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The color of the sky, that day
ОглавлениеFaltan solo dos días para Sant Jordi y la ciudad se llenará de rosas y de libros y de estelades, y Paulino, el profesor de Inglés del Leber, comparece con el mismo jersey de lana agujereado y la pelambrera imposible, una mata precaria y chamuscada de pelo que alguien parece haberle arrojado en plena coronilla. Quizá sea reimplantado. Aleix especula con que, en otra vida, la pelambrera en cuestión protegiera el perímetro de un coño. Su imaginación es perversa y el pelo de Paulino ha sido motivo de escarnio y carcajadas durante todo el curso. Pero si hay algo que ha desencadenado el caos y la excitación, la sorpresa y el delirio, ha sido su acento. Paulino tiene el embudo del Sur encajado en la lengua, una imposibilidad genética de renunciar a las jotas hundidas y a las efes que raspan. Es hijo de un pastor y una ama de casa, y su habla está empapada por una infancia de pueblo y de cabras, de meados de burra y de veranos sin vocales ni nubes. El eco de los valles y de las cunetas, de las carreteras de piedra y de la leche ordeñada, relumbra especialmente cuando dice «quince» en inglés. Paulino dice «fijtín».
La primera vez que la clase de 8ºA contó hasta el número diabólico, Aleix fue expulsado. Le salió una risotada demasiado honesta. Y hoy es abril y las niñas se preguntan si les lloverán rosas, y Aleix deja caer bolígrafos al suelo y escruta las medias verdes de Astrid, una niña con la cara sembrada de pecas y los ojos azules como el deshielo. «Astrid significa flor de primavera en sueco», dice ella. Y entonces el colegio entero traga saliva. Astrid significa «amor platónico» para la mitad de los alumnos del Leber. Astrid, el pétalo prohibido, imposible, de un verano escandinavo, será el destino inequívoco del polen de Aleix.
Es un día como un anuncio de café y pasta de dientes y Paulino intenta calmar el revuelo. Y entonces se atusa el roedor muerto de la coronilla, se yergue sobre la tarima y llama a la calma con esa cara de Bogart de Almendralejo tan única y tan impagable. Es casi un día de fiesta y Paulino mira fijamente a Aleix y manda callar a la clase.
—¡A ver coño, que ya eztá bieng!
Y de nuevo encara a Aleix. Y exclama:
—¡Aleics!
Y lo repite.
—¡Aleics, coño! —dice con el látigo de las ces y las eses, el cascabel del pueblo como el siseo de una serpiente.
—Aleics. Tel mi… Jau ar yu?
Y entonces a Aleix le sale la respuesta de su vida.
—The sky is blue.
—¡A la puta calle! —exclama Paulino con una patata azul en la carótida.