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TRECE

EN FEBRERO DE 1991 STONE DIRIGIÓ su primera expedición a Cheve. En realidad, la codirigió con otros dos espeleólogos norteamericanos de elite, Don Coons y Matt Oliphant, aunque, como alguien que estuvo allí puso de relieve, había tres líderes pero sólo un Jefe. Por desgracia, el sistema de recirculación de aire o reciclador no estaba todavía listo para la espeleología, por lo que, para adentrarse en el sifón terminal que había impedido seguir progresando, de nuevo tuvieron que acarrear equipo de buceo y botellas de oxígeno, lastres de plomo y 610 metros de cuerda de seguridad hasta el Campamento 3.

Desde allí, portearon todo el material otros 500 metros y 143 metros verticales hasta el sifón terminal de Cheve. El 1 de marzo un hombre llamado John Schweyen, por entonces uno de los mejores espeleobuzos norteamericanos, se puso el equipo y se sumergió en aquellas aguas a 12,2 °C, de gran claridad y color azul turquesa cuando las iluminaban los espeleólogos. Apenas corría el agua ni había sedimentos que redujeran la visibilidad, lo cual era excelente en un sifón: de 6 a 9 metros. El piso del sifón era de grava áspera color café o marrón. Schweyen comenzó a nadar dando cuerda y siguiendo el sifón, que descendía 45° hasta nivelarse a 23 metros de profundidad. Manteniéndose a esa profundidad, siguió avanzando horizontalmente otros 91 metros hasta desembocar en una abertura del tamaño de una portilla que le permitió ver el otro lado pero no pasar. Schweyen volvió sano y salvo tras lo que había sido una inmersión relativamente benigna.

Quedaban dos botellas de oxígeno, pero durante el descenso se había abierto una válvula con un golpe y había perdido la mitad del oxígeno. Esto demostraba una vez más lo inadecuados que eran los equipos de escafandrismo para el buceo en grandes cuevas: no podría bucear con seguridad por el sifón con sólo un tanque y medio más de respaldo. Bastante antes de que el equipo llegara a la superficie, quedó claro que ni Schweyen ni nadie se volvería a sumergir, porque en su ascenso hallaron la nota sobre la muerte de Chris Yeager que puso fin a todo en 1991.

EN 1993 DOS EXPEDICIONES, NINGUNA DIRIGIDA por Stone, intentaron seguir profundizando en cueva Cheve recurriendo a todos los trucos de libro para superar el sifón terminal, excavando y escalando, gateando y nadando. Cualquier recurso menos el de la inmersión porque las expediciones corrían a cargo de Matt Oliphant y de una gran espeleóloga llamada Nancy Pistole, ninguno de los cuales era espeleobuzo. Trataron de hallar un aliviadero seco que rodeara el sifón. Descubrieron una nueva galería de unos 1.600 metros, pero no rodeaba completamente el sifón.

Todavía centrado en perfeccionar su sistema de recirculación de aire, que consideraba la clave para el futuro de la exploración de supercuevas, Stone contempló esos esfuerzos desde la distancia, apenas preocupado por ellos. El sifón terminal, así lo creía, no se podría superar con aparatos de respiración convencionales. La exploración subacuática prolongada, necesaria para encontrar un conducto de salida del sifón, sólo podría completarse con un sistema de recirculación de aire. Y nadie más que él estaba fabricando un reciclador de aire para espeleobuceo. Es decir, sólo él tenía la llave para abrir aquel sifón; sólo era cuestión de hacer los ajustes finales en esa llave.

Pero tampoco había perdido nunca de vista Huautla. Cheve rigió su vida de 1988 a 1991, es cierto, pero en parte fue debido a que su sistema de recirculación de aire no estaba listo para superar el Sifón de San Agustín. Dejando a un lado el fracaso de la armada de Estados Unidos, si Stone hubiera podido trabajar en su sistema de recirculación de aire a jornada completa y sin apuros económicos, es muy probable que en dos o tres años hubiera conseguido perfeccionar un reciclador apto para expediciones. Pero no contaba con esos lujos y por eso el proyecto se dilató en el tiempo una y otra vez.

