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V

— ¿Adónde te llevo? —preguntó con acento de Marrakech.

Ilhem se sorprendió cuando se paró un coche, sin haberlo llamado, conducido por un chico joven que no parecía autóctono. Creyó que la habría visto parada en la calle y supuso que esperaba un taxi. Por el acento adivinó que era de allí y pensó que sabría de la vida nocturna y de turistas. Así, que se subió al automóvil sin más.

—Quiero ir a una discoteca a divertirme —le contestó en francés—, donde vayan turistas.

Por su perfecto francés adivinó que era una chica con estudios.

— ¿Qué quieres, un extranjero que te lleve a Europa? —inquirió en un francés también excelente.

Ilhem se puso tensa ante sus palabras. ¿Tan evidente era lo que buscaba? ¿Lo llevaba escrito en la frente? Dudó qué contestar pero de forma instintiva se preparó para lo que pudiera venir.

—Voy a divertirme un rato después de acabar la licenciatura —dijo ella un poco avergonzada—. Además, a ti no te importa lo que yo vaya a hacer y si hay turistas mejor, el ambiente será más internacional.

— ¡Ah! Eres una chica con carrera. Vaya, no es muy normal eso aquí. ¿Qué has estudiado? —preguntó para romper la tensión que notaba en sus palabras.

—He hecho empresariales. Y ahora voy a divertirme para celebrarlo.

El chico calló, arrancó el coche y la llevó al hotel Marrakech sin volver a dirigirle la palabra.

—Son diez dírhams —indicó—.

Ella se los dio y antes de bajarse le preguntó si podría ir a buscarla para volver a casa, ya que no pensaba estar mucho rato.

—Mira, de aquí a la plaza Jemaa— el Fna no hay más de diez minutos a pie. Vas hasta allí y en la parada de taxis pide por Hasan, o estoy o me buscan. Pero no vayas muy tarde, la policía para a las chicas solas por la calle y las empapelan como prostitutas. Vigila mucho.

—Muchas gracias, pero preferiría que vinieras al hotel dentro de una hora y media, por favor. No me gusta ir sola de noche.

—De acuerdo. Si quieres te espero en la entrada principal y me pagas el tiempo de espera.

—Vale, mucho mejor. Hasta dentro de una hora y media —le respondió.

Se bajó y se fue directa a la entrada. Pensó que el chico sabía más de lo que dijo sobre el tema que le interesaba y cuando volviera a casa quedaría con él, quería hablar con tranquilidad. Los taxistas son buenos guías, conocen bien la ciudad y saben de todos los lugares interesantes. Eso sí, buscan siempre una buena propina.

Entró al hotel un poco nerviosa, era toda una aventura para ella. Atravesó el vestíbulo que le recibió con una bocanada de aire frío procedente del interior y que, en contraste con la atmósfera pegajosa y caliente del taxi, le produjo un escalofrío que le endureció los pezones. Intentó, sin mucho éxito, taparse los senos con el mini bolso que llevaba. Pasó el hall y se dirigió al fondo en busca del bar. Pero antes de llegar vio en la esquina derecha una amplia cortina y encima el rótulo con la palabra “DISCOTECA”. En el momento en que iba a separar las cortinas para entrar, se le acercó el policía situado al lado de la puerta.

— ¿Adónde vas? —la interpeló con muy mala educación— aquí sólo pueden entrar los clientes del hotel e imagino que tú no lo eres, ¿no?

Azorada, no consiguió articular respuesta, el policía la cogió del brazo y se la llevó casi en volandas hacia la salida.

—Espera, esta chica viene conmigo. He ido a aparcar el coche —dijo una voz—.

Ilhem, sorprendida, se giró y vio al taxista. Llevaba una chaqueta moderna, unas Rayban en la frente y zapatillas deportivas que le daban un aspecto muy moderno.

—¡Ah! ¿Viene contigo? De acuerdo. Es que aquí no queremos busconas. Ya sabes, o pagan o se van —contestó el policía en un tono muy desagradable.

Entraron juntos.

—Muchas gracias por tu ayuda, pero ¿quién te la ha pedido? —masculló Ilhem.

—Vaya, muchas gracias por tu manera de demostrar gratitud.

