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III

MOUNIA

—¿Sabes? Oí decir a mi hermana, una noche que creían que dormía, que acostándote con extranjeros se gana mucho dinero, además, se pueden casar contigo y llevarte a Europa —le dijo su amiga Mounia.

—Sí, pero si pierdes la virginidad ya no te puedes casar con un marroquí, claro que... ¿quién quiere casarse con uno, con lo machistas y celosos que son? —repuso Ilhem.

—Todos los musulmanes son machistas y celosos, bien lo sabemos, Ilhem. También que son retrógrados y no son sensibles en absoluto, para ellos sería un signo de debilidad.

—Sí, un motivo más para no casarte con ellos. —Sentenció, mientras recordaba que algunas de sus amigas de juegos de barrio estaban ya casadas con hombres mucho mayores que ellas y con algún hijo.

—Existen marroquíes modernos, con cultura extranjera, poco o nada religiosos, incluso ateos, lo sé. Son educados y respetuosos con las mujeres pero, ¿dónde están? Precisamente por este motivo no es fácil encontrarlos ya que no pueden exteriorizar demasiado su manera de pensar. En el islam no puedes apostatar de tu religión, naces siendo musulmán y mueres siéndolo, no te permiten cambiar.

—Y si lo haces, te puede llegar a costar la vida según en qué país —apuntó mentalmente—. ¿Qué futuro tengo aquí? No quiero un marido al que no ame. Deseo ser independiente, trabajar por mi cuenta, montar algún negocio. Sí, para casarme primero debo enamorarme. ¿Pero cómo puedo hacer realidad un sueño así en Marruecos? Siempre estaré estigmatizada y mal vista, seré una ¡mala musulmana! ¡Soltera! Estaré en el punto de mira de los moralistas musulmanes.

Y empezó una idea en su cabeza que día tras día se iría creando y transformando en una obsesión que no le dejaría pensar en otra cosa.

—Mounia, quiero hablar con tu hermana, la que dijo aquello de acostarse con extranjeros.

La chica tuvo un estremecimiento al oír la frase de Ilhem y darse cuenta de lo que le rondaba por la cabeza.

—¿Es que tal vez quieres hacerte prostituta? —le espetó.

—Bien, —carraspeó un poco avergonzada por la palabra que había dicho su amiga— no lo considero exactamente así.

—Pero es lo que es. Tú vas a cobrar para hacer el amor con ellos, sean extranjeros o no. Eso es prostitución.

Ilhem se molestó por la simpleza de la exposición que había hecho su amiga y contraatacó:

—Y las actrices que se acuestan con productores, o las secretarias con sus jefes, o enfermeras con los médicos, eso sin hablar del acoso sexual de las empleadas por sus encargados. ¿Todas son putas según tu? —exclamó casi gritando. —¿Éstas y otras más no lo hacen también intentando mejorar su estatus y ganar dinero, fama o subir de categoría? ¿Qué son para ti estas mujeres? Algunas lo hacen porque quieren, pero otras por obligación, para no perder un trabajo o mejorar sus expectativas, llegar a fin de mes o poder comprar algún extra al marido o a los hijos. ¿No ves en el mundo machista en que vivimos? Si ya en Europa una mujer gana un 35% menos que un hombre, ¿cuánto cobra aquí?, ¿cómo están los salarios en Marruecos? ¡Son miserables! ¡Et plusieurs fois il faut se laisser baiser pour trouver un putain de boulot!

Estaba tan enfadada que ya no cuidaba su lenguaje y le salían las palabrotas en francés, lengua a la que se pasaba habitualmente para tener más reconocimiento social. Hablarlo en Marruecos representa un plus de cultura y cosmopolitismo.

Mounia se calló un rato pensando en lo dicho por Ilhem. Veía bastante normal su razonamiento, pero discrepaba de ello. Al fin y al cabo, su familia era muy tradicional y no toleraba ninguna modernidad en su comportamiento. Sus padres le buscaban marido y ella lo aprobaba.

“Es la tradición”, pensó.

—Además —insistió Ilhem—, el Corán permite la prostitución como causa justificada para los hombres, ¿qué es sino el matrimonio temporal o la poligamia? No dejan de serlo en una forma encubierta. No así para las mujeres que no tenemos derechos en el mundo musulmán. Todo lo referente a lo femenino, en el islam, es una farsa que intenta dar legitimidad a la violencia contra las hembras. No somos más que una mierda a los ojos de todos los musulmanes, un objeto de usar y tirar cuando ya no les sirve.

Mounia se espantó doblemente al oír estas palabras.

—Ilhem, por favor, no repitas en público lo que acabas de decir, te puede representar un severo problema por blasfemia. Es muy grave todo esto, para mí que no sabes muy bien lo que dices.

—Sí, conozco el problema. La tolerancia no es el plato fuerte del islam.

Así acabo su charla, Ilhem intuyó que su amiga no le aportaría nada interesante sobre el tema que le interesaba y decidió investigar por su cuenta. Lo primero que tenía que hacer era conocer personalmente aquel mundo nuevo para ella.

Su abuela nunca le había influido en la religión, pero como en todo el universo árabe los estudios en los colegios públicos se realizan en esta lengua y el culto musulmán es obligatorio, tal vez por ello, la llevó al Lyceé Français, de carácter laico. Después, de tantos años con el francés, su dominio era sencillamente perfecto.

Aprobó un par de asignaturas que le quedaban de la licenciatura de empresariales y a los veintitrés años decidió salir a la aventura. Durante un tiempo estuvo investigando entre la gente de la universidad, para informarse de una palabra que empezaba a utilizarse: los viajes sexuales, sin obtener ninguna información. O no sabían o no querían hablarle. Pensó que tal vez tuvieran miedo, pues oficialmente, en Marruecos, había solo turismo. Finalmente, encontró un estudiante francés que le habló del tema, le contó de hombres que se acostaban con jovencitos; mujeres jóvenes y mayores que buscaban amantes marroquíes y de algunos lugares donde ligar con chicas. Le comentó también que las discotecas de los hoteles de lujo de las ciudades turísticas eran el lugar ideal y que, por poco dinero en comparación con Europa, se podía pasar unos días con acompañantes dispuestos a pasarlo bien con los turistas.

Esto le dio que pensar y quiso comprobarlo personalmente. Esa misma noche se decidió. Se arregló y maquilló, se puso su mejor vestido de corte occidental, le dijo a su abuela que iba con unas amigas a divertirse para celebrar su licenciatura y se fue a buscar un taxi.

Desistió de parar a varios al observar a los chóferes, por su aspecto y sobre todo por la izbiba, el callo de la fe, la marca en la frente que la ponía en alerta por lo que representaba de religiosidad y de aversión hacia las mujeres de aire occidental, y decidió esperar a uno que fuera conducido por alguien más joven.

El taxista aparcado en la sombra la estaba observando, a la vez que miraba los taxis que pasaban uno tras otro. Cuando vio que no cogió aquellos que llevaban los conductores más ancianos, salió detrás del último y se paró delante de ella.

Entonces Ilhem no podía saber que aquel taxi cambiaría su vida para siempre.

La muchacha que amaba Europa

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