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PRÓLOGO COVID-19(84) Leonardo Facco
ОглавлениеVivo en Treviglio, provincia de Bérgamo. En un radio de 50 km de mi casa, han muerto la mitad de las personas oficialmente fallecidas por COVID-19 en toda Italia. Entre ellos, hay dos primos míos y cuatro amigos de la familia. A pesar de todo esto, nunca he creído en la narración que el Estado ha utilizado desde finales de enero, cuando comenzó oficialmente la pandemia, aunque el documento del gobierno sólo lo hemos descubierto mes y medio después.
La provincia de Bérgamo (sobre todo la Val Seriana, un área muy productiva) se considera el epicentro mundial de las muertes por Coronavirus. Si en Italia, a finales de mayo, el porcentaje entre muertos e infectados era de más del 13%, en la zona donde vivo era por lo menos el doble.
Sin embargo, la historia oficial de la pandemia no se corresponde con la realidad, que por fin comienza a emerger con fuerza. Durante más de dos meses, el Estado italiano ha aterrorizado y encerrado a 60 millones de personas. Que haya habido muertos no está en duda, pero que la mayoría de ellos no hayan fallecido por el virus, sino por las terapias equivocadas que se han utilizado, es ahora una certeza.
Lo que sucedió en Bérgamo en particular, pero me temo que también en otros lugares del mundo (como escribí en la investigación de mi último libro dedicado al Coronavirus), es que estamos frente a una verdadera masacre estatal, no causada por la incompetencia de los médicos (los han dejado sin informaciones por mucho tiempo), sino inducida por la profilaxis y las decisiones equivocadas del servicio de salud pública y los diagnósticos aproximativos de virólogos politizados.
Como explica detalladamente Javier Milei en este libro (entre aquellos que han mantenido la cabeza fría, evitando ser afectados por el pánico), los números de esta “nueva Peste Negra” ¡no dan! Y que algo no tenía sentido en toda esta historia aterradora a mi –y a mi grupo de investigación– me pareció tan claro desde la mitad del mes de marzo.
La certeza que hoy tengo es que las cifras dadas –especialmente durante la emergencia– están bien lejos de ser exactas. Habrá que volver a analizarlas a finales de año y sólo entonces, tal vez, sabremos lo que realmente ocurrió y por qué se han atribuido muchas muertes al COVID-19 que, en realidad, deberían atribuirse a muchas otras enfermedades.
El 14 de mayo pasado, a confirmación de que el número de infectados (además del número de muertos) estaba absolutamente fuera de control y casi inventado, llegaron tres encuestas de la agencia estadística “Doxa”, realizadas en toda Italia sobre los síntomas relacionados con el COVID-19 y coordinadas por la Universidad Estatal de Milán.
Siempre en mayo, el Presidente del Colegio de Médicos de la región Liguria, en una entrevista a una pequeña emisora de televisión, hizo algunas declaraciones lapidarias: “Hay un problema que concierne a todo nuestro país –dijo Alessandro Bonsignore– relacionado con el hecho de que se ha decidido incluir en el número de muertes por Coronavirus todos los casos de aquellos que fueron encontrados positivos por COVID-19, durante su vida o incluso post-mortem”. Y continúa: “Estamos prácticamente reduciendo a cero la tasa de mortalidad por cualquier patología natural que se hubiera producido incluso en ausencia del virus. Les digo esto con pleno conocimiento de causa, trabajando en lo que es el Instituto de Medicina Forense de la Universidad de Génova donde contamos que las muertes por patologías ‘no-covid’ han prácticamente desaparecido en la morgue de nuestra ciudad”.
¿Les parece normal que en esa Región, según lo que dice el doctor Bonsignore, nadie haya muerto por infarto, cardiopatía isquémica y accidentes cerebrovascular, cáncer, diabetes mellitus, enfermedades diarreicas, enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia, cuando –cada año– estas se consideran entre la diez primeras causas de muerte en el mundo?
Además, la pregunta que ningún periodista italiano, entre los que se han dedicado a aterrorizar a la gente, se ha hecho es esta: ¿Por qué no se hicieron autopsias en Italia desde el principio? ¿Por qué se enviaron los cadáveres inmediatamente a las cremaciones, privando así a los expertos de los elementos cognitivos fundamentales?
Simple: ¡las autopsias no se realizaron porque así fue dispuesto y comunicado desde el Ministerio de Salud (sólo un juez podría haberlas solicitado)!
Una decisión que suena increíble y que condujo directamente a la catástrofe, con anexos varios.
