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Los objetos de la experiencia analítica en el dispositivo de la formación

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El tránsito por el proceso de la formación pone al futuro analista en contacto con objetos de un altísimo nivel de conflictividad y que darán lugar a un trasfondo de intenso apasionamiento pero también una inquietud que implica malestar y sufrimiento. Se genera en el carácter altamente conflictivo que genera la íntima exposición con ciertos elementos de la experiencia psicoanalítica. Para mencionar solo algunos de los más relevantes:

1. El inconsciente reprimido: ese reservorio irracional, bastión de una potente organización psíquica que existe como una suerte de reserva, que no se aísla por completo de la actividad psíquica consciente ni permanece absolutamente inmodificable. El asombro del descubrimiento de la psicosexualidad y la amnesia infantil concomitante. Reconocerse en un Yo del desconocimiento que lejos del cogito cartesiano, es asiento de fuertes resistencias a la ‘novedad’ del análisis. Afrontar la ubicuidad del complejo de Edipo y descubrir la castración como operador privilegiado y motor para las transformaciones exitosas o deficitarias de las estructuras mentales. Apreciar la trascendencia de los duelos para enfrentar la finitud y la inermidad. Soportar y sostener el encuentro con la destructividad, propia y ajena y sus manifestaciones, la culpa inconsciente, el masoquismo, la reacción terapéutica negativa y la dañina compulsión repetitiva.

2. Descubrir que el deseo no aparece sino sobre el trasfondo del conflicto, de lucha de fuerzas, cuyo soporte es la pulsión sexual y la angustia su contracara. Lo sexual devendrá el concepto desde el cual la actividad psíquica se organiza, se diferencia, se especifica y funda las relaciones entre la actividad consciente e inconsciente. No solo reconocer los efectos de la represión sino el clivaje (escisión) de la mente, que tiene una derivación paralizante sobre el juicio, que mina la confianza en el intelecto y coloca lado a lado con la psicosis. Percibir la dinámica del amor y el odio, el poderío del deseo, del dolor por encima del placer.

3. De cómo el narcisismo, que nutre las instancias ideales de la mente se erige como bastión y obstáculo frente al conocimiento. Que alimenta un Yo que es todo, lo sabe todo, lo puede todo, que conduce a la elección idealizada de un objeto de amor tanto como a una institución idealizada, maestros endiosados, teorías sobrevaloradas. Luego, la decepción y a la desilusión que hace estragos en los procesos fundados en la idealización. Los valores, arraigados por estructura al pasado, obstaculizan en la formación la incorporación de lo nuevo. De cómo la mezcla de desamparo y omnipotencia infantil es explosiva para la vida mental.

4. Tolerar y tolerarse modos irracionales de pensamiento. Freud decía en 1938:

El pensamiento psicoanalítico se vuelve de aceptación difícil no solo porque afrenta nuestras concepciones morales, sino también porque los modos de pensamiento que descubre en quienes hacen su experiencia y de los que él mismo se vale para exponer lo que ha descubierto, se apartan demasiado del sentido común y, como tales, representan una amenaza para la razón.

El proceso primario, ese reservorio irracional del funcionamiento de la mente, esa potente organización psíquica que existe como una suerte de reserva psíquica para la creación o la locura, no se aísla por completo de la actividad psíquica, ni permanece absolutamente inmodificable. Constituye una fuente inagotable de irracionalidad como de curiosidad intelectual, de procesos creativos, de la sublimación, de la vocación psicoanalítica…

5. Los fenómenos transferenciales son parte esencial de la formación del analista. Sentir el análisis como proceso y vivir las experiencias cruciales de la transferencia y la contratransferencia. Entender que cuando alguien habla, siempre está presente un Otro. Que no solo importa lo que se dicen, sino quien es históricamente uno para el otro. También en la relación de aprendizaje, la transferencia instituye. La teoría, el saber viene después, aparte, son datos que tal vez queden cuando la transferencia se disuelva.

