Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 30
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ОглавлениеClara se despertó más despejada. El aroma dulzón de los croissants parecía susurrarle que el mundo también podía ser un lugar amable. Clara se lanzó a comer con apetito el desayuno que Sophie le había preparado. La dueña de la casa le contó su plan: relax, paseos y diversión, las dos solas. Óscar y Gabriel se quedarían en la casa.
Visitaron el castillo y comieron en el restaurante del museo. De cuando en cuando, Sophie se paraba a hablar con los transeúntes, que recordaban con nostalgia los tiempos en que su pequeño hotel aún funcionaba. Y ella siempre tenía una sonrisa amable, presentando a Clara como une parente venue d’Espagne.7
Clara intentó decir «Carrasco» alguna que otra vez a lo largo de la tarde, solo para comprobar que las propiedades del colgante eran reales. Dijera Sophie lo que dijera, eso era magia.
—No lo es —había perjurado Sophie por enésima vez, mientras paseaban por el parque del castillo. Era increíble lo rápido que esa mujer recuperaba el dominio del castellano. Ahora, solo de cuando en cuando se colaban giros franceses en su discurso—. La Alquimia no se basa en oraciones ni en invocaciones, ni en la acción de un ente superior sobre la materia, sino en seguir un método modificado y perfeccionado a lo largo de siglos. Es el origen de la ciencia moderna, que se asienta sobre nuestras bases. El método científico no existiría más de no haber existido primero los alquimistas. La ciencia es la versión materialista de la alquimia, el método sin la filosofía. De hecho, la palabra «química» viene de la palabra árabe alkímya. Aunque los resultados te parezcan cosa de magia, no lo son. Si la gente del siglo XIX viera de pronto un móvil, o un ordenador de hoy en día, también pensaría que es magia. Pero tú lo sabes: es tecnología.
«Lo que tú digas —pensó Clara—. Pero eso es magia, lo llames como lo llames».
Esa noche fueron a ver una función de ballet. Clara revivió sus clases de danza viendo a los bailarines evolucionar como sin peso en el escenario. Recordó las lesiones que le obligaron a dejarlas e imaginó lo distinta que hubiera sido su vida si… La verdad es que todavía le gustaba bailar. A veces disfrutaba, a solas, repitiendo los ejercicios que había practicado tantas veces en las clases de danza y aún era capaz de hacer un spagat.
El espectáculo terminó y las dos volvieron a la casa en el viejo coche de Sophie.
—Sophie —preguntó Clara, cuando entraron en el salón—. ¿Podrías dejar que me conectara a internet?
Sophie suspiró antes de contestar.
—Clara, por mí sería muy fácil decirte que tu tío no me deja y cargarle toda la responsabilidad. Pero la verdad es que es peligroso. Para ti, para nosotros… cualquier contacto con tus amigos ahora revelaría a los que os persiguen dónde te encuentras. Y eso sería terrible. Quizá mortal. No puedo. Lo siento.
—Los echo de menos —replicó, suplicante.
—Ya te lo dije. Si todo va bien, volverás a verlos muy pronto.
Clara comprendió que no conseguiría nada y dejó de insistir. Por ahora. Lo volvería a intentar más adelante.