Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 29
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ОглавлениеClara no podía esperar a llegar a Pau. Todo el viaje estuvo pensando cómo pedirle a Sophie, con su mejor cara de niña buena, que le dejara conectarse un rato a internet para mandar un mensaje a Adolfo y, de paso, entrar también en su cuenta de Facebook y hablar con sus amigos.
Pero al llegar a la casa, Óscar y Gabriel cambiaron inmediatamente todas las compras de coche.
—¿No nos vamos a quedar? —preguntó Clara.
—No —contestó Gabriel—. Salimos en media hora. Quiero que lleguemos cuanto antes a nuestra nueva casa.
—Pero es ya muy tarde, ¿no? —insistió, consciente de que, fueran a donde fueran, sin la ayuda de Sophie ni en sueños podría conectarse a internet—. Por poco que dure el viaje, no llegaremos hasta la madrugada.
—No te preocupes por eso —replicó Óscar.
Sophie le trajo el colgante de plata con las runas íberas que le había mostrado esa mañana.
—Deberías ponértelo —le dijo.
Clara estaba enfadada. Nada estaba saliendo como ella quería. Todo el mundo podía opinar sobre su vida y ahora tenía que ponerse un colgante absurdo que le impediría decir su apellido. Y entonces tuvo una idea. Esa comedura de tarro era bien fácil de desarmar.
Se puso el amuleto al cuello con aire desafiante. Ahora les demostraría que todo eso de la alquimia era una estupidez alucinatoria. Y también se probaría a sí misma que lo de sus propios poderes era pura psicosis. Pronunciaría su nombre y quedaría claro el grado de delirio de los alquimistas, de esa mujer, de ella misma.
—Clara Crosdodfajant —dijo. Vaya, se le había trabado la lengua.
Lo intentó de nuevo:
—Clara Crisodanitx. —¿Otra vez? Volvió a insistir—: Cisrudgadfa… Claslkdjaot… Chustireated…
Era imposible. Cada vez que intentaba decir «Carrasco», la lengua se le trababa.
—¿E…es magia? —preguntó, asombrada.
Sophie la miró, sin decir nada, negando con la cabeza. Clara sintió cómo una desazón amarga reptaba con lentitud para instalarse dentro de su cabeza. Su culpabilidad había encontrado la certeza que buscaba. La magia existía, luego era su solo deseo el que había provocado la muerte de sus padres. Gruesos lagrimones empezaron a caer por sus mejillas.
—Ma petite. —Sophie la abrazó—. ¿Qué te pasa, mi niña?
Clara solo lloraba. ¿Cómo podía contarle lo que le estaba carcomiendo? ¿Cómo explicarle quién era de verdad? No. Tenía que soportar el dolor ella sola. Ni siquiera tenía derecho al perdón.
—Estarás bien, cariño —le decía con ternura Sophie—. Te lo prometo.
Óscar se acercó para decir que el coche ya estaba preparado, pero se detuvo al verlas abrazadas. Volvió hacia donde estaba Gabriel y habló con él en voz baja.
Clara se calmaba frente a una infusión caliente. Sophie la miraba con ternura y Gabriel esperaba en silencio. Habían hablado largo rato y al final habían decidido que Pau seguía siendo un lugar seguro y podían esperar a que terminara el puente de la Constitución para que Clara empezara en su nuevo instituto.
Clara los miraba pensando que no habían entendido nada. Pero tampoco le importaba. Tal vez mañana fuera capaz de apreciar las posibilidades que tenía quedarse unos días más junto a Sophie. Pero ahora solo podía sentirse miserable, como no se había sentido desde el entierro de sus padres. Solo quería dormir; dormir y no despertar jamás.
Entre tanto, una fina nevada empezaba a cubrir de blanco la ciudad.