Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 37
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ОглавлениеBruno Candial había dormido en Ismara. Desde los ataques de la Hermandad, cada vez lo hacía más a menudo. Siempre se había sentido más seguro en Ismara que en la superficie, pero ahora no era una cuestión de percepción. La superficie era peligrosa. Bruno era de la vieja guardia, de los pocos que aún se negaban a rodearse de electromagnetismo, módems, routers y todos esos aparatos modernos. Que le dieran un buen par de legajos, oliendo a polvo y ácaros, algo tangible, y lo verían disfrutar.
A las cinco encendía el fuego en su tahona, una de las pocas panaderías con horno de leña que quedaban en Bosca, y allí se dirigía cuando vio a Antoine salir de la Biblioteca de Ismara. Bruno observó cómo miraba a uno y otro lado antes de dirigirse a una de las salidas. Le pareció que no quería ser visto, y él mismo se ocultó. No era una hora habitual y ese comportamiento era sospechoso. Habían empezado a correr rumores insistentes sobre la presencia de un topo en la Societas, y no tenía ninguna intención de acabar con la cabeza separada del cuerpo. Esperó a que Antoine saliera de Ismara y, minutos después, hizo lo mismo.
Cuando Natalia acudió, como todos los días, a comprarle el pan, lo comentó con ella. Pero Natalia le restó importancia. Antoine estaba investigando la historia de los Riglos y su relación con Ramyr. Era normal que estuviera en la Biblioteca. Y en cuanto a la hora… ¿cuántas veces no se habían quedado ellos estudiando o leyendo hasta la madrugada?
Mientras Natalia salía de la panadería, Bruno se preguntó si no sería oportuno hablarle a Antoine de los libros del reservorio, que Gabriel descubrió y sirvieron para deducir que su sobrina podía ser el instrumento que estaban esperando. ¿Quién los tenía ahora? Había sido una investigación complicada, trabajando cada uno por su lado, unos en Ismara, otros en Bosca, o en Francia… ¿Seguían los libros en la Biblioteca o se los había quedado alguno de los investigadores? Natalia, Gabriel, Sophie… Sophie era como una madre para Antoine. Si los tenía ella, Antoine habría podido consultarlos. ¿Óscar…? Tal vez. O Mónica, aunque, desde que era alcaldesa, sus trabajos como investigadora estaban un poco estancados. Los libros se habían repartido entre ellos, de eso estaba seguro, pero juraría que se devolvieron al reservorio. Cuando volviera a ver a Antoine, se lo comentaría.