Lo siguió para no quedarse descolgada y volver a tener problemas con el policía. Se sentía enfadada por la manera en que aquel joven había irrumpido en sus planes, pero a la vez estaba agradecida porque le había concedido la oportunidad de entrar en la discoteca, dudaba que lo hubiera conseguido sola. Momentáneamente cegada por la oscuridad del local, en contraste con la luminosidad del vestíbulo, no vio el escalón y si no fuera por la rapidez del chico al cogerla del brazo, hubiese dado con sus huesos en el suelo.

—Gracias, si no es por ti me rompo algo.

—De nada. Sentémonos y hablemos un rato. ¿Qué quieres tomar?

—Un refresco, una naranjada me va bien —contestó ella sin pensar, era su bebida habitual.

—Aquí puedes pedir alcohol, nadie te va a decir nada. Esto no es un salón de té.

Titubeó. Nunca había tomado bebidas espirituosas, aparte de alguna cerveza con amigas y a escondidas. No es que le gustara mucho el alcohol, pero le pareció que le daría excepcionalidad a la velada. Lo pensó unos segundos y se decidió por la cerveza, tenía miedo de lo que le pudiera pasar si se embriagaba.

—Sí, gracias. Quiero una cerveza.

Él se levantó y fue en busca del camarero que estaba en la barra esperando las bebidas de otra mesa.

—Hola, Mohamed. Una cerveza Wastainer para la chica que está conmigo y para mí, lo de siempre.

Al volver a la mesa estuvieron un rato sin decir nada, esperando que les trajeran las bebidas. Ilhem estaba incómoda y no sabía cómo actuar, se sentía completamente fuera de lugar, pero pensó que ella se lo había buscado y ahora tenía que aguantarse.

—Un Cardhu 12 con hielo y una Wastainer para la señora —anunció el camarero.

Ilhem esperó a que les hubieran servido y después de tomar el primer sorbo se dispuso a hablar, pero antes de que pudiera abrir la boca, él le preguntó:

—Bien, ¿qué te ha traído hasta aquí? Pareces una buena chica. ¿Qué buscas? Si hubieses venido a divertirte estarías ahora mismo con amigas o en pandilla. ¿Pero sola? Yo diría que éste, no es lugar para una mujer como tú.

Su adelanto la dejó completamente descolocada, titubeó durante un tiempo pensando qué contarle; la verdad no se la quería decir, pero no sabía cómo mentir a aquel chico que tenía más claro que ella el porqué había ido allí.

— ¿Te ha comido la lengua el gato? —dijo burlón—, ¿o es que te da vergüenza decirme la verdad?

Esto la puso aún más nerviosa, no sabía cómo salir del atolladero en que se había metido, pero no debía acobardarse ahora o su aventura acabaría antes de empezar.

—Deseo ir a trabajar a Europa. Este país encorseta a las mujeres y yo quiero ser libre y hacer lo que me plazca. Montar mi negocio y vivir a mi aire —al final había decidido que decirle la verdad era lo único que podía hacerla creíble.

Él no se inmutó, desde el momento que, con el coche parado, la observó con el vestido occidental, en la calle, y no habiendo cogido los taxis anteriores, ya imaginó lo que buscaba. Aunque era joven, tenía mucha experiencia. Sus misiones, el taxi y lo que representaba le hacía tener contacto con la vida nocturna y marginal. Conocía mujeres que se ganaban el pan como podían, efectuaba viajes a hoteles de lujo con turistas que le pedían chicas o chicos que se vendieran por unos dírhams. Todo eso le había facilitado descubrir con bastante claridad lo que ella quería. Pensó por un instante en que lo único que no le cuadraba en el relato era el aspecto de la chica. A pesar de que, a primera vista, parecía frágil, sus ojos denotaban una fuerza de voluntad, una inteligencia superlativa y una fiereza que no había visto antes en nadie.

—Mira, primero me gustaría saber cómo te llamas. No nos hemos presentado. Yo soy Hasan y ¿tú?

Pensó en darle un nombre falso, pero después de todo no creyó que valiera la pena.

—Ilhem. Mucho gusto, Hasan.

