensador puertorriqueño Eugenio M. de Hostos, pero también puede leerse como una respuesta al texto de Barreda “Sobre la educación moral”. Hostos, como Barreda, afirmaba que las leyes de la moral pertenecen al orden natural. Pensaba que la razón humana tiene la facultad de conocer la verdad y el bien, por lo tanto el cultivo de la inteligencia debía ser el fin de la educación. En contra de esto, Caso sostiene que el alma humana es más que razón; es heroísmo, es amor. Hostos también se equivoca al intentar edificar la moral sobre bases científicas. Dice Caso:
La ciencia no puede ofrecernos sino resultados relativos, nunca normas necesarias de acción; y sólo en virtud de principios necesarios se puede obligar a seres de razón como los hombres. En desconocer la esencia propia de la especulación científica, pedirle datos para la elaboración de teorías morales, Hostos desconoció el valor contingente de las leyes cósmicas.140
La premisa de que los resultados de la ciencia son contingentes y relativos se basa en Boutroux, pero Caso añade al argumento la idea de que las normas morales deben tener un carácter necesario, tesis que luego haría a un lado en el sistema moral esbozado en La existencia como economía, como desinterés y como caridad, según el cual la acción moral no ha de partir de la observancia racional de normas universales, sino del sentimiento de caridad hacia los otros.141
La segunda conferencia con contenido filosófico fue la de Henríquez Ureña sobre la obra de Rodó. Después de ofrecer un resumen de la carrera intelectual del uruguayo, Henríquez Ureña hace una reseña de Los motivos de Proteo, publicado en 1909. Según Henríquez Ureña la originalidad del libro de Rodó consiste en haber “enlazado el principio cosmológico de la evolución creadora con el ideal de una norma de acción para la vida”.142 En esto, Rodó ha ido más allá de Boutroux y de Bergson, en quienes se basa para rechazar el determinismo positivista. Para Rodó es un deber vigilar, cuidar, orientar, nuestra propia transformación constante y esa es la finalidad de la educación, no sólo de la impartida en la escuela, sino sobre todo, de la que cada uno debe procurase a sí mismo.
La última de las conferencias fue impartida por José Vasconcelos y tuvo el título de “Gabino Barreda y las ideas contemporáneas”. No es coincidencia que esta conferencia, que cerraba el ciclo impartido por el Ateneo, se haya ocupado de Barreda. Como Sierra en 1908, Vasconcelos hace un ajuste de cuentas con la obra y el legado del educador mexicano desde la perspectiva de su generación, la del Ateneo, y por eso mismo, no sólo se distingue de la que hiciera Sierra en 1908, sino que de paso también efectúa, de manera implícita, un ajuste de cuentas con la obra y el legado del propio Sierra. Lo que hace Vasconcelos en su discurso del Centenario es repudiar las bases del evolucionismo spenceriano. Sus verdaderos oponentes no son sólo Barreda y Comte, sino Spencer, y por tanto Sierra, y, a fin de cuentas, todo el sistema de ideas en el que legitimaba su poder el grupo de los científicos y el propio don Porfirio. No podemos leer esta conferencia sin tomar en cuenta el entorno político. Durante 1909, Vasconcelos participa de una manera activa y central en el movimiento maderista, dirige el periódico El antirreeleccionista y, según se afirma, concibe el lema “Sufragio efectivo, no reelección”. Si bien él se aleja del partido a finales de 1909 por diferencias con la conducción del movimiento, su antiporfirismo sigue siendo total y radical. Este es un dato imprescindible para comprender el sentido de su crítica al positivismo. Como sabemos, Caso había hecho una refutación pública al positivismo en tanto que doctrina pedagógica oficial, pero a mí me parece que el ataque de Vasconcelos al positivismo tiene una pretensión política que no tiene la de Caso. Si Henríquez Ureña había dicho que en las conferencias de Caso de 1909 había vuelto a escucharse la voz de la metafísica entre los muros de la escuela positivista, en la conferencia de Vasconcelos de 1910 no sólo se escuchó la voz de la metafísica, sino que, entre líneas pero con claridad, se oyó también la voz de la Revolución mexicana. No olvidemos que en aquel entonces Vasconcelos era alguien que había roto de manera definitiva con el tabú evolucionista, decimonónico, en contra de la idea de la revolución.
