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LA FORMACIÓN DE LOS PSICOANALISTAS

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Ahora podemos tratar de entender las tres dimensiones del fantasma. En primer lugar, hay un carácter imaginario del fantasma, el de la producción de las imágenes de los aspectos del mundo, una producción imaginaria de los personajes del ambiente del sujeto. En segundo lugar, siempre según Lacan, encontramos la dimensión simbólica. Se trata cada vez de una pequeña historia que tiene que obedecer a ciertas reglas, ciertas leyes de construcción, que son las leyes de la lengua. Hay que destacar que el texto fundamental de Freud, Pegan a un niño, lo dice claramente: un fantasma es solamente una frase. Cuando se ha decantado completamente, el fantasma resulta una frase, con algunas variaciones en su gramática. Los tres tiempos de ese fantasma son ciertas variaciones gramaticales del mismo. Hay, pues, una gramática del fantasma, pero es importante tener en cuenta que esto no se ve en un primer nivel, como es el caso de la dimensión imaginaria, sino únicamente cuando se reduce de manera esencial, se limita a una frase.

Constatamos con facilidad el hecho, realmente extraordinario, de que en la clínica psicoanalítica permanecemos en contacto directo con los fenómenos que Freud observó. Es cierto que, en el curso del tiempo, se han transformado muchas cosas de la práctica analítica porque el análisis es parte del mundo, parte del discurso universal general. Hoy ya no se puede interpretar como lo hacía Freud cuando al comienzo de un análisis decía, por ejemplo, a una señora: «Usted desea a su padre y, en cambio, no le gusta su madre». Es admirable, pues aquellas eran curas de tres meses, ocasionalmente de dos o tres semanas. Hablar dos o tres veces con Freud era consuelo incluso para los analistas. Pero las mismas interpretaciones ya no tenían idénticos efectos después de algunos años de práctica analítica. La transformación del discurso general producida por el psicoanálisis significaba para Freud, ya entre los años veinte y treinta, la constatación de un problema técnico.

En los años ochenta, es el paciente quien llega a la consulta diciendo: «Tengo un problema edípico». De este modo se ha producido un cambio en las posibilidades de la interpretación, y la dimensión simbólica del fantasma –la más oculta– sólo puede obtenerse después de cierto tiempo de análisis.

De la tercera dimensión del fantasma, Lacan se ocupa en un momento avanzado del desarrollo de su enseñanza. Parece una paradoja que la dimensión fundamental del fantasma sea su dimensión real; es decir, que tiene un carácter de residuo que no puede cambiarse.

En el pensamiento de Lacan es un axioma que «lo real es lo imposible». Por ejemplo, aquí es lo imposible de cambiar y creo que así resiste en el discurso analítico mismo. Por esa razón, para Lacan el fin del análisis es el logro de una modificación de la relación del sujeto con lo real del fantasma. Es la cuestión que produce las variaciones del movimiento analítico y, ante todo, es la cuestión de la formación de los psicoanalistas. Cuando se trata de la formación, no se trata únicamente de qué curso dar, no es meramente una cuestión de conferencias, sino de cómo conseguir esa modificación subjetiva de lo real con los medios del lenguaje, con los del significante. Se trata de obtener una modificación de ese residuo real del análisis.

Considero que la dirección de la cura requiere el conocimiento de la delimitación exacta entre síntoma y fantasma. El desarrollo de la cura, cuando se mantiene la orientación correcta, está marcado por la obtención de un fantasma cada vez más puro, más puro y más trágico. Cuando el analista no considera esta separación en su teoría, creo que es muy difícil reglar, orientar la cura del paciente. Pues, mientras que hay una dinámica del síntoma, más o menos rápida pero al fin y al cabo una dinámica del síntoma, por el contrario encontramos –para emplear una expresión de Lacan– una estática del fantasma. En el desarrollo de la cura analítica, el fantasma se reduce cada vez más a un instante esencial, sin verdadera dimensión temporal, se reduce al punto del instante.

Como vemos a través de esta posición de Lacan, que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje no implica que todo se interprete. Lo que no se interpreta tiene una función. Creo que la dirección de la cura es justamente la utilización de ese fantasma reducido como instrumento de la interpretación. Creo también que esto corresponde a una dirección esencial del análisis, pero no es una lectura fenomenológica: lo que no se interpreta es una pregunta para el sujeto mismo. La dificultad reside en que, mientras que el síntoma aparece a ojos del sujeto como una opacidad subjetiva, es decir, en forma de enigma –y es la inclusión del sujeto sobre su propio síntoma lo que lo conduce al análisis–, el fantasma no se le presenta con esa opacidad, sino que se le propone con una dimensión de transparencia, como si su lectura fuera inmediata. Si inicialmente el paciente habla frondosamente de la dimensión imaginaria del fantasma, el cambio que se trata de lograr es que pueda plantearse lo que cubre ese fantasma.

Introducción a la clínica lacaniana

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