Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 36

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—No me has invitado —dijo Daniel, molesto. Clara no contestó. Su fiesta era la comidilla del instituto y ella aún no había decidido si le gustaba o no ser el centro de atención hasta ese punto.

—No —le contestó Nuria—. Ni lo hará. No queremos imbéciles que solo buscan una cosa.

—Vale —replicó Daniel, despectivo—, pero ¿por qué no dejas que me conteste ella? No me gusta tu voz.

—Ya la has oído. —Esta vez sí era Clara—. No te he invitado porque no quiero que vengas.

Daniel acusó el golpe.

—Te equivocas conmigo —alegó—. Entendiste mal lo que te dije. Me gustaría que me dieras la oportunidad de probarte que no soy el capullo que todos creéis que soy. Lástima. Pensé que tú y yo teníamos mucho en común.

—Sí, el instituto y un cromosoma X —se burló Nuria, emocionada por poder meter «cromosoma X» en una frase.

Clara sonrió; Daniel también esbozó una mueca amarga y se dio media vuelta, resignado. A Clara le podían los cachorrillos mojados con mirada triste y estuvo a punto de pararle, pero Nuria la agarró del brazo y musitó: «Ni se te ocurra».

Clara se lo agradeció. Aunque a veces Nuria podía ser un poco dictadora, lo cierto es que sin ella no hubiera podido sobrevivir en Bosca. Sin ella y sin Inés. Eran como mosqueteras, todas para una y una para todas. Y en la preparación de la fiesta se encontraron con su D’Artagnan: Ana, una chica de la edad de Clara que estaba en el equipo local de Gimnasia Rítmica. Inés la había conocido en los ensayos de la función de Navidad, y cuando la presentó en el grupo, congeniaron enseguida. Las tres le ayudaban en lo que podían (o en lo que Gabriel les dejaba, porque no tenían permitido entrar en el local) y gracias a ellas Clara estaba consiguiendo disfrutar un poco de los preliminares.

La semana se convirtió en un no parar de imprimir invitaciones, elegir decoraciones y hacer collares, esto último a cargo de Óscar y Gabriel. Con tanto movimiento, a Clara casi se le había olvidado que quería conectarse a internet.

Casi.

Durante los desplazamientos al salón donde se iba a celebrar la fiesta, había localizado un cibercafé en una calle cercana. Como Gabriel se negaba a que los amigos de Clara le ayudaran dentro del local, siempre iba allí sola. Y en uno de los viajes, aprovechando que ni Gabriel ni Óscar venían con ella, entró en el establecimiento, pagó la tarifa mínima y se sentó, al fondo, frente a un ordenador. Suspiró un momento antes de entrar en su cuenta de Facebook. Introdujo su email: ccarrasco789@hotmail.es…

O lo intentó, porque cuando intentaba escribir «Carrasco», en la pantalla aparecían otros caracteres. Menuda mierda el amuleto ese.

Se lo quitó; nada. Lo guardó en el bolsillo; nada. Le pidió a la chica que atendía el Cíber que se lo guardara…; nada. Debía tener un radio de acción enorme.

Tendría que abrir una nueva cuenta de correo.

Al cabo de un rato la tenía configurada: csanchez789@hotmail.es (cuanto más se pareciera a su correo antiguo, más fácil sería que supieran quién era). Ya podía crear una cuenta de Facebook con su nuevo nombre. Intentó usar la cámara del ordenador para hacerse una foto, pero solo obtuvo una masa de colores remotamente humanos en donde debía estar la cara. Lo intentó un par de veces más, sin éxito. La computadora debía estar estropeada. Pues sin foto, qué demonios. Abrió su cuaderno de notas, dispuesta a enviarle un correo a Adolfo… Y entonces se dio cuenta de que con el apellido cambiado y sin una foto iba a ser difícil que la reconocieran.

Cuando estaba dándole vueltas a la solución del problema, miró por la ventana y vio a su tío dirigirse al local del cumpleaños. Se levantó a toda prisa y salió corriendo; tenía que llegar antes que él o se acabarían las escapadas sorpresa. Evitó el recorrido que seguía Gabriel, metiéndose por calles secundarias, y logró entrar en el local segundos antes de que su tío llegara.

Al menos ya tenía configurada la cuenta. La próxima vez, la usaría.

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