Pero no era lo único que se estaba dilatando en el tiempo, también lo hacía la paciencia de Pat Stone. Si Cheve había consumido cuatro años de la vida de su marido, de 1988 a 1991 –tal y como él ha confesado–, el proyecto del sistema de recirculación de aire había hecho algo muy parecido durante los cuatro años previos a 1988. Lo mismo pasaría los dos años posteriores a 1991. En total sumaba una década. En 1991, la familia de Stone se componía ya de tres hijos y el interés de Pat Stone había pasado de las cuevas a los hijos. No era una idea descabellada esperar un cambio similar en su marido. A medida que los años fueron pasando, cada vez resultó más evidente que ese cambio no se perfilaba en el horizonte. Con cada año que pasaba, se iban evaporando las esperanzas de Pat de tener una familia tradicional.

Las esperanzas de Stone depositadas en el reciclador, por su parte, iban cobrando fuerza sin interrupción. Hasta el punto de que en 1992 comenzó a planear su expedición más ambiciosa hasta la fecha, una incursión al sistema Huautla para 1994 con un presupuesto de un millón de dólares, docenas de patrocinadores y su sistema de recirculación de aire como atracción estelar. Ahora, con su tercera generación de recicladores, llamados MK-III, aunque sin ser todavía idóneos para la expedición de 1992, Stone se sentía seguro de que con dos años más de pruebas y una preparación intensiva de los buzos lo conseguiría. En cualquier caso, necesitaría todo ese tiempo para reunir patrocinadores, obtener permisos del gobierno mejicano, reclutar a los miembros del equipo y resolver otros mil detalles que requiere una expedición de ese calibre. Bill Stone, por fin, estaba viendo la luz al final de un túnel de diez años.

El camino hacia el éxito del sistema de recirculación de aire no había estado falto de contratiempos preocupantes. A finales de 1989, un buceador llamado Brad Pecel probó repetidamente el sistema de recirculación de aire de segunda generación creado por Stone, el MK-II, en Florida. En una inmersión concreta, Stone acudió también como apoyo de Pecel. No habían pasado 20 minutos de inmersión cuando Stone observó asombrado que Pecel empezaba a sufrir convulsiones. En la superficie, los espasmos y sacudidas son terroríficos. Bajo el agua y a gran profundidad, donde casi siempre implican la pérdida de la boquilla del respirador, alcanzan un nuevo nivel de horror. Stone siguió el procedimiento estándar de rescate de buzos; puso en la boca de Pecel el regulador de reserva y lo llevó a la superficie lo más rápido posible respetando la seguridad.

Pecel, con bastante más suerte que la mayoría de los buzos que sufren convulsiones bajo el agua, sobrevivió. Pero el incidente puso en evidencia algo inquietante: la redundancia era un arma de doble filo. Al igual que FRED, el MK-II contaba con dos sistemas completamente independientes. El personal de apoyo de Pecel había preparado incorrectamente el sistema de recirculación de aire, conectando el panel de la pantalla del contador de oxígeno al sistema incorrecto, al que no se estaba usando de forma activa. El sistema liberó una mezcla incorrecta de gases bajo el agua, lo cual provocó una sobrecarga de oxígeno en el sistema. El envenenamiento por oxígeno, un peligro habitual en el buceo, causó las convulsiones.

Cuando comprendió que la complejidad del MK-II era la raíz de este accidente, al menos tal y como él lo veía, Pecel ya no tuvo nada que hacer con la unidad y la abandonó sumariamente. Los otros buzos no abandonaron, pero el incidente sembró ciertas dudas. Se habló de la complejidad tecnológica de las unidades, y circularon rumores sobre el funcionamiento erróneo de un reciclador que casi había matado a un buzo. Ésa era sólo una parte de lo ocurrido, pero parece que fue la parte de la que más se acordó la gente.

El paso del tiempo podría haber disipado muchas dudas, pero la década siguiente fue letal para Bill Stone y sus compañeros.

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