6. La idea de la abstinencia y la neutralidad no se menciona solo como una regla técnica sino como una posición inédita de diálogo en el mundo, a contracorriente de la posición social habitual. Centrar el interés del diálogo en el otro, tratando de poner límite a la participación personal en lo que se dice. Para intervenir como analista, no se puede eliminar los deseos pero para el trabajo analítico es crucial que el analista en lo posible los reconozca y los mantenga en suspenso. Esta regla técnica está sujeta a permanente tensión y problematiza la contratransferencia. Requiere contener sugerencias, indicaciones, propuestas fuera de lo estrictamente analizable.

7. La formación puede lograr cambios en la subjetividad en el contacto con los objetos del análisis pero, los cambios deben ir en dirección de una creciente autonomía personal y en la transformación de los restos transferenciales generados en su tránsito. Cuando termine la formación, lo esencial del desasimiento no será el duelo sino la irreparable constatación de que la palabra del otro, del difunto, quedará inconclusa para siempre. Un inacabamiento que corresponde cada uno transportar a otra parte. Y esa inspiración es inagotable, por suerte seguirá alimentando la vocación. La identidad analítica requiere alcanzar un funcionamiento más allá de una égida, parental o de cualquiera de sus representantes. Las voces del pasado, de la tradición, de lo establecido, deben generar respeto pero en algún momento deben atenuarse (o llamarse a silencio) en el interior del analista para dar lugar a la originalidad y singularidad propias.

8. Es imprescindible que la formación analítica tenga lugar en un espacio institucional. La institución ofrece una especie de moratoria, de noviciado, para ejercitar un aprendizaje, lanzado primero al amparo de colegas con más experiencia y gradualmente con mayor independencia y autonomía. Permite la participación en pequeños grupos, tolerar las ansiedades del aprendizaje y el apoyo mutuo, el conllevar éxitos y fracasos. Compartir un dialogo con otros que pueden entender los términos de un lenguaje que el sentido común no comprende. Los límites reaseguradores de la institución permiten un grado de procesamiento de las ansiedades ligadas al aprendizaje.

La experiencia con dichos objetos de la experiencia analítica, en el entretejido que se arma tanto en el análisis personal, como el que lleva a cabo con los pacientes, como con los textos teóricos que lo complementan, apunta al inconsciente, un inconsciente que no se puede domesticar ni educar. Hay que establecer contacto personal con ellos, tal como se revelan en uno y en los otros. Se los debe escuchar y eso para el analista en formación tiene un costo. La formación impulsa y sostiene el contacto con los objetos de la experiencia analítica que son fuente de inquietud pero también del bienestar febril que generan como objetos de la vocación. La vocación analítica no solo la del destino personal del analista sino también la que lo convoca a ocuparse de los enigmas originarios: las preguntas por el ser humano: sexualidad, vida, muerte, alteridad, locura, etc.

Por todo lo cual es fundamental la exigencia de una experiencia de análisis personal suficientemente larga y profunda: La frecuencia y la regularidad de los contactos en el análisis favorece el desarrollo de un vínculo emocional intenso con el analista que estimula el trabajo en la transferencia y permite al analizando experimentar personalmente la importancia de su análisis en su vida cotidiana y profesional, le da la continuidad necesaria para la instalación de asociación libre, sueños, actos fallidos, elaboración, disminuye la fortaleza de sus defensas y brinda una base sólida para las interpretaciones. Difícilmente se establezca un proceso analítico si por lo menos un analizando no experimentó por un tiempo una alta frecuencia de sesiones y el uso del diván. El vínculo derivado de una alta frecuencia de sesiones también supone una sobrecarga emocional muy intensa, no solo al analizante, sino también para el analista didacta. Como le dijera Freud a Pfister “Ciertamente la transferencia es una cruz”.

En conclusión, el psicoanálisis plantea, que el sujeto no emerge solamente por vía de la razón, es decir por un Yo que solo “aprende”, reflexiona o cuestiona de manera impecable. El saber analítico no opera por vía ‘académica’, es resultado de una compleja y singular relación entre la experiencia individual del análisis, las supervisiones y el trabajo de los textos en los seminarios. Las resistencias con las que el Yo se defiende pueden perturbar y distorsionar la construcción y asimilación de aspectos cuestionados en las teorías psicoanalíticas.

El IUSAM de APdeBA

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