Читать книгу La ciudad que nos inventa - Héctor de Mauleón - Страница 20

1620 El santo de los secuestrados

Оглавление

En la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, en la Catedral Metropolitana, hay una escultura misteriosa alrededor de la cual suelen congregarse hombres y mujeres que lloran. Es un Santo Niño que tiene las manos esposadas. Llegó a la Catedral hace cuatro siglos, pero su culto creció recientemente, a consecuencia de la inseguridad. Le llaman el Santo Niño Cautivo. Sus fieles son personas que tienen familiares secuestrados o que purgan sentencias injustas. En los últimos años, su devoción ha crecido al punto de desplazar a la de la figura principal de la capilla, Nuestra Señora de la Antigua.

El Santo Niño Cautivo es una pequeña escultura de madera realizada en España en 1620, que se atribuye al artista sevillano Juan Martínez Montañés. Su dueño, Francisco Sandoval de Zapata, se embarcó con ella dos años más tarde, luego de ser nombrado racionero de la Catedral de México.

Ni Sandoval de Zapata ni la escultura lograron llegar a la Nueva España. Los piratas berberiscos que asolaban el Mediterráneo se apoderaron del barco y lo llevaron a Argel. Pidieron por el racionero un rescate de dos mil pesos.

La burocracia española era un laberinto semejante al del poema de Borges: «No habrá nunca una puerta… / No existe. Nada esperes». El rescate tardó siete años en llegar, y para entonces Sandoval de Zapata había muerto. Los piratas entregaron sus huesos, y también la escultura que traía en su equipaje.

Los restos del racionero fueron enterrados en el templo de San Agustín, que se incendió el 11 de diciembre de 1676, a las siete de la noche. La escultura anduvo rodando durante un tiempo. Pasó una temporada en el altar de los Reyes, y otra en el de San José.

Entre 1653 y 1660 los músicos de la Catedral, encabezados por el primer organista, lograron que se construyera una capilla para ellos, y colocaron en el altar principal la imagen de Nuestra Señora de la Antigua, una deslumbrante y dorada pintura bizantina. Bajo esa virgen, los músicos colocaron la escultura del Santo Niño. En recuerdo de su cautiverio en Argel, le colocaron unas esposas de plata en las manos.

La imagen de Nuestra Señora –copia de otra pintada en la Catedral de Sevilla– llevaba tras de sí una leyenda impactante. Cuando los moros tomaron Sevilla, y Muza degolló a la población y luego destruyó los objetos del culto religioso, la imagen de la Virgen no pudo ser borrada. Por el contrario, «mientras los moros más raspaban la pared, la imagen se mostraba cada vez más bella».

El Santo Niño Cautivo no logró rivalizar con el culto de Nuestra Señora, pero a lo largo del virreinato se fue imponiendo como protector de los niños a los que la enfermedad había hecho presos. Las madres novohispanas solían acudir a él cuando algún pequeño tardaba en empezar a hablar. Al paso del tiempo se le empezó a rogar también para que liberara a las personas a las que el alcohol o la droga mantenían en cautiverio.

Según el sacristán mayor de la Catedral, el auge del secuestro imprimió al culto un giro inesperado. A partir del año 2000, el Santo Niño Cautivo se convirtió en patrón de los secuestrados.

Es domingo y la Catedral parece hervir con la misa de once. Frente a la capilla de Nuestra Señora de la Antigua, doce o quince fieles oran. Tienen la cabeza inclinada, los ojos cerrados. Algunos están de rodillas. No deben llevar en las espaldas historias tranquilizadoras. Una mujer llora en silencio y una oración colocada en la alcancía de las limosnas invita a rogar por los que «son presa de la enfermedad, del miedo, de la violencia, del odio».

El país y sus laberintos los han traído hasta aquí. Victor Hugo escribió que rezar es poner en contacto el infinito de abajo con el infinito de arriba. Pero yo pienso en el laberinto, aquel poema de Borges, y no me gusta lo que siento.

Para colmo es un día nublado.

La ciudad que nos inventa

Подняться наверх