Si en Bérgamo los muertos han empezado a reducirse, es sólo porque algunos anatomopatólogos, yendo en contra de las indicaciones del gobierno, han decidido hacer autopsias para buscar las razones por las que el virus había llevado a la muerte tanta gente hospitalizada en terapia intensiva y tratada con oxígeno.
“Decidimos empezar a hacer autopsias en dos, la primera el 23 de marzo, yo y mi colega Aurelio Sonzogni, dejando fuera al resto del personal, por razones de procedimiento”. Así explicó el doctor Andrea Gianatti. Los exámenes de las autopsias se sucedieron uno tras otro, con una cifra que comenzó a ser constante: “Más pacientes habían muerto de trombosis, un evento que a menudo ocurría después de la fase más aguda de la neumonía, es decir, después de los síntomas más típicos causados por el Coronavirus. La teoría más creíble, hoy en día, vinculada a este descubrimiento, es que el virus ataca ciertos receptores que se encuentran a lo largo de los vasos sanguíneos y ponen en marcha una serie de efectos que a partir de cierto momento pueden ser letales”.
Prácticamente, hasta aquel entonces lo que pasaba era que entubar a los pacientes hospitalizados en terapia intensiva significaba llevarlos hacia la muerte en lugar de aliviar el problema y curarlos.
Sin embargo, ¡la cura existía!
Más de un científico, de los que la prensa ha dejado voluntariamente al margen del debate mediático, ha tratado de desmantelar, con calma y argumentos, las catastróficas y apocalípticas tesis a favor de el Lock down (cuarentena), tan amada por los fanáticos y partidarios de la hipótesis que el Coronavirus representaba la “reencarnación de la Peste Negra de los años Treinta del siglo XIV” o de la tremenda “Fiebre Española” de 1918-1920. Entre ellos Giulio Tarro (alumno de Sabin), Didier Raoult (según el índice Hirsch el mejor virólogo del mundo), el Dr. Samuele Ceruti (jefe de reanimación del hospital de Lugano), pero también médicos generales de buen sentido común como Carlo Alberto Zaccagna, Riccardo Szumski y muchos otros con los cuales he personalmente hablado, tanto en Italia como en Europa y en América.
Además, es emblemático el oscurecimiento de quienes, experimentando en el campo y utilizando técnicas médicas probadas y medicamentos a precios muy populares (antivirales, cortisona, hidroxicloroquina y heparina), han encontrado tratamientos capaces de salvar la vida de miles y miles de pacientes afectados por Coronavirus, evitando tanto la oxigenación forzada como la entubación.
Por si fuera poco, no se dio voz absolutamente a quienes advirtieron, en los primeros días de febrero, a la “Comisión Gubernamental de Expertos” que el virus ya estaba circulando en Italia desde octubre del año pasado y que una gran parte de la población ya estaba infectada, como sucede todos los años con la gripe estacional y que –siempre todos los años– lleva a la muerte entre 12.000 y 15.000 italianos ancianos afectados por múltiples enfermedades (en el año 2017 hasta hubo un exceso de muertos por gripe, que ha llevado el número de los fallecidos a más de 28.000 personas, sin que nadie haya sido encerrado por cuarentena, sin que nadie haya sido aterrorizado y ¡sin que el gobierno haya bloqueado el sistema productivo!).
Entre ellos, el doctor Pasquale Bacco, especialista en medicina legal, docente universitario, que entre muchas advertencias dijo claro a un blogger muy famoso una cosa que no podía gustarle a los políticos que estaban “manejando” la pandemia: “Este virus es un virus extremadamente trivial, que no tiene la capacidad de matar a personas que no tienen ya condiciones especiales”.
Las anécdotas que podría enumerar sobre el manejo criminal de la epidemia por parte de la clase política italiana serían muchísimas, pero si escribí un libro de 400 páginas sobre lo que sucedió en Italia es sólo porque tuve una intuición cuando me puse a analizar la avalancha de noticias que sólo servían a impulsar el miedo en la población.
A finales de febrero, me pregunté: “¿No será este Coronavirus una excusa para crear un experimento socio-económico sin precedentes? ¿No será el COVID-19 la excusa perfecta para permitirle avanzar a la única, y real, pandemia mundial, es decir el socialismo?”.
Toda revolución socialista necesita una narración cuyo propósito principal es exaltar el valor supremo, legitimar la renuncia a la libertad, denigrar a los enemigos y alimentar el terror. Esto es exactamente lo que el cuento dominante está haciendo ahora mismo, gracias al trabajo incansable de la mayoría de los medios de comunicación con el virus.