—Muy bien, Ilhem. No sé si es tu verdadero nombre pero así te llamaré. En primer lugar, te diré que conozco muchas chicas como tú. ¿Ves allí al fondo en la penumbra, todas aquellas muchachas que hablan entre ellas y las que bailan en la pista contoneándose provocativamente? Todas ellas buscan exactamente lo mismo y ¿sabes cuántas lo consiguen? Ni un uno por ciento. Se acuestan con clientes del hotel, turistas en busca de sexo. Sin embargo, apenas ninguno se las lleva a Europa. Además, tú tienes pinta de ser aún virgen y con nula experiencia sexual. ¿Me equivoco o tengo razón?

Se ruborizó hasta extremos dolorosos, sentía que le ardía la cara y no sabía hacia dónde mirar. Confió en que en la oscuridad del local no se le notara.

—Sí, me imagino que no es nada fácil hacer realidad lo que quiero, pero tengo que intentar algo si no nunca saldré de este país.

Le miró a los ojos, observando lo claros y bonitos que los tenía, pensó en su aspecto extranjero, el pelo medio rubio que podía hacerla pasar perfectamente por una ciudadana del norte de Europa y de sopetón le dijo:

— ¿Y por qué quieres irte de este país, no es bueno para ti?

—Quiero vivir mi vida, tal vez realizar un Máster y montar un negocio, y esto aquí es casi imposible so pena de ser mal vista por mala musulmana. Cada vez hay más salafistas y en cualquier momento puede ganar las elecciones algún partido islamista, como en Argelia.

Él no dijo nada en aquel momento, pero le llamó la atención la lógica de su razonamiento y pensó en cuanta razón tenía aquella chica, su respuesta daba mucho que pensar.

—Puede haber un sistema para salir de aquí, pero no sé si te va a gustar.

—Cualquier sistema que me pueda sacar de aquí es bueno —dijo ella sin pensar.

—No puedo creer lo que has dicho sin saber qué te voy a ofrecer ni lo que te costará; el precio a pagar podría ser muy alto, tal vez hasta demasiado para una chica tan segura como tú. No tienes ni idea de dónde te irías a meter ni de lo peligroso que podría llegar a ser. La muerte sería tal vez la mejor salida.

Se lo soltó a bocajarro, se la jugaba mucho avanzando tanto su jugada, pero creyó que valía la pena intentarlo. Parecía una chica excepcional y como tal la trató. Sería la manera de tenerla interesada.

Al oír sus últimas palabras se quedó helada. Tal vez había ido demasiado rápido en aceptar cualquier riesgo. Estuvo muda un rato pensando en qué podría estar metido Hasan y en lo que le podía decir sin exponerse a mucho peligro.

—De acuerdo, no he dicho nada. Me interesa, pero no puedo decidir hasta que no me cuentes como salir del país.

Hasan se rio con ganas al oír sus palabras y se la quedó mirando.

—Ahora sí que sé lo inocente que eres —dijo—, tendrás veintidós o veintitrés años, sin embargo, te comportas y hablas como si tuvieras quince. Pero, de momento, es lo más sensato que has dicho en toda la noche.

Ilhem se enfadó al oír sus palabras.

— ¿Pero por qué me hablas así sin conocerme? ¿De qué vas? ¡En realidad no sabes quién soy ni lo que quiero! No tienes ni…

Viéndola tan enfadada le cortó antes de que pudiera seguir y le espetó con vehemencia:

— ¿Qué sabes tú de la dureza de la vida, de los sacrificios que comporta y de los terroristas de la Yihad? Tú que pareces tener la existencia solucionada.

Al oír la palabra yihad se quedó blanca. Estaba informada por las noticias de los atentados realizados últimamente y ahora alguien que prácticamente no conocía le hablaba en primera persona de los terroristas, de sacrificio y de terror islámico. ¿Sería un radical que la querría convertir al integrismo para que efectuara algún atentado? Pero, su aspecto no le delataba, más bien al contrario. Claro que muchos integristas visten de forma normal; se cortan la barba y beben alcohol para mezclarse con los occidentales, con los moderados o con los ateos, que son buscados por blasfemos e infieles.

Sólo pensar en esta posibilidad la hizo temblar, quería irse, salir corriendo de aquel lugar que, de golpe, le parecía se había convertido en el centro de una posible agresión.

—No te preocupes, no hay peligro. No hay ningún terrorista, ni aquí ni por los alrededores —dijo él como si leyera sus pensamientos—. No te alarmes, tu cara refleja tus emociones y ahora mismo evidencia mucho miedo.

