Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 25
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Оглавление—Tendremos que ir de compras. —No habían pasado ni treinta minutos desde el desayuno y ya Gabriel estaba complicándole otra vez la vida—. Y aquí, en Francia, las tiendas cierran en domingo. Iremos a Andorra. Todo; ropa, calzado, complementos… ha de ser nuevo antes de que volvamos España. Ah, y tendrás que teñirte el pelo. Es demasiado… tuyo.
La bronca fue de campeonato. Primero, Clara odiaba ir de compras. Segundo, la ropa que tenía era la que a ella le gustaba y le había costado mucho elegirla. No, eso no era discutible. Y, por supuesto, de ninguna manera le tocarían la cabeza.
A Gabriel se lo llevaban los demonios. ¿Pero es que no podía entender que todo eso no era fruto de un capricho, sino que era por su bien? ¿Acaso pensaba…?
Sophie llamó a Gabriel a un aparte, intentando evitar que las cosas terminaran saliéndose de madre. Óscar, conciliador, se acercó a la muchacha:
—Es lo mejor —intentó explicarle—, lo único que queremos es…
—Es que me da igual. —Clara no necesitaba más declaraciones de buena voluntad—. ¿Me estáis metiendo a la fuerza en una secta o algo así? ¡Venga ya! Cada día que pasa os inventáis cosas más absurdas. Estáis todos mal de la cabeza y yo no pienso acabar dando botes vestida con una túnica.
—Clara —le dijo Óscar—. Tú misma viste cómo nos seguían hasta que nos deshicimos de la tarjeta…
—No —replicó ella—. Lo que yo vi es que me sacasteis de Madrid a toda velocidad, me apartasteis de mis amigos y ahora queréis convertirme en otra persona. Eso es lo que veo. Y, la verdad, preferiría que los que dices que nos seguían nos hubieran alcanzado.
Óscar fue a decir algo, pero se contuvo.
Sophie regresó, tomó a Clara de la mano y se la llevó a la cocina. Preparó una infusión aromática y la sirvió en dos tazas. Olía maravillosamente bien, a regaliz y frutas silvestres.
La joven tomó un sorbo y una lágrima amenazó con rodar por sus mejillas.
—Escúchame, Clara —empezó Sophie, dando pequeños sorbitos a la hirviente bebida—. Tu familia es muy importante. No porque sea rica o poderosa, sino porque tiene un deber transmitido de generación en generación. Et para conseguir cumplir ese deber, ha tenido que cambiar a menudo de identidad. Tú eres una Riglos, como tu padre lo era y lo es tu tío, pero ese apellido no puede usarse fuera de estos muros. Tu abuelo lo cambió por Carrasco hace largo tiempo y ahora tú vas a tener que cambiarlo de nuevo. Los que persiguen a tu familia rastrean cualquier señal para encontraros. Y cuando dan con una pista, sucede lo que pasó en tu instituto; ellos asesinan.
Clara se hubiera estremecido, pero estaba ya cansada de tantas historias rocambolescas. Lo único que quería era que le dejaran en paz.
—Hasta la muerte de tus padres —siguió contando Sophie—, tu tío estaba convencido de que había conseguido despistarles. Mas ahora esclaro que os siguen. Por eso tenéis que cambiar de aspecto y de nombre. Por eso tenéis que iros a otro sitio donde poder empezar una vida nueva sin que nadie os conozca.
—Mi vida estaba bien —gruñó Clara—. No sé por qué tengo que empezar otra. No veo qué tiene que ver todo eso conmigo.
—Eres la sobrina de Gabriel y eso te convierte en una forma de llegar a él —respondió, paciente, Sophie—. Quizá aún no sepan que sois los verdaderos Riglos. Pero sí que estáis relacionados con ellos. Y eso es más de lo que han tenido en los últimos años. Si te atrapan, nada les impedirá utilizarte para chantajear a tu tío. Y créeme, él daría su vida con tal de salvar la tuya.
—Sí, seguro…
—No lo dudes, Clara. —La voz de Sophie sonó firme—. Gabriel hubiera podido seguir oculto y desentenderse de ti, mais no lo hizo. Gabriel te quiere. Y ha estado siempre a tu lado, aunque tú no lo notaras.
A Clara le parecía todo tan retorcido y delirante que ni siquiera preguntó qué quería decir Sophie con esa última frase.
—Vale. Resulta que me tengo que cambiar de casa, de ciudad, de amigos, de pelo, de ropa y de nombre. Y encima tendré que dar las gracias…
—Lo siento. Sé que ahora es difícil que me creas, mas esta es la única solución posible, de momento. Si te hubieras quedado en Madrid…
—Ahora sería feliz.
—No. Lo más probable es que estuvieras muerta.
Sophie hablaba en serio, sin duda. Sin embargo, eso no encajaba con la historia que le estaba contando. ¿Por qué iban a querer matarla si su tío era el objetivo? ¿Le ocultaban algo o es que ni siquiera habían conseguido inventarse una película en condiciones? Ese argumento hacía aguas por todas partes. Las conspiraciones, las familias marcadas con un destino y las sectas molaban en televisión, no cuando te las cuentan unos alucinados. Pero era evidente que tanto su tío como esa mujer creían de verdad en lo que decían. Eso les convertía en gente peligrosa; había visto las suficientes pelis de sectas como para tener claro que los fanáticos cumplen sus amenazas, así que no pensaba replicar. Estaba en Francia, lejos de Madrid y de sus amigos. Si les llevaba la contraria, tal vez ella sería la siguiente en desaparecer. No le quedaba otra que aceptar ir de compras, cortarse el pelo y cambiarse el nombre.
—Aunque veo difícil que me acuerde del nuevo —ironizó.
—Es con eso que contábamos ya —replicó Sophie—. Hasta que te acostumbres, tendrás que llevar este amuleto al cuello.
Le mostró un hermoso colgante de plata con inscripciones rúnicas, tal vez íberas.
—Tu voz sonará incomprensible cuando tú intentes pronunciar tu viejo nombre —explicó—. Así no podrás darlo par error. Por supuesto, tu tío tendrá también el suyo.
La paranoia estaba alcanzando límites ridículos.
—¿Y tendré que decir abracadabra antes de usarlo? —preguntó, cínica.
—Mais no —contestó Sophie—, no es un amuleto mágico, aunque lo parezca.
—¿Y qué es, entonces?
Sophie se le acercó y le susurró al oído, como si le confesara un secreto muy íntimo:
—Es Alquimia.
1 ¡Ah, qué alegría! Hace mucho tiempo que no nos vemos, pero la familia Riglos siempre es bienvenida!
2 Sí, mucho tiempo. ¿Veinte años, quizá?
3 Ni hablar. Veinticinco, como poco.
4 Tienes que decírselo. Ya sé que no tiene más que quince años. Pero es su destino, su vida, sus riesgos…
5 La llevaré a su habitación. ¿Dónde…?
6 Abajo, en la habitación de tu abuela. Me acuerdo mucho de ella. ¡Qué guapa era…! Y Clara tiene sus ojos. Como un bosque en otoño.