En cada revolución el ídolo no es realmente un ídolo a menos que requiera sacrificio. Y el sacrificio que de hace meses se pide a todos nosotros es renunciar a porciones cada vez mayores de libertad y derechos, empobreciéndonos, perdiendo el empleo o teniendo un trabajo más precario.
Lo que pienso es que con el COVID-19 estamos (como ha pasado en otros casos del pasado) dentro del más clásico marco revolucionario.
Todas las revoluciones (pensemos en la China maoísta, en la Rusia soviética, en la Cuba de Fidel Castro, en el Chile de Allende, en el Venezuela de Chávez), mientras esperan la palingénesis revolucionaria, garantizan una sola cosa: el aumento de la pobreza, tanto que bien podemos decir que la pobreza es un sello de la revolución. Y el empobrecimiento de la clase media es particularmente evidente con esta pandemia. Si la clase media se empobrece, pueden estar seguros de que una revolución está en marcha.
Como en todas las revoluciones, también en ésta que estamos experimentando a través de la democracia, están los guardianes (espías asustados por el virus y llamados a controlar los que no obedecen a la cuarentena).
La revolución, para ejercer mejor el control y la represión de la disidencia, necesita introducir signos de reconocimiento, y en nuestro caso ese signo es la mascarilla que nos obligan a utilizar. Quien la lleva es aceptado y puede ser parte del sistema, quien no la lleva, o la lleva menos, es el contrarrevolucionario, el reaccionario, por lo tanto el enemigo.
Como escribió el periodista Aldo Maria Valli, “El conformismo y la delación son una función de la cohesión revolucionaria basada en el terror. Y todo verdadero revolucionario sabe que, después de todo, no es más que un organizador del terror, como explicó claramente Feliks Ėdmundovič Dzeržinskij, el primer director de la Čeka, la policía secreta soviética, cuando dijo: ‘Estamos a favor del terror organizado’”.
No hace falta recordar que la revolución necesita a sus periodistas y cantantes, y en esta pandemia los hemos visto montados todo el tiempo en las tarimas. Desde febrero, en Europa, los periodistas y los intelectuales han trabajado para amplificar el terror, para reforzar el relato que quiere que la revolución se cumpla, explicándonos que “después del COVID nada será más como antes” o que –como los peores ambientalista ideológicos en estilo Greta Thunberg– “lo que nos ha pasado nos impone pensar al decrecimiento feliz”.
Han presentado a los disidentes como enemigos peligrosos que, como tales, sólo pueden merecer desprecio y deben ser excluidos de la asamblea social.
Como todas las verdaderas revoluciones, esta también ha puesto a la Iglesia y su libertad en la mira: en Italia han prohibido las misas y hasta los funerales, y Papa Bergoglio no ha opuesto resistencia. La novedad –y esto me parece serio– es que la propia Iglesia en general (con raras excepciones) ha colaborado con los revolucionarios y ha demostrado que quiere ser más realista que el rey.
Y aquí, con respecto a los que, en lugar de defender la libertad, están con los revolucionarios, no podemos olvidar la categoría de los idiotas útiles, otro elemento característico de toda verdadera revolución.
Frente a este avance en estilo militar de la revolución, lo digo con un poco de angustia, he visto multiplicarse los idiotas útiles (una expresión atribuida a Lenin) que en lugar de denunciar la pérdida de las libertades han obedecido como ovejas a las imposiciones gubernamentales en lugar de desenmascarar el proceso ideológico, político, social y económico que se esconde detrás de un pandemia manipulada.
Termino con las palabras de un amigo, y con las de un gran individualista del pasado. Giacomo Zucco, uno de los bitcoiners más influyentes al mundo, me ha dicho que “La pandemia más terrible, devastadora y mortal es la del fanatismo estatista, que contradice toda la evidencia empírica, racional y moral. El terrible virus COVID-1984”.
Lysander Spooner, extraordinario ejemplo de libertad en los Estados Unidos del Siglo XIX, escribió: “Toda la legislación del mundo se ha originado básicamente del deseo de una clase de personas de saquear y subyugar a sus congéneres, y de poseerlos como si fueran una propiedad”.
Estoy convencido de que leyendo el libro de Javier Milei todos ustedes se darán cuenta que no hay razón alguna para transformarse en esclavos de la “salud pública”, de la leyes impuestas a su favor, de que el Estado sea la solución para salir de cualquier emergencia.