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En los inicios de la formación psicoanalítica 1. De la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional (1910) al establecimiento del modelo de la formación psicoanalítica (1925)

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La formación analítica llegó tarde al movimiento psicoanalítico, más de 20 años después de La Interpretación de los Sueños (Freud, 1900). Cuando finalmente se instaló, el Psicoanálisis empezaba a alcanzar en Europa y Norteamérica la plenitud de su prestigio. Las decisiones que se tomaron en esos días le dieron a la formación la dirección profesional y científica que, aunque con modificaciones, conserva plena vigencia actual. Otras propuestas fueron omitidas o quedaron en el camino. Sobre el final del capítulo se mencionará una de ellas.

La construcción de los requisitos y fundamentos de lo que hoy conocemos como formación psicoanalítica fueron surgiendo durante las primeras dos o tres décadas del siglo XX. Hay muchas y complejas circunstancias que contribuyeron a su instalación pero hay hitos fundamentales de esta historia estrechamente ligados a su aparición: en primer lugar, las discusiones en la Sociedad Psicológica de los Miércoles en Viena, luego la institucionalización del Psicoanálisis con la creación de la Asociación Psicoanalítica Internacional en 1910 en el Congreso Psicoanalítico Internacional de Núremberg y finalmente la Policlínica de Berlín y la propuesta de Eitingon en la segunda década del siglo XX, de lo que se llegaría a conocer como el “trípode” de la formación psicoanalítica.

En los primeros años del Siglo XX Freud fue saliendo lentamente de lo que él denominó su “esplendido aislamiento”. A instancias de Stekel formó en 1902 la Sociedad Psicológica de los Miércoles1. Inicialmente la componían A. Adler, W. Stekel, M. Kahane y R. Reitler, médicos clínicos formados en la Universidad de Viena, la elite de la medicina europea y en la más rancia tradición académica. Todos ellos tenían intereses en la Psicología y la Psicopatología y estaban muy entusiasmados en los trabajos que venía publicando Freud. Lo que además los unía era que, mientras circulaban muchas terapias médicas en Psiquiatría (como el uso de calor, aires, electricidad, baños, hipnosis, etc.) ninguna estaba tan finamente teorizada como la de Freud. Tenía una explicación detallada y determinista de la histeria y otras psiconeurosis y un abordaje terapéutico psicológico de avanzada para su tiempo. Freud ofrecía a sus seguidores médicos no solo efectividad clínica en su campo sino también una identidad científica con fines terapéuticos. En 1903 se incluyó P. Federn, más tarde E. Hirschman, A. Bass, A. Deustsch. En 1906 el grupo llegó a tener 22 miembros.

Los años iniciales del movimiento estaban acompañados de una profunda convulsión social, política y económica de los países europeos centrales, que se sentía fuertemente en Viena. El colapso de la monarquía había generado una amplia revuelta contra la moral tradicional. Florecían ideales políticos democráticos junto a corrientes reformistas, movimientos feministas, ideologías anarquistas, marxistas y fascistas. En los primeros años, Freud daba la bienvenida al grupo a todo aquel que se le acercaba. No se negaba la admisión a ninguno que la solicitaba: médicos, filósofos, escritores, publicistas, sexólogos, reformadores sociales, integraban un grupo de origen heterogéneo y conflictivo. Discutían apasionadamente trabajos de Freud y aportes del grupo sobre Psicoanálisis, como método terapéutico y como aplicación a las Ciencias Sociales. Cada tanto emergían preguntas que cuestionaban que tipo de trabajo estaban realizando ¿Estaba el grupo dedicado a las ciencias de la naturaleza o del espíritu? ¿Qué tipo de saberes estaban buscando? ¿Qué clase de prácticas terapéuticas debían apoyar y cuáles cuestionar?

¿Qué se había decidido en ese período previo, en cuanto a requisitos para ser psicoanalista? Formalmente casi nada. Tampoco había consenso en el rol de Freud: ¿venían a aprender del Profesor? ¿Eran sus alumnos o sus pares? ¿Qué cosa era el Psicoanálisis y qué grado de adhesión a las teorías freudianas tenía cada uno de ellos? Algunas serias divergencias terminaron en enfrentamientos y en las tan conocidas escisiones de Adler y Stekel. Para Freud y sus más fieles discípulos, la adhesión al inconsciente y a la psicosexualidad comenzó a ser un límite no negociable. Inicialmente, en Viena sobre todo, se sucedieron discusiones interminables sobre el tema en la Sociedad de los Miércoles.

