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Por qué nos equivocamos tanto

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Algunos, frente a la magnitud de este descalabro, preguntan: ¿quién se beneficia con todo esto? ¿Puede haber sido intencional? A riesgo de parecer ingenuo, debo decir que no creo en teorías conspirativas. Sin duda hubo negligencias; sin duda, también, fue deplorable que la Organización Mundial de la Salud tapara lo que sucedía en China. También es cierto que China operó de manera muy fuerte contra los países que denunciaron tempranamente ese ocultamiento. Dicho esto, descreo de una conspiración mundial, aunque una vez que tomó curso el modelo de cuarentena impulsado por la OMS, muchos políticos vieron la posibilidad de avanzar en soluciones colectivistas reduciendo libertades a los individuos incrementando su poder político mediante el impulso de un Estado presente.

Los gobiernos tomaron sus decisiones cruciales respecto del COVID-19 asesorados únicamente por médicos. Y la lógica bajo la cual operan los médicos tiene sus límites, ya que suelen tener problemas en diferenciar un caso de equilibrio parcial con uno de tipo general. Supongamos que yo consulto al médico por un problema de salud. El médico me ordena treinta días de reposo. Desde su lógica, el único factor que hay que contemplar son los beneficios del reposo para mi cuerpo. Ahora bien, incluso si tengo un trabajo formal, con todos los mecanismos que me protegen, estar sin trabajar supone un problema. ¿Qué queda, entonces, para los que trabajan en el mercado informal? No trabajar por treinta días puede significar morirse de hambre.

Ahí es cuando se vuelve fundamental diferenciar entre equilibrio parcial y equilibrio general. Dentro de un equilibrio parcial, el que no trabaja podría pedirle ayuda a sus padres, a sus amigos, a su vecino. O podría usar parte de sus ahorros y sobrevivir. Recomendar una cuarentena, entonces, puede ser relativamente válido en lo que se refiere al equilibrio parcial. Pero en términos de equilibrio general esto conduce a un caos. Porque en una cuarentena, aquellos que podrían ayudar a quien no trabaja –su familia, sus amigos o su vecino– tienen el mismo problema. ¿Qué pasa entonces? Lo que estamos viviendo: un desastre.

Otro aspecto que los médicos entienden mal es el orden de magnitudes. Vuelvo al conteo de los muertos por Coronavirus: en Argentina, en agosto de 2020, eran cerca de 5.000. Si uno extrapola esa cifra a la muerte de una persona querida y multiplica ese dolor por 5.000, es obvio que sentirá pánico. Por no mencionar las cifras de muertes en el mundo. Ahora bien, ¿cuántas personas mueren por día, en condiciones normales, en la Argentina? En promedio son 1.000 personas. Así que la situación, puesta en perspectiva, es la siguiente: en 150 días murieron 5.000 personas de Coronavirus. Pero en ese mismo lapso murieron 150.000 por otras causas. Éste es el orden de magnitudes.

También hay grandes problemas en la comprensión matemática de la lógica del virus. En la primera parte de este libro propongo un modelo que se llama SIR. Fue desarrollado a mediados del siglo XX por un bioquímico y un militar. La sigla corresponde a Susceptibles, Infectados y Removidos. Los primeros son el total de la población, salvo que haya una vacuna y elimine a una parte de susceptibles, o que haya inmunidad en un determinado grupo. El virus ataca a los susceptibles. Después están los que efectivamente se infectan. La cantidad de infectados está determinada por los susceptibles que se infectaron menos los removidos, que son los infectados que se curaron o que murieron. En determinado momento, los infectados crecen por la cantidad de infecciones, pero decrecen por la cantidad de removidos. Cuando esa ecuación es positiva, se está infectando más gente de la que se remueve; cuando es negativa, los removidos superan a los nuevos infectados. Con el tiempo, la cantidad de susceptibles disminuye. Es decir que, si bien al principio el crecimiento de casos es exponencial, necesariamente se llega a un pico de casos después del cual las infecciones decrecen. Eso ocurre cuando la tasa a la cual se infectan los susceptibles no alcanza a compensar la salida por remoción. Esto significa que los contagios, aun en el peor de los casos, siempre terminan por decrecer.

Por supuesto, se debe tratar de minimizar el contagio mediante la higiene: lavarse las manos, usar alcohol en gel, mantener el distanciamiento social, usar barbijo. Todo eso no cambia lo contagioso del virus, pero sí baja la probabilidad de contagio. También hay que hacer testeos masivos para detectar tempranamente a los infectados y sacarlos de la calle, igual que a las personas que son grupo de riesgo. Así se reduce la cantidad de susceptibles. La estrategia óptima es: testeos masivos, cuarentena para infectados y grupos de riesgo. Esto bastaba –como lo mostró el caso de países como Hong Kong, Singapur, Nueva Zelanda, Australia, Suiza y hasta los casos de Suecia y Alemania o, sin ir más lejos, Uruguay– para achatar la curva de infecciones y evitar que el sistema hospitalario colapsara.

El error, el catastrófico error, fue poner en cuarentena a todo el mundo.

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