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NUEVE

SI LA EXPEDICIÓN DE 1984 A PEÑA COLORADA hizo de Bill Stone un jefe más triste pero más sabio, también provocó un cambio científico que ayudaría a transformar no sólo la espeleología, sino también todo el ocio, trabajo y ciencia que precisaran pasar tiempo bajo el agua.

La verdad fue que el motín no puso fin a la expedición; la tecnología convencional de buceo con equipo autónomo, que dependía de las botellas de oxígeno, fue la que lo hizo antes que nadie. Se necesitaban tantas inmersiones simplemente para llegar hasta el área explorada de las cuevas gigantes que, cuando los exploradores alcanzaban territorio virgen, ya se habían quedado prácticamente sin aire. La expedición a Peña Colorada, la más ambiciosa exploración subacuática realizada hasta el momento, fue un caso señalado. El equipo de Stone comenzó con 72 botellas. Muchas se emplearon sólo para ir al Sifón 7 y volver, dejando unas pocas para explorar la tierra incógnita, que era la razón de ser de la expedición. Stone sabía que, sin una tecnología radicalmente distinta para el buceo, la exploración de grandes cuevas había concluido. El problema era que esa tecnología no existía.

Bueno, sí que existía, pero sólo para los SEAL de la armada y otros cuerpos especiales, tal y como uno de los miembros de la expedición a Peña Colorada explicó a Stone hacia el final de aquella empresa. John Zumrick era capitán de la armada estadounidense, buzo y médico. Destinado a la Navy Experimental Diving Unit (NEDU) en Florida, Zumrick compartía con Stone la pasión por el espeleobuceo. También compartía con Stone la frustración de encontrarse tan cerca, pero tan lejos, de conectar Peña Colorada con Huautla. Al final de la expedición, Zumrick sugirió que Stone abandonara el equipo tradicional de submarinismo autónomo y se fijara en unos aparatos llamados sistemas de recirculación de aire o recicladores.

Para simplificarlo mucho, un sistema de recirculación de aire utiliza sustancias químicas para limpiar el dióxido de carbono del aire exhalado por el buzo, reciclándolo una y otra vez y aumentando espectacularmente la duración de las inmersiones. También simplificando mucho la explicación, una botella estándar de oxígeno permite unos 20 minutos de inmersión a 30 metros de profundidad, mientras que un sistema de recirculación de aire permite bucear horas.

Ha habido sistemas de recirculación de aire circulando por el mundo desde el siglo XV, cuando un holandés llamado Cornelius Drebbel inventó el primer submarino de casco de cuero y tuvo que idear un tosco sistema para reciclar el aire y evitar que la tripulación se asfixiara dentro de aquel sumergible impulsado con remos. (Para conseguirlo, calentaba nitrato de potasio en un contenedor de metal, con lo cual producía oxígeno y también dióxido de potasio, que absorbía el dióxido de carbono.) Transcurrieron tres siglos sin que hubiera mejoras graduales o mínimas del concepto. Los primitivos sistemas de recirculación de aire permitieron a números contados de marineros escapar de los submarinos hundidos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Pero, en ausencia de un mercado que pidiera mejores sistemas de recirculación de aire –la salvación de miembros de tripulaciones de submarinos era llamativa pero había muy pocas–, los sistemas de recirculación de aire experimentaron pocas mejoras.

En sus conversaciones con Zumrick, Stone tuvo una visión en la que los sistemas de recirculación de aire eran el futuro de la exploración de supercuevas. Sin embargo, en 1984, no había sistemas de recirculación de aire para civiles. Las unidades con las que contaba el ejército tenían un precio prohibitivo y sólo eran útiles para inmersiones cortas y a poca profundidad, dada la escasa necesidad táctica de estos aparatos para grandes profundidades. Los espeleólogos a veces descendían a gran profundidad (Clark Pitcairn había llegado a 55 metros en Peña Colorada), y las expediciones requerían horas y horas de inmersión. Además, como estos aparatos estaban pensados para aguas abiertas y no para «ámbitos cerrados» como los buzos llaman a las cuevas, las unidades militares carecían de elementos que Stone consideraba esenciales para el espeleobuceo. Por último, los sistemas de recirculación de aire de la armada –Stone estaba seguro de ello– no eran lo bastante resistentes como para aguantar el duro trajín de semanas en lo más profundo de las cavernas.

Era aquél un reto para el que Stone estaba perfectamente equipado por naturaleza, estudios y preparación, con un doctorado en ingeniería estructural y su experiencia en buceo. Comenzó por estudiar los sistemas de recirculación de aire el día que volvió a casa. Inició entonces un proyecto de diez años que correría paralelo a su interés por la espeleología extrema. Cuando no estaba metido en una cueva, estaba hincando los codos diseñando prototipos que desarrollaba en el taller que tenía en el sótano de su casa. Se levantaba cada día a las 5 de la mañana, trabajaba tres horas en el sistema de recirculación de aire, acudía al trabajo, volvía a casa, daba un beso a Pat y a sus hijos, y desaparecía de nuevo en el sótano.

Tuvo que superar obstáculos que habían frustrado muchos otros intentos. Primero, la nueva unidad tendría que sobrevivir a los golpes en una cueva. Segundo, tendría que ser pequeña y ligera. Tercero, tendría que ser completamente a prueba de fallos, porque las cuevas son menos misericordiosas que los profundos océanos y el espacio sideral. Los buzos en aguas abiertas tienen acceso a cámaras de recompresión y a servicios médicos. Los astronautas que dan paseos espaciales pueden montarse de nuevo en sus vehículos. En las cuevas, a kilómetros de la superficie, los buzos no disfrutan de esa red de seguridad. Y, por cierto, todo sistema de recirculación de aire para espeleología tendría que permitir inmersiones de una duración por aquel entonces inimaginables.