Paralelamente, los trabajos de Freud, inicialmente ignorados o desmerecidos públicamente, empezaban a alcanzar notoriedad, a ser del dominio público ilustrado, convocando otros personajes relevantes que provenían de distintos intereses y disciplinas. En especial los Tres Ensayos y todo lo referente a la teoría de la psicosexualidad, la represión, los sueños, los mitos, la cultura lo empezó a ubicar en el centro de atención de un conglomerado de artistas, escritores, feministas, reformadores, que creían que la decadencia del Imperio Austro-Húngaro no se debía a algún tipo de degeneración hereditaria (que Freud también rechazaba), como circulaba en ciertos círculos científicos, sino a regulaciones culturales insalubres. Así se incluyeron en la reunión de los miércoles, además de colegas médicos, educadores, reformadores sociales, interesados en los sueños, en los mitos y las leyendas, y algunos con alguna disposición a una metodología científica terapéutica. En sus trabajos ampliamente difundidos, Freud daba entender que las excesivas restricciones sexuales en la cultura eran dañinas. Por lo tanto encontró compañía en un variado grupo de reformistas sociales que se le acercaban deslumbrados por sus trabajos. Los debates sobre la “moral” sexual (Sittlichkeit) cultural se unían a las discusiones sobre la cuestión del lugar de la mujer en la cultura, liderado por la acción de fuertes grupos feministas. Se compartían discusiones públicas sobre la homosexualidad, el adulterio, la prostitución, la abstinencia y las relaciones extramaritales. La publicación de los Tres Ensayos fue un descubrimiento para estos grupos, Freud se hizo héroe de artistas, periodistas, reformistas, que no creían en la decadencia de la cultura por la degeneración hereditaria sino el resultado de siglos de regulaciones hipócritas.

Las reuniones de los miércoles escuchaban una presentación científica seguida por discusiones informales en las cuales cada miembro se esperaba que participara. La última palabra la tenía Freud, pero estos encuentros no estaban centrados en él, ni necesariamente él tenía la última opinión.

Las Actas de las reuniones fueron llevadas por O. Rank y recogen el clima polémico y conflictivo de un conjunto creciente, pero heterogéneo de participantes que discutían apasionadamente las más recientes ideas del Profesor. Los debates tenían que ver con definir la identidad del grupo: quienes eran ellos, que buscaban lograr y como cada uno iba a su modo aceptando o rechazando la creciente construcción de aquella parte de la teoría y clínica psicoanalítica que hoy se designa como la primera tópica. Las interpretaciones ad hominem entre Freud y sus discípulos estaban a la orden del día. Pero en un clima de abierto intercambio entre ellos, los participantes cambiaban experiencias clínicas de sus pacientes con los otros, y contribuían a la construcción de la naciente teoría. A veces se analizaban entre ellos, contaban sus sueños, interpretaban sus resistencias. La mirada actual diría que faltaban los beneficiosos efectos del encuadre analítico. Las hostilidades se inflamaban por la confusión acerca de los métodos del grupo y su propósito. La necesidad de encontrar un fondo común se acentuaba con la excitación que brindaban los nuevos descubrimientos.

Para Freud y su grupo íntimo, la importancia de la psicosexualidad, el matrimonio entre Eros y Psyche y el descubrimiento del inconsciente eran conceptos inamovibles. Con esta integración, la Psicología podía ser rescatada de una pobreza lamentable y las humanidades podían ser entendidas de acuerdo a leyes universales. El psicoanálisis podía ubicarse dentro de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschatf). La psicosexualidad fundaba un amplio campo de estudios de la vida humana y de la mente, de manera que podían tener sentido en el universo newtoniano, en la biología darwiniana y en un mundo donde la verdad era decidida por las demandas epistemológicas de la ciencia.

En enero de 1907 el grupo fue visitado por Max Eitingon2, un emisario de la renombrada Clínica Burghölzli de Zúrich. Encontró que el grupo era una confederación de “heréticos”, mucho de los cuales ni siquiera aceptaban las ideas acerca de la psicosexualidad. Registró que los miembros no siempre compartían las mismas teorías ni tenían los mismos métodos que Freud había descubierto, y todavía se estaba modificando un marco novedoso para estudiar los fenómenos mentales. La de Freud era la parte más original de su contribución a la fecha, pero los miembros de su Sociedad tenían sus propias ideas sobre metodología. En ese clima, se empezó a pensar algo en relación a institucionalizar el movimiento y formalizar las condiciones por las cuales alguien podía ser considerado un psicoanalista. Max Graf llegó a proponer que las reuniones de los miércoles dejaran de hacerse en el consultorio de Freud y pasaran a realizarse en la Universidad, propuesta que no prosperó.

