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VII

—Creo que sí—sollozó—, no lo sé. No sé nada de ellos desde hace más de quince años. Pueden estar muertos, desaparecidos o en alguna de las siniestras cárceles que aún hay, como Dar al Muqri o Darb Mulay Sharif, aunque nunca oirás hablar de ellas. Quién entra ahí no sale, ni vivo ni muerto. Sencillamente desaparece—cogió aire y añadió con tono afligido—, y ahora prepárate tal vez para lo peor.

Ilhem estaba anonadada, tenía que digerir todo lo escuchado. Toda su vida había cambiado en un momento, no era quién creía que era, le parecía que el mundo desaparecería bajo sus pies. Tal vez no era ni su abuela.

La mujer continuó:

—Yo trabajaba en casa de la familia Yousufi, me acogieron después de que bombardearan el Rif. Lo había perdido todo, familia incluida. Me salvé porque estaba en Casablanca, estudiando en la universidad. Y les estaré eternamente agradecida. Mi lealtad hacia ellos hizo que me confiaran a su hija para que la cuidara como si fuera mía. Gracias a sus contactos políticos de alto nivel, pudieron cambiar mi nombre y también el de la chiquilla y me la entregaron esperando tiempos mejores en los que pudieran recuperarla. Circunstancia que nunca ha llegado, ni creo que llegue. Supongo que ya habrás comprendido que esa niña eres tú. Tus padres sabían que, si permanecías con ellos, acabarías encarcelada, torturada y muerta, igual que la hija de Mohammed Lahrizi. Por eso se separaron de ti.

Ilhem no daba crédito a lo que oía. Le costaba respirar, se ahogaba en sus propios sollozos y no podía asimilar lo que le acababa de contar su abuela. Bueno, en realidad no era su abuela… Sí…, sí, que lo era. Tenía que serlo, necesitaba que lo fuera, era su única familia.

Estuvo mucho rato llorando abrazada a aquella mujer que le había dado una vida, que había compartido la suya con ella y que ahora, en un instante, se la quitaba. En ese momento supo que actualmente sus padres podían ser detenidos por traidores, que ella no era quien creía ser y que su abuela ni tan solo era de su familia. Por un momento se arrepintió de haber preguntado. Pero recapacitó y pensó que tarde o temprano lo habría averiguado, a menos que su abuela se hubiera muerto antes de contárselo. De todos modos, ahora ya no tenía remedio y tendría que afrontarlo de la mejor manera posible.

Se levantó, reprimió los sollozos como pudo, besó a su abuela y se fue a su habitación. Necesitaba digerir todo lo que había salido de los labios de aquella buena mujer.

—Voy a estar un tiempo en mi habitación, no vengas por favor. Ya saldré yo.

La mujer permaneció sentada en la cocina, sus manos temblaban y tenía problemas para mantener la compostura. Sabía que todo lo que le había contado era demasiado fuerte para su niña —para ella, siempre sería su niña—, comprendía perfectamente que debía asimilarlo e incorporarlo para volver a poder tener una vida mínimamente normal. En su fuero interno siempre supo que un día u otro se lo tendría que explicar, a menos que se muriera antes. “Cualquier momento es bueno para saber la verdad”, pensó. Pero era consciente de que tendría que pasar mucho tiempo para que Ilhem comprendiera un pasado que ni remotamente hubiera podido imaginar pocos instantes antes. Así que aceptó dejarla sola para que pasara el duelo de la mejor manera posible, a su manera. Su niña sabía que ella estaba allí para darle toda la ayuda y el apoyo que necesitara, pero ahora debía dejar que fuera ella la que dijera la primera palabra.

Desde hacía un rato Ilhem había dejado de llorar. Después de la tristeza vino el mal humor, que dio paso a una indignación creciente.

“¿Por qué tiene que pasarme esto a mí?”, se preguntó.

Inmediatamente, con su carácter analítico, recordó una de las clases de psicología aplicada a la empresa, en las que se exponían condicionantes de acciones y reacciones. Si las reacciones negativas son a causa de hechos efectuados por uno mismo, se debe buscar los motivos y evitarlos en el futuro. Pero, si dichas reacciones son los efectos de una causa imponderable, fuera de todo posible control personal o humano, jamás se debe intentar buscar en uno mismo justificación o argumento. Sencillamente se estaba en el lugar y en la hora equivocados. Frente a eso no había argumentación posible.

Decidió pues no preguntarse inutilidades, y empezó a buscar soluciones intentando encaminar, del mejor modo posible, su radical cambio de vida. Tendría, que valorar si intentaba encontrar a sus padres y el riesgo que ello le podría comportar. Para ello necesitaría saber su verdadero nombre para averiguar si estaban vivos o muertos. Esto sería fácil, su abuela se lo diría.