Stone bautizó su creación con el nombre de FRED (Failsafe Rebreather for Exploration Diving). La gestación de FRED fue agónica. En ocasiones transcurrían semanas sin progreso alguno. Al final Stone apagaba el teléfono y se aislaba de todo. Día tras día, y también algunas noches, se sentaba a solas en el sótano, dibujando, garabateando, estrujándose el cerebro, subiéndose por las paredes. Al final llegó el momento del «¡eureka!».

Si de forma lenta pero segura el éxito se abría paso en el sótano, arriba las cosas eran un poco menos alegres. Por una parte, Stone estaba invirtiendo en el proyecto cientos de miles de dólares, algunos prestados, otros de su propio bolsillo. Por otra, durante esos años, no sólo estaba bloqueando el paso al mundo exterior, sino también a Pat y los niños, que formaban parte de su mundo. Cada vez lo veían menos. Pese a todo, trabajó así tres años enteros, y un 3 de diciembre de 1987 presentó su primer prototipo usando una plataforma rodante y un amigo para mover el ciclópeo FRED de 103 kilogramos de su camioneta a las aguas claras de Wakulla Springs en Florida.

El tamaño no era lo único destacable de FRED. No se parecía a ningún otro sistema de recirculación de aire, a ninguno. El reciclador FRED estaba constituido por gemelos. Había dos sistemas completos computarizados, y cada uno podía actuar con total independencia. Además, FRED fue el primero en usar el volátil pero eficaz hidróxido de litio como depurador.

Stone tuvo que ponerse las cinchas de sujeción y unirse a FRED en el agua, pero no se hundió como un hombre atado a una roca porque había diseñado a FRED para que tuviera una flotabilidad neutra. Un buzo de pruebas dijo más tarde que usar FRED era como bucear con un Volkswagen a la espalda. Aunque fuera una exageración, FRED era más grande que el motor de un Volkswagen y pesaba casi lo mismo. En Florida, Stone realizó un descenso perfectamente controlado hasta casi 11 metros, abrió un libro y se preparó para aguantar un rato. Un rato largo.

Aunque estuviera usando uno de los mejores trajes secos de submarinismo por entonces a la venta, después de doce horas bajo el agua, Stone estaba pasando frío. Pidió a otros buzos que le trajeran lastres de plomo, para poder subir y bajar por una duna submarina. Repitiendo el proceso periódicamente para entrar en calor, dio cuenta del primer libro y comenzó otro.

Transcurridas 24 horas, Stone subió por fin a la superficie estableciendo con un amplio margen un nuevo tiempo récord de inmersión con escafandra autónoma. Su creación, doscientas veces más eficaz que los equipos tradicionales de buceo, había cosechado un triunfo histórico. Y, sorprendentemente, sólo había usado la mitad de la capacidad de FRED en este experimento. Con la mitad restante, Stone podría haber doblado su tiempo de inmersión. Sus únicos retos habían sido mantenerse despierto y no quedarse frío. Hacia el final, su amigo Noel Sloan, buzo y médico (que más tarde desempeñaría un papel clave en la trágica expedición de Stone a Huautla en 1994), ayudó a Stone a no dormirse dándole pataditas siempre que empezaba a dormirse. (Bueno, hubo otro reto más: en un momento dado se rompió el receptáculo para recoger la orina dentro del traje seco, por lo que Stone pasó las últimas horas chapoteando en su propio pis.)

Con sus 103 kilogramos de peso, FRED no servía para el espeleobuceo. Stone puso FRED a dieta, refinando y miniaturizando sistema tras sistema. En 1989, apareció el MK-II, de 47,5 kilogramos. Todavía tenía que acarrearse desmontado a las cuevas, donde se montaba para las inmersiones. Sin embargo, una vez en el agua, este hijo de FRED sería la respuesta a una visión.

Durante todo ese tiempo, la armada de Estados Unidos había estado trabajando en su EX19, un sistema de recirculación de aire que se esperaba que permitiera a los buzos llegar a 137 metros de profundidad. Pese a contar con un presupuesto oceánico y recursos humanos ilimitados, el proyecto de la armada seguía en dique seco. Durante una prueba en 1984, estas unidades sufrieron fugas que estropearon el sistema electrónico. Circulaban rumores sobre buzos que llevando el EX19 se habían desmayado bajo el agua. Después de 10 años y haber gastado más de 10 millones de dólares, el EX19 seguía sin ser funcional.

Stone, trabajando en solitario con un presupuesto irrisorio en un laboratorio subterráneo como el de Doc Savage, logró lo que la armada de Estados Unidos no pudo. ¿Cómo lo consiguió? Tal y como demostró Albert Einstein, todo depende del punto de vista. La mayoría afirmará que fue una combinación de voluntad férrea, ingenuidad, confianza inquebrantable y gran riesgo financiero, y seguro que estarán dando en el clavo. El mismo Stone consideraba que fue un caso de motivación entusiasta, experiencia científica y, más que nada, una concentración implacable dedicada a una misión vocacional. También estaba en lo cierto.

En 1989, Pat Stone participó en su última expedición con Bill. En 1985 comenzó su carrera profesional de fisioterapeuta colegiada en el Shady Grove Center for Sports Medicine, no lejos de casa en las afueras de Maryland, un cargo que ocuparía 17 años, especializándose en rehabilitación ortopédica. En 1989, la respuesta de Pat a la pregunta de cómo había conseguido Stone un avance tecnológico asombroso habría sido distinta, porque, cuando no estaba en el sótano con FRED o en su trabajo gubernamental o haciendo pruebas de inmersión en Florida, estaba en expediciones espeleológicas, y su respuesta, si bien menos laudatoria, sería tan exacta como cualquiera de las otras.

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