Se quedó paralizada por la sorpresa pensando en lo fácil que le era a Hasan adivinar sus pensamientos, ¿cómo lo hacía?, ¿por qué resultaba tan transparente para él?

—Oye, dejemos esto para otra ocasión —dijo ella de pronto—. ¿No hemos venido a divertirnos? Pues, divirtámonos y bailemos un poco.

Algo sorprendida, intentó sacarse los nervios por todo lo escuchado y se fue a la pista sin esperar a que él le siguiera.

Estuvieron bailando y hablando de todo tipo de cosas insustanciales sin volver a tocar el tema que le había llevado hasta allí. Bailaban separados. El disc joquey intercalaba melodía moderna con raï, un nuevo género argelino que mezclaba música moderna y clásica. Cheb Khaled, máximo representante de este nuevo estilo, era famoso desde hacía tiempo a pesar de que cantaba sobre las mujeres y el alcohol, ambos prohibidos en el islam.

Un par de horas después, y antes de que se hiciera demasiado tarde, Ilhem quiso regresar a casa para no impacientar a su madre. Pidió la cuenta al barman pero éste le dijo que ya estaba pagada.

— ¿Has pagado tú? —le preguntó extrañada a Hasan—. Si no te has movido de mi lado ¿cuándo lo has hecho? —entonces se dio cuenta de que allí lo conocían más de lo que ella creía. Recordó que, al entrar, el policía le había reconocido por lo que dedujo que frecuentaba el local, solo o con turistas.

—No te preocupes. Vámonos, dejemos todos estos temas para otro día.

Ambos evitaron hablar en todo el trayecto en coche. Pensaba en lo que Hasan le había dicho y aún más en lo que no le habría dicho.

— ¿Dónde te dejo, donde te he cogido?

—No, déjame delante de casa por favor —le dio la dirección.

Al ir a bajar y, antes de que ella pudiera despedirse, Hasan le dijo:

—Dame tú número de teléfono, por favor, me gustaría hablar más contigo.

Tras quedar en llamarse próximamente, bajó del coche, no sin antes pedirle el coste del trayecto. Pero Hasan no se lo quiso cobrar.

—Toma mi teléfono. Si no contesto, deja un mensaje en el contestador y te llamaré yo. Normalmente, estoy fuera trabajando

Hasan se quedó extrañado observando el portal donde entraba Ilhem. Ni aquel edificio ni aquel barrio le cuadraban, sabía que en la familia de Ihlem no trabajaba nadie, por lo que de algún modo les llegaba dinero en cantidad considerable. Y eso no hizo más que reafirmar su convicción de que estaba tras la pista correcta. Arrancó el coche y se perdió en la noche.

Ilhem atravesó el recibidor dispuesta a acostarse, pero no contaba con que su abuela la esperaba despierta.

—Buenas noches, Ilhem. ¿Te lo has pasado bien?

—Muy bien. Gracias, mamá. Mañana hablamos, estoy un poco cansada. Buenas noches.

Ya en la cama, empezó a pensar en todo lo que había hablado con Hasan y sin más, recordó el atentado terrorista de Lockerbie en Escocia4, efectuado unos años antes y por el que se culpó a los Servicios Secretos de Gadafi5. Se le ocurrió que tal vez se relacionaba con ellos, y un escalofrío le recorrió la columna vertebral provocándole una intensa sensación de frío y desazón. Lo desestimó por haber ocurrido muy lejos, pero ¿y si fuese algún colaborador o cómplice? ¿A raíz de qué le habló sobre la yihad para salir de Marruecos? ¿Por qué querría ayudarle, si no fuera para su propio beneficio? ¿Debía confiar en él? ¿Debería indagar más, o tal vez dejarlo correr? ¿Sería esto último lo mejor?

4. El vuelo 103 de la aerolínea estadounidense Pan Am fue víctima de un atentado terrorista el 21 de diciembre de 1988, cuando cubría el trayecto entre Londres y Nueva York. Explotó en el aire y cayó sobre la ciudad de Lockerbie (Escocia).

5. Dictador libio que gobernó su país durante 42 años, desde 1969 hasta su muerte en 2011.

La muchacha que amaba Europa

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