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ОглавлениеNo había mucha distancia a pie desde Tollcross hasta la jefatura de la División C, en Torphichen Place, pero Rebus sabía que estaba alejándose cada vez más de su casa. No pensaba regresar caminando, y esperaba que en Torphichen hubiese algún coche libre que pudiera utilizar a modo de taxi.
En recepción, había un hombre alto y calvo con un grueso abrigo raído. Estaba sentado con los brazos cruzados y se miraba los pies. Nadie atendía el mostrador, así que Rebus pulsó el timbre. Sabía que no dejaría de sonar hasta que llegara alguien.
—¿Lleva mucho rato aquí? —preguntó.
El hombre levantó la mirada y sonrió.
—Buenas noches, señor Rebus.
—Hola, Anthony...
Rebus lo conocía. Era un vagabundo de Edimburgo, y formaba parte del ejército de vendedores de The Big Issue que se distribuían a lo largo de Princes Street. Rebus solía comprarle un ejemplar a menudo. Su territorio sagrado se hallaba frente al Saint James Centre.
—¿Ha venido a ayudarnos con nuestras pesquisas?
Anthony esbozó una sonrisa desdentada.
—Solo quería entrar en calor. Le dije al policía de recepción que estaba esperando al agente Reynolds, pero acabo de verlo entrar en el Hopscotch Bar, de Dalry Road.
—Lo cual significa que tiene sesión de copas...
—Y que yo puedo quedarme aquí sentado hasta que alguien se caiga redondo.
En ese momento, acudió a recepción un agente uniformado que, en cuanto vio la identificación de Rebus, le abrió la puerta y lo dejó pasar.
—¿Conoce el camino, señor?
—Lo conozco. ¿Quién está de servicio?
—El piso de arriba parece un cementerio.
Rebus subió las escaleras de todos modos. Torphichen era una comisaría antigua y pequeña, con sencillas paredes de piedra y un ambiente ligeramente depresivo. A Rebus le gustaba. Desde luego, la prefería a St Leonard’s, su centro de operaciones, un lugar mucho más moderno y presuntamente ergonómico. Se acercó a la sala del DIC. El hombre al que buscaba estaba leyendo el periódico vespertino sentado a una larga mesa de madera llena de muescas.
—Señor Davidson —dijo Rebus.
Davidson alzó la mirada y gruñó.
—Necesito un favor —añadió Rebus al entrar en la sala.
—Menuda sorpresa.
—¿Se ha enterado de lo de Warrender?
—¿El suicidio con una escopeta?
Las noticias volaban. Davidson cerró el periódico.
—El artífice se llamaba Hugh McAnally y vivía en Tollcross.
—Conozco a Wee Shug. Le vendría mejor el apodo de Wee El Cabrón. Acababa de salir de Saughton.
—A lo mejor sentía nostalgia.
—¿Le apetece un trago?
—Un poco de café, quizá.
Pero Davidson cogió su abrigo.
—He dicho un trago.
—Mientras no esté proponiendo el Hopscotch... La rata de Reynolds está allí.
Davidson se ató la bufanda de cuadros escoceses.
—De acuerdo, obviaremos el Hopscotch. Y ya que invita usted, le dejaré elegir.
Rebus se decantó por una gran hostería situada cerca de la estación de Haymarket. El bar estaba abarrotado, pero el salón parecía tranquilo. Pidieron whisky doble.
—Hace demasiado frío fuera para beber cerveza —dijo Davidson—. A su salud.
—Y a la suya. —Rebus bebió un sorbo y de inmediato notó cómo el líquido desempeñaba su labor presta y sensata. A veces casi era demasiado bueno—. Y bien —dijo finalmente—, hábleme de Wee Shug.
—Era un ladrón de poca monta. Se había especializado en robos desesperados en viviendas.
—¿Había?
—Se pasó a la venta de objetos robados, falsificaciones; un poco de aquí y un poco de allá.
—¿Cuánto tiempo llevaba en la cárcel?
—¿Esta vez, quiere decir? Es curioso, cuando me enteré de que había salido hice un cálculo rápido. Le redujeron la condena; cumplió algo menos de cuatro años.