Pero, a partir de ahí, ¿qué podría hacer? Recordaba alguna noticia sobre un aniversario de la represión y arresto de miles de afiliados al UNFP, tal vez sus padres eran dos entre aquellos millares y… ¿si era así? ¿Cómo debería indagar estas posibles muertes sin delatarse? Tal vez, haciendo un trabajo de investigación como periodista… Sin embargo, tampoco tenía un título que le abriera las puertas. Y la censura no le habría permitido investigar y mucho menos publicar nada.

Intentaba ordenar todas estas reflexiones cuando de repente pensó en Hasan.

— ¿Es posible que aquel taxista sepa algo de mis padres? ¿Qué me había dicho? Ah sí, que me informara y cuando tuviera alguna información le llamara. ¿Qué diablos quería decir con eso?

Estaba componiendo una especie de puzle con todas estas deliberaciones cuando se dio cuenta de que hablaba sola.

— Me estoy volviendo loca. Tengo que recuperar la cordura. Así, no puedo continuar o voy a echar por la borda toda mi vida.

Pensó en llamar a Hasan, pero creyó que era mejor hacerlo una vez calmada. Primero debía volver a hablar con su abuela, dejar las cosas todo lo claro que pudiera. Al fin y al cabo, llamar a Hasan no dejaba de ser peligroso porque, en realidad, no sabía quién era. ¿Y si fuera de los servicios secretos marroquíes, que aún estuvieran buscando a sus padres? La DST10 no tenía buena fama, sus métodos aterrorizaban a cualquier persona que tuviera la desgracia de tener que vérselas con ellos, e Ilhem no era nadie para tener que lidiar con semejantes elementos. La tortura, arrestos sin juicio, desapariciones y cualquier otro método que atemorizara a la oposición, era válido para ellos. Era verdadero terrorismo de estado.

Salió de la habitación para ver a su abuela. Tenía que hablar con ella, contarle lo que le había pasado con Hasan, cómo lo había conocido y su insistencia por saber de sus padres.

—Mamá, ¿podemos hablar?

La mujer, que aún estaba en la cocina cuándo oyó a Ilhem, dejó lo que estaba haciendo y se giró para verle la cara. Vio que estaba mucho más tranquila y le dijo:

—Ven, siéntate junto a mí, por favor. Vamos a hablar de mujer a mujer, si quieres.

Ilhem se sentó a su lado.

— ¿Cómo te encuentras? Veo por tu aspecto que has digerido bastante bien todas las novedades de tu vida. Eres una mujer muy centrada, lo sabes, y como esto no te va a matar, te hará más fuerte.

Se sorprendió al oírla. ¿De dónde habría sacado aquella frase atribuida a Nietzsche?, pensó que su abuela era un manantial de misterio. Pero en seguida recordó que se salvó por estar en Casablanca, estudiando gracias a una beca. No era tan ignorante como intentaba parecer.

—Cada vez me parece conocerte menos. Me has contado una historia de mi vida de la que no tenía ni idea y ahora me sueltas una frase que no me hubiera imaginado que conocieras.

— ¡Ah, Ilhem! Qué sabrás tú de mí… Claro que sé quién era Nietzsche. He sido sólo tu abuela durante estos años, pero tengo muchos más secretos que ya conocerás. Para ti ahora soy solo tu abuela, tu madre y toda tu familia, nada más.

Aquella respuesta la dejó intranquila, pero ya tendría tiempo de volver sobre ella. Ahora, quería aclarar el tema que más le preocupaba.

—Vamos a ver, mamá. ¿Hay alguna posibilidad de saber si mis padres continúan vivos o han muerto? He pensado que tal vez haciendo un trabajo de investigación sobre la represión podría averiguar si siguen aún vivos. Bien libres, bien en cárceles secretas.

— ¿Y tú, que eres tan inteligente, me preguntas esto? ¿No ves que si son secretas nadie las va a reconocer nunca? No existen oficialmente y mejor que jamás se te ocurra acercarte a ellas.

Por un momento, Ilhem pensó que tenía razón. Si oficialmente no existían, ¿cómo iba a poder hablar de ellas? A menos que no la encerraran también como elemento peligroso para el régimen, no podría jamás llegar a saber de ellas. Descartó inmediatamente seguir por aquella vía.

Sin tener claro que Hasan fuera una ayuda o un peligro, le dijo:— ¿Y si contara con la ayuda de alguien?

10. La Dirección de Vigilancia del Territorio, creado en el año 1973, es el servicio de inteligencia interior de Marruecos. (Rebautizado en 2013 por DGST. Direction Générale de la Surveillance du Territoire)

La muchacha que amaba Europa

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