Читать книгу Introducción a la clínica lacaniana - Jacques-Alain Miller - Страница 5
¿CÓMO EMPEZÓ TODO?
ОглавлениеTodo llegó con una carpeta amarilla. Era grande, pero apenas alcanzaba para abrazar los pliegos, tantos había.
Vicente Palomera la puso en mis manos. El plan parecía sencillo: convertir todas esas fotocopias, que recogían dos décadas de intervenciones de Jacques-Alain Miller en España, en un libro. La treintena larga de papeles provenía de publicaciones del Campo freudiano, unas actuales, otras que dejaron de editarse hace años; también habían desgrabaciones, conferencias inéditas.
La sola existencia de la carpeta amarilla ya era un capítulo de la historia sin escribir de las publicaciones lacanianas en España.
Un equipo eficaz y entusiasta me acompañó en la tarea. Sus nombres son: Francisco Amella, Gloria Bladé, Soledad Bertrán, Nicanor Mestres, Iván Ruiz y Carolina Tarrida. De cada uno conocía su participación en la Sección Clínica de Barcelona, lo que no sabía y aprendí con ellos es que a la vez que establecíamos textos dirigidos a un amplio público, incluidas las generaciones de psicoanalistas por venir, nosotros mismos seríamos transformados por estos textos. Es lo que llamamos efectos de formación.
La historia de la carpeta consistió en perder lo que tenía que perderse y recuperar el esplendor que el desuso hubiera amortiguado.
Establecidos años ha, algunos textos perpetraban galicismos, argentinismos y lacanismos varios, huellas de que cada generación de analistas necesita inventarse una lengua para apropiarse del saber que –literalmente– le hace falta. Pero el libro, como Miller, le habla al futuro, al lector del 2006 en adelante. Por eso, y advertidos de que los estilos de redacción tienen que ver con las modalidades de goce imperantes –hoy, felizmente, no se lee igual que hace veinte años–, intentamos que cada artículo encontrara una forma correcta en castellano.
Por tratarse de intervenciones en público, tenían que caer también diálogos y referencias al contexto. Difícil decisión, cuando implicaba renunciar a la referencia de un viaje de Lacan a Valencia, suspendido a causa de la disolución de la École Freudienne de París, o a la presentación de Jacques-Alain Miller en la Alhambra –dignus est intrare– como psicoanalista. Ahí nos permitimos un zurcido de artesanía, introduciendo estas intervenciones más sustanciosas en la trama del texto.
Hay también lo que no se ha añadido. No ha habido trabajo de montaje, en el sentido cinematográfico del término. Texto a texto, como una perla, el cuerpo de una letra se ha colocado al lado de la siguiente, pulidas, a la espera de la lectura que las hilvane.
Varias veces me he preguntado por nuestro propio hilván, por lo que causaba nuestra transferencia de trabajo. Un trabajo alegre, cansado a veces, pero contagiado de una alegría milleriana –«el saber no tiene porqué ser triste», dice en este libro–. ¿De dónde vendría esta alegría, si no de la transmisión de un sentimiento de triunfo? Es el triunfo de la enseñanza de Jacques Lacan, que vuelve transmisibles los secretos del psicoanálisis, la doctrina de su práctica, y no admite para los psicoanalistas refugio en la marginalidad o el conformismo.
Lo que queda entonces es el empeño de transmisión a los otros: «sólo hay verdadera transmisión cuando una experiencia puede transferirse a otros sin la complicidad que da el hecho de compartirla», dice el autor. Así se pueden perder los recuerdos de lo vivido. Porque el lector no necesariamente estaba allí cuando estos discursos fueron pronunciados, no escuchó por ejemplo el silencio atronador que Miller produjo para que reverberara en él su exclamación: «¡Todos somos ventrílocuos!». El auditorio quedó atónito.
El objeto perdido, que este libro conmemora, es esa voz. Es un objeto perdido para los que no han tenido la oportunidad de recibir su impacto, pero también para los que estuvimos allí, porque eso ya pasó. Y ahora se trata de que siga pasando. En el libro está esa enunciación –por eso la perla–, se puede entrever en lo que se lee.
Si después de introducirnos en la lectura de Lacan, Miller sigue enseñándonos a hablar la lengua del psicoanálisis, es porque ella no es un argot sino una modalidad de satisfacción, un modo efectivo de captar y de dejarse captar por el siglo. Y esa alegría –como decía Lacan– se puede compartir.
Que lo pasen bien.
ANNA AROMÍ