—Bueno, si lo único que tenían contra él era contrabando...
Davidson sacudió la cabeza.
—Lo siento, pero creo que no me ha entendido. Culpa mía. No le metieron entre rejas por ninguno de sus tejemanejes habituales.
—¿Y entonces por qué?
—Por la violación de una menor.
—¿Qué?
Davidson asintió.
—La cuestión es que lo crucificamos por ello, pero, con el corazón en la mano, no sé si fue de justicia.
—Explíquese.
Rebus hizo señas al camarero para que les sirvieran dos whiskys más.
—Bueno, la muchacha tenía quince años, pero todo el mundo decía lo mismo: quince, a punto de cumplir los treinta y cinco. No era una chica tímida, precisamente. Debería leer las transcripciones del interrogatorio. Aun así, ella insistía en que la había violado. Era una menor, y el fiscal siguió adelante con la acusación. No me importó demasiado, la verdad; apartar a Wee Shug de la calle me parecía bien.
—¿Vivía en Tollcross en aquel momento?
—Siempre fue su zona.
Rebus pagó la segunda ronda.
—¿Era una persona violenta?
—No, al menos que yo sepa. Tenía mal genio cuando le provocaban, pero ¿quién no lo tiene, en ese caso? Eso es lo curioso de la violación: no había lesiones físicas.
—¿Lo corroboró alguien?
—Teníamos un puñado de pruebas circunstanciales. Unos vecinos oyeron voces, un grito, y la chica se encontraba en un estado lamentable, llorando y todo eso. Además, Wee Shug reconoció haber mantenido relaciones sexuales con ella. Decía que sabía que era ilegal, pero, en sus propias palabras, «solo por unos meses». La chica aseguraba que no había sido consensuado, así que abrimos una investigación.
—Vamos a suponer, solo a modo de hipótesis, que fue consentido.
—Sí.
—Entonces acababa de cumplir cuatro años de condena por algo que no hizo.
Davidson se encogió de hombros.
—¿Está buscando un motivo detrás de su muerte?
Rebus se quedó pensativo unos instantes.
—Ahora mismo me interesan los suicidios.
—Y siempre buscamos justificaciones, ¿eh, John?
Rebus bebió de su copa.
—¿Tenía armas? ¿Alguna vez anduvo metido en líos relacionados con armas de fuego?
—Nada. Aunque probablemente tenga compinches por ahí que sepan dónde conseguirlas.
—Utilizó una escopeta de cañones recortados.
—Me lo creo. No podrías meterte una escopeta larga en la boca y apretar el gatillo. Es mucho más fácil con un arma más corta.
—Menudo estropicio.
—Desde luego, pero sirvió. Uno no quiere quedar como un desorganizado, ¿verdad? Con una escopeta de cañones recortados hay menos margen de error.
—Ningún margen en absoluto —precisó Rebus.
Cuando ya se iban, le vino a la mente una pregunta.
—¿Cómo se llamaba la víctima de McAnally?
Davidson tuvo que pensarlo.
—Mary... no se qué. Mary Finlay. No... —Cerró los ojos con fuerza—. Mary Finch.
Rebus lo miró fijamente.
—¿Maisie Finch?
Davidson pensó de nuevo.
—Sí, eso es, Maisie.
—Es vecina de los McAnally.
—Cuando se produjeron los hechos, también lo era. Los conocía desde hacía años.
—Dios mío —dijo Rebus—. Acabo de mandarla al depósito para que ayude a Tresa McAnally a identificar a su marido.
—¿Qué?
—Hágame un favor. Présteme un coche y un conductor.
—Haré algo mejor: le llevaré yo mismo.
Cuando llegaron al depósito, era demasiado tarde. Se había completado la identificación, y todos se habían ido ya a casa. Rebus se encontraba en Cowgate y miró con anhelo hacia Grassmarket. Algunos pubs todavía debían de estar abiertos, sin ir más lejos el Merchant’s Bar. Pero se montó en el coche y le pidió a Davidson que lo llevara a casa. De repente, estaba cansado. Dios, se sentía agotado.