Читать книгу La ciudad que nos inventa - Héctor de Mauleón - Страница 15
1590 Los lentes: ojos para una segunda vida
ОглавлениеLos lentes: se decía que con aquellos oculi de vitro cum capsula Roger Bacon podía mirar, desde Oxford, lo que estaba sucediendo en París. Las personas se detenían en la calle para mirar aquel objeto extraño que Bacon solía anteponerse en el rostro: una horquilla construida en forma tan ingeniosa que podía montarse en la nariz «como el jinete en el lomo de un caballo». Por los monasterios corría el rumor de que los lentes permitían leer manuscritos redactados en letra pequeñísima; en las universidades se propalaba la noticia de que los sabios, muertos después de los cincuenta para la lectura y la escritura, adquirían, gracias a ellos, una segunda vida.
Los lentes son un invento del siglo xiii. Surgieron en los talleres de vidrio de Murano, en Venecia, y despertaron con rapidez el asombro de las masas: en la edad de la sombra y las tinieblas, traían de nueva cuenta la luz.
En El nombre de la rosa, una novela irrepetible, Umberto Eco describe cómo esos trozos de vidrio cambiaron la vida de la gente: «Con aquello delante de sus ojos, Guillermo solía leer, y decía que le permitía ver mejor que con los instrumentos que le había dado la naturaleza, o, en todo caso, mejor de lo que su avanzada edad, sobre todo al mermar la luz del día, era capaz de concederle».
En 1352 unos lentes aparecieron por primera vez en una pintura. Tomás de Modena recibió el encargo de hacer el retrato del cardenal Hugo de Provenza. Lo pintó inclinado sobre su escritorio, redactando un documento con la mano izquierda, y portando unas raras gafas que son sólo dos pequeños aros. Ya desde entonces, ser miope y ser zurdo resultaba una costumbre entre cierta gente.
Además de objetos modernísimos, los lentes eran entonces objetos sólo utilizados por hombres mayores y de cierto nivel intelectual. Al vulgo le parecían ridículos. Mortificaban a quien los llevaba con toda clase de burlas.
Los españoles los llamaban antojos. Un estudio de Agustín González-Cano señala que los lentes aparecen por vez primera en la poesía española en el siglo xvi, en unos versos de Alfonso de Villasandino:
Mal oyo e bien non veo.
¡Ved, señor, qué dos enojos!
¡Mal pecado! Sin antojos
Ya non escrivo nin leo.
González-Cano afirma que los lentes bañaron la poesía española, en especial durante el Siglo de Oro: salpican varias páginas de Lope de Vega, y también de su rival, Miguel de Cervantes. Góngora se burlaba de los lentes de Quevedo, y en clave escatológica le dedicó estos versos:
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir del griego
no habiéndolo mirado vuestros ojos
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a la luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.
En 1590 desembarcó en Veracruz don Luis de Velasco, decimoprimer virrey de la Nueva España. Sólo hay en el mundo una pintura suya: dicha obra posee un valor incalculable, pues es la primera referencia sobre el uso de lentes en la Nueva España. En un estudio sobre el empleo de estas herramientas en las colonias del Nuevo Mundo, María Luisa Calvo y Jay M. Enoch describen los lentes de este modo: «[tienen] montura metálica o de material rígido, contorno redondo, con una pinza pronunciada para sujetarlas a la altura de la nariz, y un sistema a modo de varilla no rígida formada por un cordel que bien puede ser material de fibra vegetal u orgánico. La forma redondeada del puente recuerda la de los quevedos, aparecida en el siglo xv».
Cuando don Luis de Velasco desembarcó con aquel raro instrumento montado sobre la nariz, debió dar la impresión de que se trataba de un funcionario que podía ver con claridad realidades de otro modo ocultas. Los miembros de su corte debieron pensar que al nuevo virrey no iba a pasarle lo que a su señor padre, el primer Luis de Velasco, a quien los criollos le montaron una conspiración destinada a asesinarlo. Don Luis lo hizo bien, al parecer. Del virreinato de México lo enviaron al del Perú, donde consta que leyó, tal vez con los mismos lentes del cuadro, la primera edición de El Quijote. Es fácil sospecharle una sonrisa al encontrar esta frase de Sancho: «Que el amor, según yo he oído decir, mira con unos antojos que hacen parecer oro al cobre, a la pobreza, riqueza, y a las lagañas, perlas».