En 1907, Freud disolvió la Sociedad de los Miércoles, despidió alguno de los miembros que no lo satisfacían y creó la Sociedad Psicoanalítica de Viena, la primera en el mundo. En 1908 se acentuaron los debates sobre las diferencias entre los miembros y cómo debían ser resueltas. Se empezó a cuestionar la admisión al grupo y cual debía ser el procedimiento de ingreso. Habiendo nacido el psicoanálisis como un dispositivo terapéutico, se postulaba que el solicitante debía ser médico, posición resistida por quienes no lo eran. Esta condición siguió siendo muy debatida en los años por venir, También se planteó el controvertido ingreso de la mujer en la naciente sociedad, a partir de la solicitud que realizó la Dra. Margarette Hilferding-Ho. Esta médica austriaca fue la primera mujer admitida en la Asociación Psicoanalítica de Viena con el apoyo explícito de Freud3 frente al de otros que no querían presencia femenina. Había que esperar más de una década para registrar el crecimiento exponencial de la presencia femenina en las asociaciones psicoanalíticas y que continúo después de la guerra. Muchas de ellas llegaron a liderar el movimiento psicoanalítico con sus contribuciones al psicoanálisis.

Alrededor de 1909, Freud con el auxilio de sus más íntimos colaboradores empezó a reconsiderar los débiles límites de su comunidad y de los riesgos que corría. Se dejó de preocupar por atraer nuevos seguidores y más a controlar las cosas que se hacían en su nombre. Con el auxilio de Ferenzci y de Jung, el grupo dio el primer paso hacia la institucionalización del psicoanálisis. Fue la creación en 1910 de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) en el Congreso de Núremberg, donde Freud leyó su trabajo Las Perspectivas Futuras de la Terapia Psicoanalítica4 y donde anuncia un tratado sobre técnica analítica (que había comenzado pero nunca publicó) y llama a sus seguidores a unificar el campo, porque el psicoanálisis debía aspirar a cierta uniformidad científica. Incluyó un párrafo definitorio sobre lo que sería la “contratransferencia” que se instala “en el médico por el influjo de su paciente ejerce sobre su sentir inconsciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine… por eso exigimos que inicie su actividad con un autoanálisis…” (p. 136). Pero no siempre se sintió conforme con los resultados del autoanálisis, en especial con el propio. Más adelante insistió en la necesidad de un análisis personal conducido por otra persona. El valor formativo del análisis personal se reconoce más claramente en los Consejos al médico en el tratamiento analítico5 (Freud, 1912). Sobre el final recomendaba a los analistas retomar su análisis cada cinco años.

Su preocupación por los daños que podían provocar aquellos que invocaban el actuar en nombre del psicoanálisis sin tener los conocimientos que demandaba su ejercicio lo llevaron a publicar un trabajo sobre el análisis “silvestre”, donde además recomendaba consultar a un analista, de la lista oficial publicada por la reciente inaugurada IPA (Freud, 1911)6 Durante ese tiempo se hacía notoria la falta de un texto de Freud sobre técnica analítica que marcara líneas a seguir en los tratamientos psicoanalíticos, tema del que se iba a ocupar años después7.

En el Congreso de Núremberg, Freud cede la Presidencia de la IPA a los suizos en un intento de ampliar las bases del movimiento. Son del todo conocidas las continuas divergencias que a poco de andar fueron surgiendo entre Freud y sus más íntimos seguidores en la defensa de los aspectos no negociables del psicoanálisis y Jung, Breuler y Adler que eran freudianos pero que no compartían el tema de la psicosexualidad. Entre las muchas otras divergencias que surgieron entre Freud y los suizos hubo una fundamental para nuestro tema: ¿qué requisitos profesionales debía tener un candidato para ser miembro de la escuela freudiana? Jung y su grupo exigían que debieran ser exclusivamente médicos. Pero Freud se oponía: “En Viena tenemos tan solo la tácita determinación de no permitir el ingreso a pacientes activos8. La limitación proyectada por usted no sería aceptada jamás en Viena y a mí, personalmente, no me resulta nada simpática” (De Freud a Jung en 31-X-1910).

Hacia el año 1914, el grupo se había aliviado de incrédulos, competidores y potenciales sucesores. Afuera Breuler, Jung, Stekel, Adler y los revolucionarios sexuales como Wittels, sexologistas como Magnus Jirschfeld e Iván Bloch. Pero además, no más Burghölzli en Zúrich como Clínica para la formación de analistas. Los tiempos en que se admitía en el grupo a cualquiera quedaron atrás. Después de la experiencia con Zúrich, la IPA volvió a estar en control de Freud y sus fieles seguidores y poco después las decisiones las tomaba en secreto el llamado Comité de los Anillos. Por entonces, para ser miembro de la Sociedad de Viena bastaba con presentar un trabajo y ser aceptado (la aprobación de Freud era importante). Como fue dicho, ya en 1910 Freud había reconocido el problema que planteaba la contratransferencia en los análisis pero no fue hasta el Congreso de Bucarest (1918) que se impuso la necesidad del análisis personal para ser reconocido como analista. Por entonces era un clamor compartido por todos.

El IUSAM de APdeBA

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