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Los propósitos y finalidades de la formación analítica

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En el universo académico, los perfiles de formación docente exigen definir el llamado perfil del egresado, pensado como la meta, el resultado del proceso de aprendizaje, aquel que se debe alcanzar. Para la formación analítica no se dispone de un molde previo, solo tentativas y aproximaciones porque las trasformaciones a las que se aspira tienen que tolerar en sus resultados una altísima variabilidad personal. Es la vida mental del analista en formación la que está en juego, sus valores y limitaciones. En realidad, la formación más exitosa supone cambios y modificaciones personales profundas que implican desalojar con gran esfuerzo saberes presupuestos, creencias infundadas, teorías no sustentables, ideas sobre valoradas, falsos enlaces. Implica cuestionar la ilusión de un saber totalizador sostenido desde el discurso autocrático de querer saber siempre más, con la ilusión de saberlo todo. Significa, por lo menos, poner en cuestión la estabilidad de toda una estructura mental, a sabiendas que su movilización puede tener un costo emocional muy profundo.

La formación analítica inevitablemente marcha, lenta pero inevitablemente, a contracorriente de la evolución del llamado Yo ‘oficial’ y de la cultura dominante. Analizar es descomponer, desarmar, desmontar estructuras mentales establecidas y esperar que se restauren por si mismas pero en transferencia. Se diría que buena parte del proceso de la formación analítica va a transitar entre la estabilidad y el cambio de las organizaciones mentales. ¿Es posible decir que el propósito o la finalidad de la formación analítica es la normalidad, la salud mental o el cambio? No hay un molde previo, solo aproximaciones porque las trasformaciones a las que se aspira en la formación tienen que tolerar en sus resultados una altísima variabilidad personal. No hay una meta preestablecida, solo hay una mera posibilidad brindada por un proceso largo y complejo.

Una vez que, como vimos, la formación se profesionalizó, la institución se hizo cargo de las condiciones de admisión y responsable de sus resultados. Superada la discusión traumática sobre el ‘análisis profano’ la exigencia de poseer requisitos académicos previos prácticamente se limitó a médicos, aunque siempre había minoritariamente otros profesionales ejerciendo el psicoanálisis. En la segunda mitad del siglo XX, se abrió el ingreso en algunos Institutos de Formación a psicólogos y a universitarios provenientes de otras ciencias.

Una polémica de difícil solución se entablo en relación con las condiciones de salud mental de quien deseaba ser analista. La discusión de la admisión en estos términos, o peor, en la consideración de la posible psicopatología del aspirante, quedó superada. Hoy en día es un dato más a tener en cuenta, entre otros muchos que se consideran y evalúan en una admisión. La cuestión de orientación de género también fue motivo de polémica, ya resuelta en los mismos términos.

¿Y cuándo debe terminar la formación analítica? Por supuesto como toda otra formación, existen parámetros formales y temporales que establecen claramente cuando la formación está finalizada, como en cuanto a los seminarios y la supervisión didáctica. ¿Y el análisis didáctico? Concierne exclusivamente al analista y al analizando, fuera de cualquier estipulación institucional. La decisión pertenece a ambos y luego de establecida de común acuerdo, se comunica a la institución. Pero ¿cuándo debe terminar? Es una pregunta que se remonta a Freud1 y sigue siendo discutida hasta la actualidad.2 Llevaría mucho espacio ocuparse de ella.

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