En las primeras páginas de su conferencia, Vasconcelos resume las tesis positivistas sobre el conocimiento, la cosmología, los valores y la relación entre la mente y el cuerpo. Para el positivismo, dice Vasconcelos, el conocimiento se basa en el ejercicio de los sentidos, en la observación de los hechos y en la anotación de las relaciones constantes. Sobre el mundo, el positivismo afirma que se nos presenta como una serie de fenómenos que van de lo simple a lo complejo y de lo particular a lo general. Por lo que toca a la moral, Barreda tomó de Comte tres valores: la solidaridad, el altruismo y el culto a los antepasados. Por último, el positivismo defendía una subordinación de lo mental a lo orgánico, de lo psíquico a lo biológico. Éstas fueron, dice Vasconcelos, las ideas con las que Barreda intentó orientar el espíritu nacional en la ruta de la modernidad. Gracias a ellas, los mexicanos se capacitaron para adoptar la ciencia y la tecnología requeridas para el progreso material y también dieron a sus mentes la disciplina requerida para entender y adoptar nuevas ideas. Entonces dice Vasconcelos:
Sin embargo, entre las ideas de entonces y las de hoy, media un abismo. ¿En qué consiste, qué es ese elemento moderno que nos hace sentirnos otros hombres, no obstante que aún no transcurre medio siglo cabal desde la propagación de aquellas enseñanzas? ¿Cómo, si apenas ayer era Spencer el filósofo oficial entre nosotros, nos hallamos a tan grande distancia del sistematizador del evolucionismo?143
Nótese que en esta cita, y sin advertencia previa, casi como si se tratase de un desliz, Vasconcelos señala a Spencer, no a Comte, como el filósofo oficial. Esto es importante porque aquí se advierte que su crítica no se limita al positivismo comtiano de Barreda, sino al positivismo spenceriano de Sierra, Chávez y Parra. Comienza Vasconcelos la respuesta a las preguntas de la cita anterior afirmando tajantemente que no fue en la escuela en donde encontraron las nuevas enseñanzas. Dice:
Creo que nuestra generación tiene derecho de afirmar que debe a sí misma casi todo su adelanto; no es en la escuela donde hemos podido cultivar lo más alto de nuestro espíritu. No es allí, donde aún se enseña la moral positivista, donde podríamos recibir las inspiraciones luminosas, el rumor de música honda, el misterio con voz, que llena de vitalidad renovada y profusa el sentimiento contemporáneo.144
Palabras muy duras de Vasconcelos, sobre todo por haber sido dichas en el mismo recinto escolar que él critica. La suya, según Vasconcelos, es una generación autodidacta, una de ruptura con el pasado intelectual. Según él, su generación encontró la salida de su postración espiritual gracias a la filosofía de Schopenhauer y la música de Wagner.
