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Las “Escuelas” de la Teoría de la Organización

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Los estudios que tratan sobre teoría de la organización frecuentemente clasifican los trabajos sobre los cuales comentan según las “escuelas”. Una reciente recopilación (13) de escritos sobre organizaciones reconoce ocho de tales “escuelas”: clásica; neoclásica; de comportamiento organizacional (también llamada de recursos humanos); estructural “moderna”; de sistemas, contingente y ecología poblacional; organización de constituyentes múltiples/mercados; poder y política; cultura organizacional y organización simbólica. ¿Qué vamos a hacer con todo esto?

La noción de “escuelas”, aplicada al campo de la ciencia, es una idea anticuada que ha agotado su utilidad en la teoría de la administración y de la organización. En biología o en geología, no tenemos escuelas, sino dominios especializados de conocimiento y teoría: a modo de ejemplo, genética molecular, biología celular, biología del desarrollo, y genética poblacional en biología; geofísica, paleontología, oceanografía y geología del petróleo en geología. A diferencia de las “escuelas”, estos dominios no son teorías rivales, sino conjuntos de fenómenos y conocimientos sobre ellos, lo suficientemente aislables como para ser examinados, al menos para varios propósitos, en forma independiente, luego relacionados y situados de manera adecuada en una estructura mayor.

En la ciencia, las teorías cambian gradualmente, pero, en un momento dado en el tiempo, solo unas pocas de ellas se encuentran en la frontera entre la conjetura y la controversia. Asimismo, solo raramente los avances de la ciencia conllevan el derrocamiento de teorías importantes. Lo que vemos en general es una acumulación constante en la que las teorías, confrontadas con nuevos cuerpos de evidencias y nuevos fenómenos, se ven fortalecidas, aumentadas y modificadas. Incluso grandes “revoluciones” como fueron la relatividad y la mecánica cuántica no desplazaron a la mecánica newtoniana y las ecuaciones de Maxwell de sus puestos clave en la teoría física.

En los desarrollos de la teoría de la organización representados por las “escuelas” indicadas precedentemente, no veo ningún terremoto conceptual, sino un progreso sustancial y continuo, disparado por la observación meticulosa y a veces por la experimentación. La así llamada teoría neoclásica, de la cual –suponen Shafritz y Ott– este libro es un ejemplo, cuestionó algunas de las “leyes” por demás generalizadas de la teoría clásica, y se propuso llevar a cabo un análisis organizacional en función de la toma de decisiones, una idea algo novedosa pero no sin precedentes. Pero cuando comparamos El Comportamiento Administrativo con la teoría que lo precedió y lo siguió, vemos que la jerarquía de la autoridad y los modos de departamentalización organizacional, para tomar dos ejemplos importantes, son todavía conceptos centrales en la teoría de la organización. Como dejará claro la última mitad del Capítulo II, estos conceptos continúan manteniendo su papel central hasta el día de hoy.

Por ejemplo, la teoría de la organización estructural “moderna” y la teoría de la contingencia continúan ambas examinando la departamentalización. La primera explora alternativas a la jerarquía y a la unidad de mando puras (ya cuestionadas por los “neoclásicos”), proponiendo formas tales como organizaciones matriciales o la organización por proyectos. La teoría de la contingencia continúa la exploración (surgida a partir de la discusión de los “proverbios” del Capítulo II de este libro) de la manera en la que la departamentalización depende de la tecnología, el mercado y otros ambientes de la organización.

De modo similar, los conceptos de sistemas, constituyentes múltiples, poder y política y cultura organizacional fluyen todos muy naturalmente a partir del concepto de organizaciones como estructuras interactivas complejas que se sostienen mediante el equilibrio de los incentivos brindados a distintos grupos de participantes y los aportes que se reciben de ellos, un concepto que se originó con Barnard y fue desarrollado luego en el Capítulo VI de este libro y por otros “neoclásicos”. En particular, las nociones de la teoría de la cultura organizacional y de la organización simbólica llevan adelante ideas que se discuten en este libro en función de la red de incentivos-aportes y la identificación organizacional que genera.

Se podrían hacer comparaciones similares con los demás términos que introduce la literatura reciente. Subrayo estas continuidades porque la proliferación de términos en la teoría administrativa, mucho más allá de la cantidad de conceptos nuevos que estos términos denotan, ha perjudicado seriamente a los estudiantes, volviendo complejo y confuso lo que tal vez es bastante simple. Confucio le daba gran importancia a “la rectificación de los nombres”: poner la etiqueta correcta a las cosas. Debemos preocuparnos menos por rectificar los nombres y más por evitar su multiplicación. Debemos asignar a los conceptos los mismos nombres cada vez que se utilizan. Si hacemos eso, encontramos que no necesitamos representaciones separadas para las ocho “escuelas” de la teoría de la organización, sino que ellas encajan bastante bien como desarrollos de un único marco conceptual. Por supuesto, tengo una cierta parcialidad por la manera en que se describe ese marco en El Comportamiento Administrativo, pero es más importante que aprendamos a construir nuestra ciencia de forma acumulativa y no que sobreviva una formulación particular de ella.

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