Читать книгу La ciudad que nos inventa - Héctor de Mauleón - Страница 10
1527 La vieja calle del Seminario
ОглавлениеSeminario es una de las calles más breves del Centro. Como a Guatemala, el hallazgo de la Coyolxauhqui le arrebató un largo tramo, bajo el que aparecieron las ruinas desvaídas de Tenochtitlan. La piqueta sacrificó construcciones de los siglos xvii y xviii e hizo de Seminario, no una calle, sino una especie de antigua litografía compuesta por cinco o seis casonas en donde la Historia sobrevive en condiciones de hacinamiento.
Prolongación de la vieja calzada de Iztapalapa, por la que entraron los conquistadores; a un tiro de ballesta de la Catedral y a sólo unos pasos del antiguo palacio de los virreyes, Seminario fue una calle codiciada por los primeros pobladores. En una ciudad estratificada en la que la posición social se diluía a medida que las casas se alejaban del centro, esta calle estuvo reservada para los personajes que habían ocupado lugar relevante en la guerra de conquista.
Cortés la repartió entre algunos hombres de confianza: allí levantaron sus casas Pedro de Maya, alguacil mayor de la ciudad y funcionario encargado del abastecimiento de carne; Hernando Alonso, primer herrero que hubo en la metrópoli, y Pedro González Trujillo, uno de los trece jinetes que formaron la avanzada del ejército conquistador.
Situada sobre los restos del templo de Hutzilopochtli, la calle ofrecía a sus moradores gran abundancia de materiales de construcción: muchas de las casas de Seminario aún conservan en sus muros bloques de piedra procedentes de la legendaria ciudad azteca (poner la mano en ellas es una experiencia perturbadora).
A pesar de sus continuas destrucciones, México posee una memoria portentosa. El historiador Salvador Ávila logró averiguar los nombres de los habitantes de la calle del Seminario desde el siglo xvi hasta la fecha. Averiguó también que los primeros colonos de la calle no lograron disfrutarla mucho tiempo. Pedro González Trujillo fue ahorcado por Nuño Guzmán en 1527, a consecuencia de una «disputa de indios». A Hernando de Alonso lo quemó la Inquisición en el auto de fe de 1528, después de llevarlo a proceso «por judaizante»: el primer herrero de la urbe se convirtió, así, en el primer mártir religioso del México colonial.
En el sitio donde estuvo la casa de Pedro González Trujillo se fundó la Real y Pontificia Universidad de México, que el doctor Francisco Cervantes de Salazar describe en sus deliciosos Diálogos latinos. En ese mismo predio abrió sus puertas, toda una vida más tarde, la cantina El Nivel (1872) que fue hasta su desaparición la más antigua de la capital.
Un informe del Ayuntamiento señala que en 1790 algunas de las casas que formaban la calle se hallaban «vacías, y sin ninguna cosa ni gente» –¿en la Nueva España habría casas habitadas por cosas? Desde que los dueños originales fueron ahorcados y quemados, dichos predios sirvieron como vecindades. A lo largo del siglo xx habrían de convertirse en reposterías, restaurantes, tiendas de anteojos, librerías, relojerías, nuevas vecindades y casas de huéspedes. En fotos y litografías estas casas aparecen, una y otra vez, como mudando de traje, pintadas de diversos colores.
Han visto pasar carruajes, calesas, simones, tranvías y autobuses urbanos. Remozadas incesantemente, han estado allí desde siempre.
Una placa empotrada en un muro recuerda que en esa calle fue acribillado durante la Decena Trágica el médico de la Cruz Blanca, Antonio Márquez, «mientras hacía la curación de un herido».
Si la ciudad cabe en una calle, México está en Seminario, esa calle tan breve y tan vieja y tan deshecha.