En la parte central de su conferencia —la de mayor densidad filosófica—, Vasconcelos ofrece un resumen de las ideas que él califica como “contemporáneas” acerca del conocimiento, la cosmología, los valores y el problema mente/cuerpo. El tenor de estas ideas es claramente bergsoniano, pero se advierte en ellas los primeros pasos de un pensamiento filosófico original. Vasconcelos recuerda la idea que Bergson defiende en L’évolution créatrice de que la materia es un movimiento de caída, mientras que la vida es uno de ascenso. Luego, el impulso vital no puede ser material. Y este espíritu reconocido por la filosofía y la ciencia más nuevas es un acto de libertad plena, mayúscula. Libertad para hacer y, sobre todo, para ser uno mismo. Por eso, nos dice, el ideal moral de los tiempos es la sinceridad con nosotros mismos. En esta parte del texto, Vasconcelos ofrece algunas reflexiones que anticipan las que luego desarrollaría Antonio Caso en su ensayo La existencia como economía, como desinterés y como caridad. Vasconcelos se pregunta cómo es posible que exista en el universo el acto desinteresado, cómo se rompe el círculo natural de la economía del esfuerzo, del egoísmo de los actos animales, cómo son posibles el altruismo y la caridad. Todas estas son cuestiones que luego se planteó Caso en la más importante de sus obras y que habrían de ser el eje no sólo de sus reflexiones futuras, sino de la influencia intelectual y moral que, a través de su cátedra, él ejerció en algunos de los mejores hombres de generaciones posteriores de la Revolución mexicana. Pero aunque en su conferencia Vasconcelos plantea las mismas preguntas, no las responde, ya que aún las ve como un misterio. Dice:
Como quiera que sea, nuestra edad vive como si imaginase en acción en el universo un poder cuyas leyes son distintas de las fenomenales, y los hombres, a poco que mediten, encuentran dentro de sí mismos el brote de esa potencia indestructible, en sus propias conciencias, capaces de abnegación y por esto más poderosas que todo lo demás del universo… El acto generoso, en medio de la mezquindad del universo, es la contradicción más extraña de los hechos, y sin embargo no ha sido lo suficientemente meditada.145
Estas ideas no sólo son muy distintas de las de los positivistas, sino que luego tendrían un papel importante en la Revolución. Lo interesante es que, como afirmaba Vasconcelos, eran las adoptadas por su generación; por eso eran compartidas por Madero y por otros jóvenes que se unieron para luchar por el bienestar de los demás. El uso común que todos ellos hacían de la noción de abnegación en el discurso renovador es, como veremos más adelante, de particular importancia.
Al finalizar su exposición de las ideas contemporáneas, Vasconcelos parece recordar la frase “dudemos” de Sierra y se plantea la pregunta de cómo puede saberse, entre tantos sistemas filosóficos que se ofrecen, cuáles son los más sólidos y cuáles los efectos de una descontrolada especulación metafísica. Vasconcelos propone tres criterios metateóricos para determinar cuándo podemos aceptar un nuevo sistema filosófico: el primero es que el sistema en cuestión no esté en desacuerdo con las leyes científicas, el segundo es que no infrinja las leyes de la lógica y el tercero es que las consecuencias morales del sistema se tomen como una medida de su vitalidad. Con base en estos tres criterios, afirma Vasconcelos sin ofrecer mayor argumento, la juventud mexicana puede adoptar con confianza la nueva filosofía francesa, pero rechazar sin mayores consideraciones al pragmatismo norteamericano.
Con la prudencia que las normas anteriormente estudiadas aconsejan, hemos procurado recibir las nuevas ideas. El positivismo de Comte y de Spencer nunca pudo contener nuestras aspiraciones: hoy que, por estar en desacuerdo con los datos de la ciencia misma, se halla sin vitalidad y sin razón, parece que nos libertamos de un peso en la conciencia y que la vida se ha ampliado. El anhelo renovador que nos llena ha comenzado ya a vaciar su indeterminada potencia en los espacios sin confín, donde todo aparece como posible.146
La filosofía de Vasconcelos es una filosofía dinámica de la libertad y del heroísmo moral. Este tipo de pensamiento no sólo hace concebible sino justificable el cambio radical del orden social establecido. Al final de su ensayo, Vasconcelos acepta que no se sabe si en vez de lograr el triunfo, se caerá al abismo, pero la posible derrota, nos dice, no debe impedir el sacrificio de la cómoda ventaja individual para luchar por un futuro mejor para todos. Lo proclama así Vasconcelos en las últimas líneas de su ensayo:
Y en el extraño dolor de la espera, un vislumbre del porvenir, rápido y trágico, muestra lo que nos falta inaprehendible y lejano: sentimos la inutilidad de nuestro individuo y lo sacrificamos en el deseo de lo futuro, con esa emoción de catástrofe que acompaña a toda grandeza.147
El tono trágico de estas palabras está muy por encima de aquella extraña palpitación de presentimiento de la que hablaba Reyes; lo dicho por Vasconcelos es ya una suerte de anuncio, casi de invitación, a esa tempestad que se cernía sobre la patria.