Читать книгу La Biblioteca de Ismara - Javier L. Ibarz - Страница 28

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—No. Que no la sigan. El localizador no funcionará mientras se mueva, pero en cuanto se quede quieta, será cuestión de horas. Seguro que la llevan a una casa franca, pero tendrá que salir, sentarse, ir al instituto, pasear. Volverá a estar quieta el tiempo suficiente y entonces sabremos a dónde han ido. Vamos a permitirnos el lujo de ser pacientes.

Adolfo colgó el teléfono. Le molestaba utilizar esa tecnología, pero había que reconocer que era útil para comunicarse con los simpatizantes. No volverían a fastidiarla. Y si lo hacían, él no sería quien cargara con las consecuencias.

Se acercó a la puerta trasera de su monovolumen y dio unos leves toquecillos en la ventana. Una bestia se lanzó con los ojos encendidos y las fauces abiertas contra el cristal, hasta que vio el rostro de Adolfo. Entonces se calmó.

El profesor entró en la furgoneta y salió en dirección a la vieja frontera con España.

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